Hace pocas semanas Vicky Harrison, una joven británica de 21 años, se quitaba la vida porque “no encontraba trabajo”.
Fue una estudiante con calificaciones brillantes. Desde que acabó los estudios superiores había realizado más de 200 entrevistas y aún no había sido contratada.
Buscó trabajo relacionado con aquello que había estudiado y, al no encontrarlo amplió sus fronteras, buscando cualquier trabajo. Y tras dos años de búsqueda no soportó más. Su padre la encontró con una carta en la que se despedía de sus familiares y amigos. En ella les decía que no era culpa suya, que simplemente no se sentía feliz con lo que era y con lo que hacía. Se sentía fracasada y humillada.
Hoy, en España, hay cinco millones de parados. Un millón doscientas mil familias tienen a todos sus miembros sin trabajo. El domingo pasado una compañera me decía, entre lágrimas, que no se encuentra a gusto consigo misma y con lo que hace: “No sé muy bien el porqué, pero no estoy bien”.
Acabo de leer en la prensa que en Japón, durante muchos años las relaciones laborales se caracterizaron por una dedicación exclusiva, vitalicia y devota del trabajador a su empresa; y que, a cambio, éste recibía una cobertura médica y social mejor que la del estado de bienestar de muchos países europeos,… vacaciones subvencionadas, guarderías, seguros de desempleo y el compromiso no escrito de no despedir a sus empleados. Pero las cosas han cambiado progresivamente. Hoy, miles de ciudadanos carecen, no solo de empleo, sino también de cualquier cobertura social. Las calles se han llenado de “sin techo” y de personas que han perdido su medio de vida.
Millones de japoneses, al cumplir los treinta años siguen trabajando como empleados en tiendas o en restaurantes de comida rápida, con malos contratos y malas condiciones. Es entonces cuando se hacen conscientes de que ya no tendrán un empleo y unas condiciones como las que tenían sus padres algunas décadas atrás. Son los “friitaa”[1], una nueva categoría de trabajadores precarios. Pero la precariedad más dura la padecen los “refugiados de cibercafé”. Como sus ingresos no llegan para costearse una vivienda, se ven obligados a pernoctar en los cibercafés de 24 horas; eso sí, en cómodos sillones y con duchas accionadas con monedas.
Pienso en Vicky. ¿Su muerte servirá para algo? Sus padres han decidido crear una fundación, que llevará su nombre, para ayudar a jóvenes desempleados a afrontar el duro mercado laboral. En Japón los “friitaa” han creado un sindicato, al margen de los conservadores sindicatos tradicionales, para ayudar a los jóvenes a manifestar su descontento con el actual sistema económico y social. ¿Podemos nosotros contribuir a la creación de un sistema más justo y más humano? Yo creo que sí. Se lo debemos a Vicky.
[1] Friitaa: palabra creada a partir del inglés freelance (trabajador autónomo, por cuenta propia, independiente)
Fuente: http://www.joc.es/