LO TÍPICO DEL HOMBRE

JOSÉ Mª RIVAS CONDE, CORIMAYO@telefonica.net

MADRID.

 

ECLESALIA, 22/03/13.- De la concreta formulación en el Génesis del cliché literario del Creador alfarero, propio (ya lo dije en mi nota anterior-ECLESALIA, 08/02/13-) de culturas más lejanas que la de la Biblia, se deduce que el rasgo más peculiar del hombre, el que más típicamente le diferencia de los demás seres vivos de la tierra, está en su ser de “imagen viva de Dios”. Es deducción comúnmente aceptada, y la recoge el Catecismo de la I.C. con palabras equivalentes. Por ejemplo, en sus números 355-357. Aquí fijo mi atención preferente en uno solo de sus factores.

Dicho rasgo, que se considera fundamento de la superioridad y señorío del hombre sobre el resto de la creación, a los que él aparece destinado (Gn 1,26), es además raíz de su capacidad para relacionarse con el Creador como de persona a persona. De modo análogo, diría, a como en el Unigénito, el ser la imagen consustancial de Dios eternamente engendrada, no creada, no sólo le hace desde siempre Señor absoluto y primario de la creación entera (Col 1,15-17); sino que también le brinda la capacidad infinita de relación interpersonal con el Padre, en diálogo eterno de Amor insondable.

Tal capacidad en nosotros es, obviamente, participación limitada de esa suya. Pero en su limitación, a la vez que consecuencia de nuestra condición de imágenes vivas de Dios, es su prueba más convincente en el ámbito de lo racional. Porque entre seres de naturaleza “específicamente” desemejante es imposible la comunicación interpersonal. La que, trascendiendo los automatismos, reporta la experiencia vivencial de sentirse en contacto o en relación con otro. La semejanza es lo que hace posible esa comunicación. Tanto la que se desarrolla en la cercanía de la comunión gozosa y de confiada espontaneidad; como la que lo hace en la acritud y el desabrimiento del distanciamiento psicológico del temor y de la desconfianza en el otro.

El hombre, según su alegoría bíblica, es efectivamente el único ser de este mundo al que Dios se dirige y con el que conversa. Originariamente, según lo ya dicho, en clima de confianza distendida. Luego en la inquietud y temeroso retraimiento por parte del hombre, a partir de quebrantar éste la sumisión debida al Creador (Lc 17,10) y desconfiar de su lealtad. Esta desconfianza es trasfondo de la propuesta mentirosa del tentador: “¡Qué vais a morir! ¡Lo que pasa es que Dios no quiere que lleguéis a ser como Él!”.

Quisiera destacar que dicha capacidad la muestra la alegoría como de relación no necesitada de la interposición de mediadores, que fácilmente resultan obstáculo para lo interpersonal. No es que excluya que pueda “conectarse” con Dios a través de los tales. Sino que ella no alude a esa cuestión. […] (sigue en eclesalia.net ).