SOLO DIOS DA PLENITUD
1.- Dios no abandona a su pueblo. En el libro del Éxodo vemos que el pueblo que salió de la esclavitud de Egipto empieza ahora a cansarse de la libertad, ahora que tropieza con las primeras dificultades. Este pueblo tiene hambre y el hambre es mala consejera. En medio de él se levanta la sospecha, la crítica y la murmuración contra Moisés y Aarón: «Nos habéis sacado a este desierto para matarnos de hambre…». La murmuración de este pueblo hambriento alcanza también al mismo Dios y no sólo a sus representantes. Es Dios el que responde a las quejas de Israel; el mismo que lo sacó de Egipto es ahora el que sacará de apuros en el desierto, enviando el «pan del cielo» o «maná». Se trata de una especie de gotitas, como el rocío, que se forman en las hojas del tamarisco, producidas por la secreción de unas cochinillas, y caen después y se endurecen a causa del frío de la noche. Pero los israelitas, que no conocían el maná, se llenaron de asombro al encontrarlo, y vieron en él un alimento providencial. Se preguntaron: «¿Qué es esto?». Lo llamaron, en consecuencia, «maná», esto, según la etimología popular que recoge la Biblia. El carácter milagroso de este fenómeno, de suyo natural, depende sobre todo de las circunstancias en que se hallaban los israelitas. No cabe duda que para ellos se trató de un alimento providencial. La providencia de Dios actúa valiéndose de las cosas naturales.
2.- El alimento que perdura y sacia. Las cosas de este mundo, siempre nuevas, siempre más abundantes, nunca podrán ser suficientes para saciarnos. Nos entretienen pero no nos llenan. Su poder es tan transitorio como nuestra vida. ¿Existe algo que pueda darnos plenitud? Ya los griegos en su mitología reflejaron en el mito de Sísifo el anhelo del hombre de encontrar la el sentido de la vida y su fracaso: “Sísifo, como Prometeo, hizo enfadar a los dioses por su extraordinaria astucia. Como castigo, fue condenado a perder la vista y a empujar perpetuamente un peñasco gigante montaña arriba hasta la cima, sólo para que volviese a caer rodando hasta el valle, desde donde debía recogerlo y empujarlo nuevamente hasta la cumbre y así indefinidamente”
3.- El pan de vida. Pensando todavía en el maná y después de la experiencia de la multiplicación de los panes, los que siguen a Jesús creen que les habla de un pan maravilloso que sacia el hambre corporal de una vez por todas. Es el mismo malentendido de la samaritana cuando pide a Jesús que le dé el «agua viva» para no tener ya más sed y ahorrarse la fatiga de ir todos los días a la fuente. Por fin, Jesús responde con toda claridad: «Yo soy el pan de vida», el que da la verdadera vida. Jesús es la palabra de Dios, y el que la pronuncia, el que cree en él, vive para siempre; pues el hombre vive de la palabra de Dios. El hambre y la sed de vivir que padece el hombre sólo pueden saciarse con el verdadero pan bajado del cielo y con el agua viva que salta hasta la vida eterna. Este pan de vida y esta agua viva es Jesús, la Palabra de Dios.
¿Quién es Jesús para nosotros? ¿Le buscamos porque queremos saciar nuestra hambre corporal o más bien para satisfacer nuestra sed de plenitud? ¿Trabajamos nosotros solamente por la comida perecedera, o más bien trabajamos nosotros además suficientemente por la comida que permanece para vida eterna?
José María Martín OSA
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