Si Preguntamos?- Como se llega a ocupar el cargo y ser un servidor Público Carcelario – si sabido es, que esta vocación difícilmente se adquiere en los juegos de infancia,- donde se es policía o ladrón y se intercambian ritos,- JAMÁS SE ES CARCELERO. Surge una respuesta inmediata con recuerdos de experiencia acumulada por Trabajar más de treinta años en la dramáticamente llamada “casa de piedra”, (una cárcel de provincia considerada la peor cárcel del país y por la que está en la mira de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Un muestrario de horror y de violaciones constitucionales que ha provocado varias crisis políticas en el gobierno de la provincia). Sin embargo, las cárceles, por desgracia, son de todos; es la sociedad en pleno la responsable de que existan, y de que existan así
En esta fábrica de dolor tiene lugar en cierta manera el misterio de la encarnación: Dios se hace preso en la carne y la vida de hombres y mujeres, personas marcadas y tiradas al desguace por sus mismas historias personales y por el rechazo de la sociedad. Pero toda esta reflexión permite en un primer momento hablar de “víctimas” del sistema carcelario que puede resultar sorprendente e incluso malsonante.
De hecho lo primero que viene a la mente es que las personas privadas de libertad están encerradas porque han cometido algún delito y, en consecuencia, se merecen estar encarceladas. Por tanto si se lo consiguen es porque ellas se lo han buscado y han de pagar un precio por su falta de respeto a las normas establecidas como leyes. Y es aquí donde es necesario tener en cuenta que toda resocialización o reeducación de los condenados requiere de un cierto tratamiento que lo prepare para su reinserción social y de esta manera no los convierta en marginados una vez que han cumplido la condena.
Desde ese ámbito es donde encontramos otra victima, es el trabajador carcelario, que en el desempeño de sus tareas, son los encargados de hacer cumplir la ley respetando y protegiendo la dignidad humana y defendiendo los derechos humanos de todas las personas. Que Realizan su trabajo detrás de los altos muros o vallas de las prisiones, alejados de la vista del público y, a menos que haya problemas, poca atención se les presta. La función Penitenciaria no es valorada o más bien es desconocida.
Cuando se alistan, en muy poco tiempo, son transformados por el sistema carcelario. Aunque ingresen en la institución con muy buenas intenciones, con ganas de hacer las cosas bien hechas y de tratar humanamente a los presos en poco tiempo de trabajo son capaces de cambiar su manera de pensar y comienzan a actuar como auténticos “centinelas” (con uniforme policial o militar, aunque con ello se violen tratados internacionales, adheridos), “carceleros “en el sentido más negativo de la palabra. Acaban atrapados en las garras de un sistema castigador y deshumanizante, teniéndose que sufrir ellos mismos las consecuencias si no quieren ser trasladados de prisión o acabar con sanciones por incumplimiento de sus deberes que evidentemente les vienen impuestos desde las altas jerarquías. Es un grupo olvidado, sin IDENTIDAD. Esta actividad No nace como vocación lejana e interior de los primeros pasos de la vida. Y, si se acrecienta con los años en función del servicio.
Es de especularse que para aceptarla como misión ,el principal objetivo para desarrollar, seria lograr una actitud que facilite la comprensión de si mismo y de lo demás, que mantenga su salud espiritual y les permita reaccionar ante la pobreza del ser humano, de la sociedad, y que los ayude a acercarse a Dios. Recibiendo la sabiduría de la vida y la alegría de ir haciendo el bien, aunque sea con limitaciones. Desde esta presencia de Dios en la cárcel conviene afrontar el contenido del fracaso. Si la palabra resulta demasiado fuerte, cambiémosla por otra, el misterio. De todos modos el fracaso es una palabra inseparable del Dios de la cárcel. Todos estos sentimientos lleva a pensar que es el amor de Cristo el que mueve a misericordia y debe ser el amor de Cristo el que impulse a servir a los presos, ya que en la gracia lo único que vale es la fe que obra por el amor, y se exhorta a servirnos por amor los unos a los otros (Gálatas 5:6,13).
Las cárceles tienen que ver con la eternidad, ya que antes de que fuese creado los cielos y la tierra en el tiempo, ya existían las cárceles, y estas tienen el propósito de guardar a ángeles que pecaron y no guardaron su dignidad hasta el juicio del gran día. Las cárceles existirán por toda la eternidad en el infierno, para guardar ahí al diablo, a sus demonios y a todos los que no conocieron a Dios ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo.
Como podemos considerar, las cárceles juegan un papel muy importante en el plan de Dios para la humanidad. Por tanto, no desechemos el clamor de Dios que nos manda: Acuérdense de los presos como si estuvieran presos juntamente con ellos; Hebreos 13:3.- ¡Cómo tiene Dios en cuenta las cárceles en su obra! El apóstol Pablo, un prisionero, desde su cárcel (una casa alquilada custodiada) recibía a todos los que venían a él y les hablaba y enseñaba de Jesucristo. Esa es meta pendiente, que algún día las cárceles de todo el mundo se conviertan en lugares de entrenamiento, de capacitación, de retiro espiritual para los demás encarcelados, para los que caen en prisión, y aún para los que están en libertad y muy especialmente para los trabajadores carcelarios. Prevaleciendo las mejoras, el respeto y la corrección, que tienen que ver con poner a los seres humanos en primer lugar.
Hoy Todas estas consideraciones nos llevan a reflexionar en el sentido de la búsqueda de la identidad y surge la necesidad de orar por todas las personas llamados a desempeñarse en las cárceles y que asumen esta como misión. Concentrados nuestros corazones en esta oportunidad en torno a la presencia de Jesucristo, para celebrar su acompañamiento en acción de gracias. Pidiendo a Dios, nos permita vivir para ver la realidad hecha vida, en el logro de la verdadera identidad del personal carcelario. Cumplida en toda su plenitud en mi País, en Latinoamérica, y el resto del mundo.
Mercedes González Euliarte
Mendoza – Argentina
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