Lic. Julio Ruiz (604-502-9049)
La gente que ha tenido algún tipo de relación con la cristiandad reconoce que la época más esperada del año, por ser la más alegre y festiva, es la navidad. Nadie se imaginaría la llegada de un diciembre sin la presencia de aguinaldos, villancicos, gaitas, himnos y todo tipo de canciones que expresan sus sentimientos alrededor de estas conmemoraciones de la “noche buena”. La competencia de luces con las que se adornan los hogares y los centros comerciales, como si se tratara de un fino certamen de belleza en el mejor de los escenarios, hacen lucir las calles nocturnas con un cierto toque de matizados colores, creando una sensación de alegría entre grandes y chicos. Los adornos propios para la época, donde el “arbolito de navidad” comandando el ambiente interno de las casas, hacen sentir un aire que sólo se respira en esta parte final del año. Los regalos se constituyen en una devoción especial para la familia, reinando entre los más pequeños la expectativa de la sorpresa por lo que se esconde en el paquete envuelto. La presencia del Papá Noel, o «Santa», símbolo y atracción de las compras y ventas, llega a ser el personajes más nombrado y querido, con quienes muchos posarán para tener las fotos del recuerdo. Las fiestas, acompañadas de las tradicionales cenas, se candelarizan con anticipación, donde el arte culinario se hará presente para degustar los platos típicos alrededor de los familiares y amigos allegados. Para otros éste será el tiempo de darle más diversión a sus emociones, traducidas en bailes, comidas, bebidas; y algunos casos en excesivos desenfrenos carnales y embriagueces que conducen a los tristes y lamentables resultados de pérdidas de vidas en el llamado tiempo de la “paz”, que es lo que esperamos en la navidad. Y esto pareciera irónico si nos detuviéramos a meditar en el real y profundo significado de esta fiesta del año.
Lo arriba expresado se celebra por causa de un cumpleaños. Pero, ¿está presente el cumpleañeros? ¿Recibe él los honores, reconocimientos y regalos de sus comensales? ¡Nos da la impresión que no! La “Natividad”, de donde nos viene el nombre navidad o nacimiento, tiene que ver con un acontecimiento que sucedió hace dos mil años y que dividió la corriente de los ríos de la historia para siempre. La navidad no podemos soslayarla sin tomar en cuenta el insondable propósito divino para toda la humanidad. Jesucristo es el objeto de ella. Es cierto que no hay una postura exacta para la fecha de su nacimiento, pues la que tenemos no es la misma del calendario judío que tiene meses distintos, sin embargo la misma se ha dejado para recordarnos el acontecimiento más grande del que se tenga memoria. El nacimiento de Jesús no solo produjo el Antes y el Después de él, sino que en aquel establo de Belén, donde se le daba comida a los animales —el lugar menos digno para el nacimiento de un rey—, nació la única esperanza cierta que tiene la humanidad. Esa verdad se la dijo el ángel a José y María, cuando declaró: “Y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Jesús, porque el salvará a su pueblo de sus pecados”. Los sabios del oriente, conocidos como los reyes magos, vinieron con ese propósito. La pregunta era “¿dónde está el rey de los judíos, pues su estrella hemos visto en el oriente y venimos a adorarle?”. Y la noche de su nacimiento hubo un coro de ángeles que cantaron: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”.
La navidad es, pues, el nacimiento de la salvación. No es hiperbólico ni es sectarismo decir que fuera de Jesús no hay perdón de pecados ni entrada al cielo. Su nacimiento virginal fue el más indescriptible milagro, y su muerte y resurrección la expresión más grande del amor de Dios por nosotros. Celebrar la navidad sin tomar en cuenta el propósito redentor de Dios, no solo expresa un gran estado de ignorancia, sino también una insensible indiferencia ante Aquel que lo dio todo por nosotros. Alguien conjugó la palabra navidad de esta manera: NAVI-DAS, NAVI-DOY, NAVI-DAMOS. Porque la navidad es dar, es compartir. Dios nos dio el mejor regalo en la persona de su Hijo. El suyo ha sido el más grande derroche de amor por esta extraviada humanidad. Así tenemos que si en la navidad conmemoramos la fecha del nacimiento del redentor, ¿invitamos al cumpleañeros a su cumpleaños? ¿Le traemos nuestros presentes? ¿Recibe él el regalo de nuestras vidas?