MARI PAZ LÓPEZ SANTOS, pazsantos@pazsantos.com
MADRID.
ECLESALIA, 15/11/12.- Atrapados en la “anti-cultura” que sólo considera importante el dinero, los valores no monetarios han bajado de rango: unos, empobreciéndose; otros, desapareciendo; y algunos más, tan prostituidos, que miedo da quitarles la máscara. Aunque suene muy duro esta es la realidad y tiene dramáticas consecuencias.
La crisis económica es el fruto podrido de una pérdida de valores en todos los campos: político, económico, social y religioso. La ética ha brillado por su ausencia y los resultados los estamos viviendo hace tiempo, sin tapadera que los camufle.
No está sucediendo nada que no se supiera que iba a ocurrir pero que nadie quería enfrentar. La sociedad de consumo y del crecimiento implacable está dañada, dolorida, herida… haciendo aguas. Y no olvidemos que esa sociedad de consumo se ha sustentado, y pretende seguir en ello, en las riquezas de países que, no hace mucho, se denominaban Tercer Mundo. ¿Cómo se les llama ahora?
Es muy lamentable que los avances del último siglo en ciencia, tecnología y comunicación; los logros a nivel social y laboral; el reconocimiento de los Derechos Humanos y de la Infancia; la incorporación de la mujer en campos que ni se podían imaginar anteriormente; y tantos otros beneficios que han constituido un impresionante adelanto del ser humano en tan poco espacio de tiempo, se vean ensombrecidos por una caída en picado de valores que son los que deben mantener no sólo a flote esos logros sino en continuo y fértil crecimiento.
El exceso vivido durante años ha producido hastío provocando un estado de desinterés y de apatía que deteriora actitudes del ser humano como la capacidad de sorpresa, el disfrute, la ilusión, el trabajo bien hecho, utilizar el tiempo con cosas sencillas, valorar lo que no tiene precio, saber esperar en el amor, cuidar la educación de los hijos, respetar y agradecer la vida de nuestros mayores, cuidar la salud de todos, atender a los amigos, ayudar al que no tiene y tantas otras cosas que podríamos citar.
Cuando los valores caen, los derechos van detrás. Cuando la dignidad del ser humano no se contempla como algo a respetar y proteger, y la ética más elemental desaparece de la vida diaria, empiezan a suceder cosas muy injustas que generan mucho sufrimiento y puede aparecer la violencia.
Los sistemas democráticos se vuelven descafeinados: da igual quien gane en las urnas porque en realidad no gobierna, son los grupos económicos y financieros los que marcan tendencia; un gran peligro, al dinero no le interesa nada la gente vote lo que vote.
Se cuida la fachada de unas democracias que van perdiendo la esencia de lo que significa esa palabra. La burocracia se vuelve densa, los sueldos y prebendas de los representantes contrastan escandalosamente con la aprobación de leyes que deterioran o hacen desaparecer derechos laborales y ayudas sociales. Desaparecen logros conseguidos tras una dura lucha de muchos que nos antecedieron y fueron consiguiendo un cambio de mentalidad, y volvemos a situaciones sociales y laborales injustas y discriminatorias. Por otro lado el “Estado-nodriza” ha funcionado mientras había dinero, inculcando un estilo de dependencia de las estructuras políticas nada saludable, pero consentido.
Así la democracia es para quienes tienen dinero, pueden pagar hipotecas, fondos de jubilación, sanidad y educación privada, etc. En tiempo de elecciones, el ritual se repite una y otra vez: salen con la máscara puesta a reclamar la atención y el voto utilizando la libertad de información, que tiene poco de libertad pues está amordazada por los grupos de poder que controlan los medios de comunicación. Menos mal que hay un competidor que les vuelve locos: Internet, “refugio informativo democrático” de fácil acceso y gran difusión.
En el campo religioso tampoco las cosas están para tirar cohetes. La denuncia profética desde la cúpula en defensa de los más débiles y perjudicados se evita por que compromete. El miedo al cambio hace girar la cabeza hacia tiempos pasados con deseo de involución y ese giro no permite ver los signos de los tiempos en el momento presente, dejando de lado los sufrimientos concretos de nuestro mundo hoy. Ese miedo se instaura en las conciencias dando al traste con la confianza y la esperanza que se trasmite desde el Evangelio.
Mientras, como en todas las épocas, desde abajo la gente sigue organizándose en el día a día, con la pesada carga del deterioro de valores y la caída en picado de los derechos. En las sociedades donde la familia sigue teniendo un valor como grupo humano, estas soportan el peso de recortes e injusticias; acogiendo y sosteniendo a los miembros más desprotegidos ante la situación económica y social, los que son dependientes por enfermedad o vejez y los niños que necesitan tiempo y atención.
Además de la solidaridad familiar hay otra que también se mueve desde abajo, a través de miles de voluntarios laicos, cooperantes, misioneros y religiosos; mujeres y hombres que, desde su vida y su opción intentan paliar necesidades primarias como alimentación, educación, sanidad, techo y calor humano. Esto es Evangelio, es Ética, es recuperación de Valores y su testimonio se convierte en Denuncia de injusticia por la pérdida de Derechos Humanos. Creyentes y no creyentes se unen, la mayoría de las veces de forma silenciosa, para salir en ayuda de los más desfavorecidos.
Pero como dice Jesús (Mt 1,4):“No sólo de pan vive el hombre…” ni la mujer, ni el niño, ni la niña, tampoco las familias, ni los pueblos, “sino de la palabra que sale de la boca de Dios” Permanezcamos atentos a esa palabra para recuperar el pan de valores y derechos que alimente y hagan más digna la vida del ser humano.
Y sigamos pidiendo a nuestros pastores de la Iglesia que abran la Casa para que entre el viento del Espíritu, como dijo el papa Juan XXIII cuando convocó el Concilio Vaticano II hace ahora 50 años, y amagando el miedo con fe y confianza , sean palabra viva y profética en la denuncia contra los poderes del mundo, arriesgando desde el Amor y el Evangelio; sean esa palabra traducida que sale de la boca de Dios para acoger, ayudar, consolar, sanar y abrazar a tanta gente necesitada del Pan y la Palabra.
El Papa Benedicto XVI ha convocado, en Carta Apostólica, el Año de la Fe, coincidiendo con la celebración del 50 aniversario del Concilio Vaticano II, en el apartado 14, remite a presentar una fe con obras. ¡Adelante, como cristianos, como Iglesia caminante y sencilla… todos a una! (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
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