HOMILÍA POR FIESTAS PATRIAS
Arzobispado de Lima Homilía del Cardenal Juan Luis Cipriani Arzobispo de Lima y Primado del Perú
Fiesta de Nuestra Señora de la Paz
Misa y Te Deum 190° Aniversario de la Independencia del Perú
Basílica Catedral de Lima
Excelentísimo Señor Presidente de la República;
Excelentísimo Señor Presidente del Poder Judicial;
Flamante Presidente del Congreso de la República;
Señora Alcaldesa de Lima;
Distinguidas autoridades políticas, civiles y militares;
Distinguidos miembros del Cuerpo Diplomático;
Excelentísimos Señores Obispos que me acompañan en esta concelebración;
Miembros del Venerable Cabildo de la Basílica Catedral;
Hermanos todos en Cristo Jesús;
En esta hora tempranera hoy, día en que celebramos nuestras Fiestas Patrias, todos los peruanos vibramos con emoción y la Iglesia, siguiendo la misma tradición desde el día del nacimiento de la República, celebra la Eucaristía de Acción de Gracias. Este año con la particular circunstancia de asistir al cambio de Gobierno.
Nuestra Patria, Señor Presidente, es como una buena madre a la que todos los peruanos, sus hijos que peregrinamos a lo largo de su historia, cuidamos y miramos con inmenso cariño. Tantas veces, nuestros corazones, como el hijo pródigo de la parábola, entre remordimientos y cicatrices, con experiencias escarmentadas de doctrinas variadas, unas más luminosas y alegres que otras.
Pero siempre miramos a nuestra Patria con amor apasionado y la reconocemos bella, fuerte, generosa. Regresamos con gozo a nuestra legítima heredad espiritual, ahondándola y cultivándola y nos sentimos en comunión con los que nos antecedieron. Renovamos siempre el compromiso de defenderla y quererla con pasión. Sé que estos sentimientos han presidido sus cinco años de intenso servicio como Presidente Constitucional del Perú y el pueblo se lo agradece y eleva oraciones por su persona.
El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande;
habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló.
Acreciste la alegría, aumentaste el gozo[1]
Alumbrados por la misma luz que guió a nuestros antepasados, renovamos hoy, tercamente, nuestro propósito de hacer de nuestra Patria una casa para todos en donde las desigualdades, rencores y envidias dejen paso a un verdadero proceso de reconciliación nacional en un clima de plena libertad.
Debemos mirar hacia adelante. Se ha avanzado mucho y precisamente ello debe suscitar en nosotros un dinamismo nuevo fundado en un realismo más solidario. Y nos preguntamos ¿Estarán los ánimos y los corazones preparados y habrá el coraje necesario para dar este paso histórico de una auténtica reconciliación? ¿Aprenderemos a dialogar con la verdad y desterrar la violencia?
¿Se cerrarán las heridas que el terrorismo abrió en lo más profundo de nuestra Patria? ¿Daremos pasos decididos y realistas para cerrar más las brechas de desigualdad que existen? ¿Defenderemos la unidad de nuestra Patria sin confundir el pluralismo cultural con excesos ideológicos?
Hermanos, la humildad nos debe llevar como de la mano a comprender a todos, a convivir con todos, a disculpar a todos; no crear barreras ni divisiones; comportarnos siempre como instrumentos de unidad y de paz. Con palabras de Jesús: “Que nos amemos como Yo os ha amado”
“todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenlo en cuenta. Y lo que aprendiste, recibiste, oíste, viste en mí, ponlo por obra”[2]
Qué grato recordar hoy que “Nuestra Emancipación es la afirmación de lo peruano… Se reitera y manifiesta en la forma mestiza de vida… Los principios religiosos y morales son los mismos; los valores, la concepción de la familia, de la persona, del honor, la visión de la muerte, son semejantes; sin embargo, penetra un aliento que busca un nuevo espíritu en muchas expresiones personales y sociales”[3].
Hoy, al hablar de nación resulta necesaria comprender su relación con el concepto de Patria, que hace referencia a paternidad y también a patrimonio. “La Patria es el amor de las tumbas y de las cunas” en palabras de Don Víctor Andrés Belaúnde. Algunas veces se confundan ambos conceptos, Patria y Nación, es necesario distinguirlos si queremos pensar y proceder con absoluta precisión.
Alude la Patria a una herencia que se recibe, a ese conjunto de valores que se transmiten de una generación a otra y que vienen a constituir una especie de capital que se comparte y recibe también en herencia.
El progreso no nace ni requiere de la destrucción ni del cambio sistemático, porque el crecimiento es tantas veces en la continuidad. Hemos de aprender la peruanidad como decía nuestro querido Don Fernando Belaúnde con el lema: “El Perú como doctrina”. Ese amor a la Patria debe unirnos a todos con un contenido concreto, quedaron atrás los mesianismos revolucionarios de la destrucción y pensar que simplemente todo cambio es mejor.
“La sociedad humana… tiene que ser considerada, ante todo, como una realidad de orden principalmente espiritual: que impulse a los hombres, iluminados por la verdad, a comunicarse entre sí los más diversos conocimientos; a defender sus derechos y cumplir sus deberes; a desear los bienes del espíritu… a sentirse inclinados continuamente a compartir con los demás lo mejor de sí mismos…
Estos valores informan y, al mismo tiempo, dirigen las manifestaciones de la cultura, de la economía, de la convivencia social, del progreso y del orden político, del ordenamiento jurídico y, finalmente, de cuantos elementos constituyen la expresión externa de la comunidad humana en su incesante desarrollo”[4].
“La Iglesia, conviene siempre recordarlo, que de ninguna manera se confunde con la comunidad política y no está vinculada a ningún sistema político, es al mismo tiempo el signo y la salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana”[5].
Por ello, estos comentarios contemplan con preocupación cómo la organización social en el mundo actual ha privilegiado de tal manera el progreso técnico y económico – lo puramente material – descuidando el necesario desarrollo cultural y espiritual que constituye el ambiente natural en donde se desenvuelve la trascendencia de la vida humana. El amor y respeto a la vida, a los padres, al matrimonio y a la familia, la protección de la niñez, la paz espiritual tan necesaria en la vida social y tantas otras dimensiones del mundo espiritual los vemos tantas veces sofocados por la ansiedad del dinero, del éxito, del placer y del poder.
Queremos recordar y pedir a Dios que nos ilumine para que el tejido cultural de la Nación tenga en su educación moral –esa luz que brilla en el corazón de cada uno de nosotros- de la ley natural, aquella huella divina del Creador que ilumina el pensar y el obrar de toda persona. Todos sabemos que debemos hacer el bien y evitar el mal. Por ello el Papa Benedicto XVI nos dice “Procuren la conversión que significa ir en contra de la corriente de una mediocridad moral”[6].
Pero hermanos, en esta ocasión, en esta fiesta de la patria, debemos contemplar también con profundidad que hay una dictadura del relativismo, de un llamado “pensamiento único” que se va extendiendo en el mundo, que surge de manera paradójica en el Primer Mundo. Y ese pensamiento único también va extendiendo su presencia en nuestro Continente y, lentamente, también en nuestro querido Perú.
No me refiero al progreso humano integral tan deseado, sino a la caída de la llamada post modernidad que ha inmerso al mundo en una profunda crisis económica y moral; con la llamada liberación social que a la sombra de la ideología calificada como igualdad de género destroza las mismas raíces de la convivencia humana. Una crisis social y moral planetaria que tiene manifestaciones en la quiebra financiera mundial, en la violencia terrorista, en la degradación moral que invade nuestra civilización, en el avance del tráfico y consumo de drogas.
Por eso, “…en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio humano, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”[7]
Despertemos con coraje y rebeldía. Toda una civilización se tambalea sin recursos morales y éticos que nos permitan crecer espiritualmente para fortalecer las familias y dejar a la juventud un mundo más humano por más cristiano. Se va eclipsando el “valor divino de lo humano” y con ello la felicidad y la libertad, dones tan preciados de la civilización cristiana, aparecen cada vez más como una utopía.
Este panorama nos exige a todos una mayor profundidad en el pensamiento, en la oración; no dejarnos llevar solamente por el espejuelo del progreso material y económico.
Hoy, al tomar posesión el nuevo presidente electo, elevamos nuestra oración al Padre Eterno para que lo ilumine a él y a sus colaboradores; que con humildad y perseverancia sepan servir al país en los próximos años en un clima de paz y confianza, que nos permitan crecer como personas y como país en un clima de plena libertad.
Señor de los Milagros -Cristo del Pacífico-; Madre Nuestra, bendita Virgen María, bendícenos, protégenos y sigue haciendo de nuestro país una Patria grande.
Así sea.
[1] Is 9,1-2
[2] Flp 4, 8-9
[3] José Agustín de la Puente; La independencia, p. 465
[4] Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia n. 386
[5] Gaudium et Spes, n. 76. Concilio Vaticano II
[6] Benedicto XVI; Audiencia General; Roma – 17 de febrero del 2010
[7] Flp 4, 6- 7