Tres pasos para entender hoy el Dogma de la Asunción de la Virgen María
1.- Terminado el curso de su vida terrena, la Virgen María fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial. Esto es lo que definió como dogma revelado por Dios el Papa Pío XII, el día 1 de noviembre de 1950.
Aquí no se dice si la Virgen murió o no murió, terminado el curso de su vida terrena. El sentir mayoritario de la tradición eclesial ha creído que, por semejanza con Cristo que sí murió, también murió la Virgen María, aunque la definición dogmática de la Asunción silencie la muerte de María. Unas frases del prefacio de la misa de esta fiesta podría sugerir lo contrario, cuando afirma: “con razón no quisiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro la mujer que, por obra del Espíritu Santo, concibió en su seno al autor de la vida, Jesucristo”.
Por eso, cuando hablamos de la Asunción de María preferimos hablar de dormición y de tránsito, más que de muerte. Dejando a un lado cualquier discusión sobre este tema, lo que hoy nos gusta pensar y creer a los católicos es que la Virgen María pasó de este mundo directamente a los brazos de Dios, a los brazos de su Hijo, en el momento mismo en el que terminó el curso de su vida terrena. Tampoco creo que debamos hablar hoy de la gloria celestial, el cielo, como de un lugar físico, que está situado arriba, y, consecuentemente, el lugar al que fue llevada la Virgen María. El cielo como lugar físico no es defendido hoy por la teología actual; no está, pues, ni arriba, ni abajo. ¿En qué se diferencia la Asunción de María de la Ascensión de Cristo? La misma palabra Asunción; lo sugiere: el verbo asumir significa “hacerse cargo de algo, tomar para sí”. La Virgen fue asunta, fue tomada por Dios, fue atraída por Dios, la Asunción fue obra de Dios, no de la Virgen María; en cambio, Cristo ascendió a los cielos por su propia fuerza y virtud. En definitiva, más allá de frases y metáforas, en esta fiesta de la Asunción de la Virgen, los cristianos debemos alabar a Dios y de darle gracias porque hizo posible que una criatura humana como nosotros –María- fuera directamente a vivir con Él, nada más terminada su vida terrena. Esta es la aspiración de cada uno de nosotros, los cristianos.
2.- El Poderoso ha hecho obras grandes por mí. María sabe que no ha sido ella, con su propia fuerza y poder, la que ha engendrado en su seno al Hijo de Dios; ha sido el poder de Dios el que ha hecho en ella obras grandes. Dios la ha escogido precisamente a ella, porque ha mirado su humildad, la humillación de su esclava. María es humilde y sabe que vive en la verdad, sabe que ella no es más que el canal que Dios ha escogido para comunicar a los hombres su gracia salvadora. La vida de María es un canto de alabanza a la grandeza del Señor. La mejor manera de celebrar las fiestas de María es alabar a Dios por todas las cosas buenas que ha hecho Dios a través de nosotros. Nosotros, siempre débiles e imperfectos, hacemos cosas buenas porque Dios actúa en nosotros con su poder, su gracia y su fuerza. Alabemos a Dios por ello.
3.- El último enemigo aniquilado será la muerte. Este es el mensaje principal que nos trae esta fiesta de la Asunción de María: tenemos vocación de eternidad, nuestro destino es la vida. Cuando se rompan los lazos corporales que nos unen a la tierra será Dios mismo el que nos lleve junto a él. También nosotros, hijos de María, esperamos vivir siempre y para siempre en Dios, nuestro Salvador.
Gabriel González del Estal
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