¿Tiene algún sentido la Navidad?

Luis-Fernando Valdés

Ya está cerca la Noche buena. Las reuniones con los familiares y amigos nos llenan de ilusión. Los regalos expresan el cariño y la cena manifiesta la hospitalidad. La Navidad es entrañable, pero ¿conserva todavía algún sentido religioso? ¿La Navidad nos dice todavía algo a los hombres y mujeres de hoy?

El 25 de diciembre es la fecha que los primeros cristianos escogieron para celebrar el nacimiento de Jesucristo, porque ese día ocurre el equinoccio de invierno, cuando el sol termina su parábola descendente y empieza a haber más tiempo de luz que de oscuridad. El significado es que Cristo es la victoria de la luz sobre las tinieblas.

Pero la Navidad ya casi no tiene un significado espiritual para el hombre moderno. El hombre de hoy ha vencido los límites de la gravedad y llegado a la Luna y a Marte; además, ya descifró el mapa del mundo microscópico de los genes (el genoma). El universo ya no tiene secretos para él, entonces ¿para qué recurrir a Dios?

El hombre del siglo XXI ha inventado las comunicaciones instantáneas y así el planeta se ha convertido en una ‘aldea global’ (Marshall McLuhan). Y con internet, la web ofrece todo tipo de conocimientos: libros, música, imágenes, mapas. Todo el saber de la humanidad está a un ‘clic’ de distancia. ¿Qué nos añade acudir a Dios?

La sociedad actual se presenta a sí misma como autosuficiente: dice que no necesita de ningún dios para ser solidaria, tolerante y justa; afirma que el progreso tecnológico y económico -no la oración ni los ritos religiosos- ha traído esperanza y bienestar.

Sin embargo, basta un repaso a las noticias del mundo para que esa autosuficiencia se derrumbe. Hoy mismo contrasta la sociedad de consumo (‘Black Friday’, ‘El Buen Fin’) con las hambrunas de África. Hoy mismo vemos a niños destrozados por el uso de las armas, por el terrorismo y por cualquier tipo de violencia, en una época en que se invoca y proclama por doquier el progreso, la solidaridad y la paz para todos.

A pesar del progreso técnico, el hombre no progresa moralmente: sigue siendo el mismo. En todo ser humano perdura el drama interior: el riesgo de la libertad que puede elegir el mal para sí mismo o para los demás.

Por eso, como explica Benedicto XVI, los contrastes entre el progreso de unos y la miseria de muchos, entre los discursos pacifistas y la violencia diaria, son en realidad una ‘desgarradora petición de ayuda’ (Mensaje ‘Urbi et Orbi’, Navidad 2006).

Los hombres y las mujeres de hoy también “necesitan quizás aún más un Salvador, porque la sociedad en la que vive se ha vuelto más compleja y se han hecho más insidiosas las amenazas para su integridad personal y moral” (Ibídem).

Ante estos peligros para el ser humano, “¿quién puede defenderlo -pregunta el Papa- sino Aquél que lo ama hasta sacrificar en la cruz a su Hijo unigénito como Salvador del mundo?”.

También hoy la Navidad conserva su pleno sentido religioso. Celebramos que entra en el mundo “la luz verdadera, que alumbra a todo hombre” (Juan 1, 9). “Hoy, también hoy, nuestro Salvador ha nacido en el mundo, porque sabe que lo necesitamos” (Ibídem).

El ejemplo y las enseñanzas de Jesús nos muestran cómo superar las injusticias y la violencia, mediante el amor total y desinteresado a Dios y a los demás. Celebrar la Navidad es una manera de expresar que estamos alegres porque tenemos un Salvador, que nos permite superar la debilidad de nuestra propia libertad, superar el mal y ser solidarios, pacíficos y justos.

¡Felices fiestas para todos!

 Luis-Fernando Valdés

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