UN POCO DE HISTORIA DE ESTE BICENTENARIO
Petra se encuentra en un valle muy angosto, al este del valle del Aravá, que va del mar Muerto al Golfo de Aqaba. Antiguamente tenía una situación de privilegio, que la convertía en un alto ineludible en la ruta de las caravanas que comerciaban con especias y otros productos –seda, perlas, marfil– entre Medio Oriente y el Mediterráneo. Debía su prosperidad a los nabateos, el pueblo que la ocupó en el siglo VI a.C., pero el paso de los siglos la sumió en la crisis y el olvido, con su consecuente “desaparición” de los mapas. Sólo quedaban, como testimonio de que realmente había existido, los escritos de Diodoro de Sicilia y Estrabón, que alabaron sus riquezas y la industriosidad de sus habitantes.
Para el turista moderno las cosas son más fáciles: la ciudad se encuentra a unos 200 kilómetros de Amman, y el trayecto lleva sólo unas tres horas del vehículo. Todo el mundo sabe dónde está: Petra es, de hecho, la gran embajadora turística de Jordania en el mundo y el principal atractivo para los visitantes extranjeros. Cada recién llegado se puede sentir como un nuevo descubridor: es que Petra –“piedra”, literalmente– está mimetizada con la roca, cavada en la piedra misma, disimulada entre los pasadizos que el agua labró con paciencia a lo largo de milenios.
Denominada como la octava maravilla del mundo antiguo, Petra es el tesoro más preciado de Jordania y su atracción turística más importante. Es una enorme ciudad excavada por completo en las rocas por los nabateos, una tribu árabe muy trabajadora que se estableció en la zona hace más de 2.000 años y la convirtió en una importante ciudad de paso que unía las rutas de la seda, las de las especias y otras que conectaban a China, la India y el sur de Arabia con Egipto, Siria, Grecia y Roma.
La entrada a la ciudad se realiza a través del Siq, un estrecho cañón, de un kilómetro de longitud, rodeado por acantilados que se elevan hasta los 80 metros de altura. El simple hecho de caminar a través del Siq es una experiencia inolvidable. Los colores y las formaciones de las rocas son deslumbrantes. Cuando llegue al final del Siq vislumbrará por primera vez la fachada llamada Al-Khazneh (el Tesoro).
Es una experiencia imponente. Una inmensa fachada, de 30 m de ancho y 43 m de alto, excavada en la cara rocosa de rosa pálido eclipsa todo a su alrededor. Se construyó en el siglo I como la tumba de un importante rey nabateo y es una muestra del talento para la ingeniería de este antiguo pueblo.
Existen cientos de elaboradas tumbas excavadas en la roca con complicados grabados que, al contrario que las casas, que fueron destruidas por el terremoto, se construyeron para durar toda la eternidad y 500 han sobrevivido, vacías, pero irremediablemente cautivadoras al pasar por sus oscuras entradas. También hay un gran teatro construido por los nabateos de estilo romano, con capacidad para 3.000 personas. Hay obeliscos, templos, altares para sacrificios, calles con columnas y, a gran altura, dominando el valle, se eleva el impresionante monasterio Ad-Deir, una subida de 800 peldaños excavados en la roca llevan hasta él.
En el interior del sitio existen museos; el Museo arqueológico de Petra y el Museo nabateo de Petra. Ambos cuentan con un gran fondo de piezas procedentes en la región de Petra y ofrecen una visión de conjunto del colorido pasado de Petra.
Un santuario del siglo XIII, realizado por el sultán mameluco Al Nasir Mohammad para conmemorar la muerte de Aarón, hermano de Moisés, se puede contemplar hoy en día en la cumbre del monte Aarón en la zona del Sharah.