Solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora
«Ya he entrado en mi huerto,
hermana mía, novia;
he tomado mi mirra con mi bálsamo,
he comido mi miel con mi panal,
he bebido mi vino con mi leche.
¡Comed, amigos, bebed,
oh queridos, embriagaos!
Yo dormía, pero mi corazón velaba.
¡La voz de mi amado que llama!:
«¡Ábreme, hermana mía, amiga mía,
paloma mía, mi perfecta!
Que mi cabeza está cubierta de rocío
y mis bucles del relente de la noche»» (CT. 5, 1-2).
Ejercicio de lectio divina de LC. 1, 39-56.
1. Oración inicial.
Iniciemos este encuentro de meditación y oración, en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
R. Amén.
Orar es servir a Dios con la prontitud con que María, cuando supo que Isabel estaba en estado de gestación, fue a visitarla, con el fin de servirla.
Orar es sentir que la alegría y la emoción nos embargan porque somos hijos de Dios, y no privarnos de testimoniar la fe que profesamos, por medio de nuestras palabras y obras.
Pidámosle al Espíritu Santo que se manifieste en nosotros, a fin de que nuestras oraciones sean conformes a la voluntad de Dios, ya que «el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos (los creyentes) es según Dios» (CF. ROM. 8, 26-27).
Orar es reconocer que Nuestra Santa Madre es bendita entre todas las mujeres, y que Jesús, -el fruto de su seno-, es el Bendito de Israel.
Orar es sentir una inmensa alegría, porque tenemos una gran intercesora en el cielo, que ora para que no nos desviemos del cumplimiento de la voluntad de Dios.
Orar es sentirnos dichosos porque lo que el Señor le dijo a María Santísima por medio del Arcángel Gabriel y el anciano Simeón, tuvo su pleno cumplimiento.
Orar es llenarnos de gozo tal como lo hizo María Santísima cuando recitó el Magníficat, porque sabía que Dios hizo de su corazón su humilde morada. Alegrémonos al saber que Dios se nos manifiesta en la Biblia, la Iglesia, el entorno en que vivimos, y, nuestras circunstancias vitales.
Orar es sentir que somos muy importantes, y que ello no se debe a nuestros méritos personales ni al poder, la riqueza y el prestigio que nos caracterizan, sino al amor que, Nuestro Padre celestial, siente por nosotros.
Orar es ser conscientes de que la misericordia de Dios nos alcanza, y por ello cumplimos su voluntad, pues queremos agradecerle todo lo que ha hecho por nosotros.
Orar es saber que nuestro orgullo humano debe ser vencido por el amor y la admiración que sentimos con respecto a Nuestro Padre común.
Orar es saber que Dios nos derriba de la altura humana en que nos situamos cuando somos orgullosos y nos negamos a cumplir su voluntad.
Orar es alegrarnos porque Dios exalta a quienes aprenden su Palabra, la aplican a sus vidas, y se hacen conocedores, del arte de la oración.
Orar es saber que Dios sacia nuestra sed de justicia y colma el anhelo que tenemos de ser amados, porque no queremos que, cuando fallezcamos, al tener que salir de este mundo sin los bienes y el dinero que hayamos acumulado, sintamos que hemos sido desprovistos, de todo aquello, por lo que nos esforzamos, mientras se prolongó nuestra vida.
Orar es saber que Dios nos acoge en su presencia, porque es misericordioso. El amor y la compasión divinos, carecen de límites.
Orar es cumplir la voluntad de Dios, sin permitir que la visión negativa de nuestras dificultades nos lo impida, a ejemplo de María Santísima, quien, sin saber si su prometido la iba a denunciar o se iba a separar de ella secretamente por haber cometido supuestamente adulterio contra él, sirvió a Isabel, dándoles más importancia a los problemas de su familiar, que a los suyos.
ORACIÓN A LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
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El PAPA FRANCISCO habla sobre la ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
Oración del Cardenal Mercier
Os voy a revelar un Secreto
para ser santo y dichoso.
Si todos los días, durante cinco minutos,
sabéis hacer callar vuestra imaginación,
cerráis los ojos a las cosas sensibles
y los oídos a todos los rumores de la tierra,
para penetrar en vosotros mismos, y allí,
en el santuario de vuestra alma bautizada,
que es el templo del Espíritu Santo,
habláis a este Espíritu Divino, diciéndole:
“¡Oh, Espíritu Santo, alma de mi alma, te adoro!
Ilumíname, guíame, fortaléceme, consuélame;
dime que debo hacer, dame tus órdenes;
te prometo someterme a todo lo que desees de mí
y aceptar todo lo que permitas que me suceda:
hazme tan sólo conocer tu voluntad”.
Si esto hacéis, vuestra vida se deslizará feliz,
serena y llena de consuelo, aun en medio
de las penas, porque la gracia será en proporción
a la prueba, dándonos la fuerza de sobrellevarla,
y llegaréis así a la puerta del Paraíso cargados
de méritos. Esta sumisión al Espíritu Santo
es el secreto de la Santidad.
(
http://www.celebrandolavida.org
).
2. Leemos atentamente LC. 1, 39-56, intentando abarcar el mensaje que San Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.
«El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; enaltece a los humildes
Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 39-56
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
-«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»
María dijo:
-«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»
María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa».
2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.
2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el texto, las frases más relevantes del mismo.
3. Meditación de LC. 1, 39-56.
3-1. Seamos humildes como María, para que Dios nos eleve junto a su Santa Madre a su presencia.
«En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá» (LC. 1, 39).
El hecho de que María se fue a la región montañosa, me recuerda que, en la Biblia, los montes aparecen como lugares perfectos, para estar en la presencia de Dios. María no necesitó irse a la región montañosa para sentir que estaba con Dios, porque, su vida reflejaba la presencia divina. María, se fue a la montaña a servir a Isabel, y, sin saberlo, fue muy valorada por Dios, porque, aunque no sabía lo que su prometido iba a hacer con ella, al creer que cometió adulterio contra él, sirvió a Isabel, dándole más importancia a la necesidad de su familiar de ser debidamente atendida, que a la resolución de su problema.
No permitamos que la visión negativa de nuestras dificultades nos debilite la fe, y permanezcamos siempre cumpliendo la voluntad de Nuestro Padre común, que consiste en que alcancemos la plenitud de la dicha, viviendo en su presencia.
María es grande a los ojos de Dios y sus hijos, pero, sin pretenderlo, alcanzó su grandeza, haciéndose pequeña, cuando tuvo la oportunidad, de cumplir sus deberes de hija, esposa y madre, y hacer el bien.
María es un ejemplo de fe viva para nosotros, quienes queremos aprender a ser importantes siendo grandes, y corremos el riesgo de olvidar que, lo mismo que aprendimos a vivir por medio de nuestras experiencias a partir del día en que nacimos, tenemos que empezar a crecer lentamente, y sin detenernos. En ciertas circunstancias, encontraremos a quienes nos ayuden a alcanzar mejores puestos que los que ocupamos, pero, en otras ocasiones, tendremos que alcanzar las posiciones que anhelemos sin ayuda humana, y, para conseguir lo que deseamos, tendremos que hacer nuestra, la humildad con que, Nuestra Santa Madre, se dedicó a servir a Isabel.
3-2. Dejemos que nos embarguen la alegría y la emoción de ser hijos de Dios, y demos a conocer este hecho.
«Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo» (LC. 1, 40-41).
Tal como a veces los niños se acostumbran a sus juguetes y pierden la ilusión que tenían cuando se los regalaron, nos hemos acostumbrado a ser amados por Dios, y ya no nos llenamos de alegría por esta causa, quizás porque la fe que tenemos se extingue de nuestros corazones, o porque es muy pequeña. Ello también puede sucedernos con nuestros familiares y amigos, así pues, es frecuente encontrar a quienes se casaron muy enamorados e ilusionados, y se les ha debilitado el amor que sentían hacia quienes tanto amaban.
Si nos acostumbramos a sentir el amor de Dios y nuestros familiares y amigos, llegará el día en que no haremos nada para fortalecer dichas relaciones, y, quizás sin percatarnos de ello, como dice mucha gente en nuestros días, se nos irá muriendo el amor.
Apenas San Juan Bautista se percató de que estaba en la presencia del Mesías, saltó de gozo en el seno de su madre, y el Señor lo bautizó, en aquel corto, intenso y maravilloso instante de euforia.
Aprendamos a controlar nuestros sentimientos, y a ser felices, porque tenemos a un Dios que nos ama inmensamente, una familia que, a pesar de sus defectos, nos ha enseñado a vivir, y unos amigos con quienes hemos pasado buenos momentos, y hemos compartido episodios significativos de nuestra vida.
Tal como veremos en el apartado 3-3 del presente trabajo, Isabel no bendijo a María por su cuenta, sino porque fue llena de Espíritu Santo (el poder de dios), y por ello fue impulsada a pronunciar las palabras, que constituyen parte de la oración, que le rezamos todos los días, a Nuestra Madre celestial.
3-3. Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
«Y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno» (LC. 1, 42).
«Ante Cristo y la Iglesia no existe desigualdad alguna en razón de estirpe o nacimiento, condición social o sexo» (Con. Vat. II, LG. n. 32), así pues, sin perjuicio de que nadie se sienta humillado por razón alguna, María es bendita entre las mujeres, por su Inmaculada Concepción, su escucha y aplicación de la Palabra de Dios a su vida, y su Maternidad divina.
Jesús es el fruto bendito de María. Todos los años, al disponernos a celebrar la Navidad, reflexionamos sobre lo que podemos hacer, para que Jesús se encarne y nazca en nuestra vida. Para que ello suceda, nos conviene conocer la Palabra de Dios y aplicarla a nuestra vida, -tal como lo hizo Nuestra Madre celestial-, y conocer y practicar, el arte de la oración.
Jesús es «el Dios con nosotros» (MT. 1, 23). Jesús es una bendición para sus creyentes, porque es Dios, y porque cumplió la misión que le encomendó Nuestro Padre común, de redimirnos.
Oremos y esforcémonos para ser una bendición para nuestros familiares, vecinos, amigos, compañeros de trabajo, y, hermanos en la fe.
3-4. Alegrémonos, porque, María Santísima, es Nuestra Madre.
«Y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno» (LC. 1, 43-44).
Cuando Isabel vio a María, se preguntó: ¿Quién soy yo para que venga a visitarme la Madre de mi Señor? Por causa de nuestras creencias, la moral que caracteriza nuestra vida, y la más elemental cortesía, sabemos que, cuando recibimos a nuestros familiares, amigos, y hermanos en la fe, debemos servirlos. Igualmente, si nos alegramos de tener a María Santísima por Madre, haremos bien al meditar los textos bíblicos en que se nos describen su fe, y la sencillez que siempre la caracterizó. Si conocemos la espiritualidad de Nuestra Madre celestial, no dejaremos de tenerla siempre en nuestras oraciones, pues, quienes creemos en la intercesión de los Santos, sabemos que, después de ser glorificada, ora incesantemente para que, el Reino de Dios, termine de ser instaurado, entre nosotros.
Tal como Isabel se admiró de cómo su hijo reconoció al Mesías y se llenó de alegría, llenémonos de gozo en la presencia del Señor, mientras oramos y nos esforzamos, para poder ser purificados, santificados, y, glorificados.
3-5. María es feliz, porque en ella se cumplió todo lo que le dijo el Señor, por medio de San Gabriel, y el anciano Simeón.
(Leamos LC. 1, 26-38. 2, 25-35).
«¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»» (LC. 1, 45).
Para comprender por qué depende la felicidad de María del cumplimiento de los mensajes que Dios le reveló por medio de San Gabriel y el anciano Simeón, nos conviene imaginar cómo nos sentiremos, cuando concluya el tiempo de nuestra purificación, y no necesitemos la fe, para saber que viviremos, en la presencia de Dios.
De la misma manera que son felices el estudiante que estudia una carrera y consigue trabajo, y la madre que consigue criar y educar a sus hijos, los cristianos seremos plenamente felices, cuando Dios termine de cumplir la promesa, de hacer de nuestra tierra, su Reino.
Cuando Isabel le dijo a María que sería dichosa porque se cumplirían en ella las palabras que le fueron reveladas, la situación de Nuestra Santa Madre, era muy delicada, pues su vida corría peligro. De igual manera, puede sucedernos que tengamos dificultades, y, tal como hizo María, por la fe que profesamos, no debemos dejar que, la visión negativa que tenemos de nuestros problemas, nos distancie del Dios, en quien hemos depositado, nuestra confianza.
3-6. Engrandece mi alma al Señor.
«Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor» (LC. 1, 46).
Cuando queremos engrandecer a nuestros seres queridos, alabamos sus cualidades, y aplaudimos los logros que alcanzan. A no ser que tengamos depresión y pensemos que no merecemos ser elogiados, nos gusta sentirnos estimados, y, valorados.
Si queremos que nuestra alma engrandezca al Señor, no solo tenemos que alabarlo, pues también tenemos que cumplir su voluntad. Dios se siente engrandecido cuando sus hijos hacen lo que les pide, porque sabe que ello es lo que más les conviene a los tales.
María engrandeció a Yahveh cuando no supo si José la iba a denunciar para que fuera lapidada por haber cometido supuestamente adulterio contra él, cuando viajó con su marido a Belén para que ambos se empadronaran, cuando ambos huyeron a Egipto para salvar la vida del pequeño Jesús quien era perseguido por los soldados de Herodes, cuando Jesús se les perdió durante tres días durante una celebración pascual, cuando el Señor vivió su Ministerio público y acaecieron su Pasión, muerte y Resurrección, y cuando surgió la Iglesia Madre de Jerusalén.
3-7. Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador.
«Y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador» (LC. 1, 47).
Si Dios se siente engrandecido cuando aprendemos su Palabra, la aplicamos a nuestra vida haciendo el bien, y le dedicamos tiempo a la oración, tales motivos son los que nos hacen alegrarnos, porque nos sentimos amados por Dios, Nuestro Salvador.
Alegrémonos porque Dios nos ha ayudado a superar diversas dificultades, y a crecer en los campos espiritual y material, después de habernos hechos sus hijos.
3-8. ¿Por qué se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador?
«Porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre» (LC. 1, 48-49).
Nos alegramos porque Dios, Nuestro Salvador, a pesar de nuestra pequeñez, ha perdonado nuestros pecados, y nos ha hecho hijos suyos. Nuestros méritos humanos no influyen en el hecho de que seamos hijos de Dios, pues ello es un don celestial que se nos concede, porque somos amados.
El himno que estamos considerando, está inspirado en el himno cantado por Ana en 1 SAM. 2, 1-10, y en algunos pasajes de los Salmos. No sabemos hasta qué punto María era conocedora de la Palabra de Dios, e incluso es fácil suponer que su ignorancia religiosa era grande, porque los judíos consideraban ilógico el hecho de enseñarles la Palabra de Yahveh a las mujeres. Teniendo este dato en cuenta, es razonable pensar que este himno fue compuesto por San Lucas u otro conocedor del antiguo Testamento, quien, al comprobar por sí mismo cómo vivían su fe los primeros seguidores de Jesús, constató que, María tendría que ser considerada como bienaventurada por los cristianos de todos los tiempos, porque Dios hizo prodigios admirables en su vida, los cuales son celebrados por quienes aceptan los dogmas marianos, promulgados y celebrados, por la Iglesia, así pues, en un tiempo en que las mujeres eran consideradas como esclavas, es difícil creer que María se considerara amada y dignificada por dios, aunque ello no es difícil de creer que sucediera por otra parte, porque, quienes se sienten amados por Nuestro Santo Padre, sienten que han alcanzado, la plenitud de la felicidad.
Si María carecía de conocimientos religiosos, ello no tuvo por qué atentar contra su fe. Recordemos que hay quienes tienen grandes conocimientos bíblicos, y no por ello tienen fe, pues la citada virtud teologal, es un don divino, que nos es infundido por el Espíritu Santo, y, aunque podemos cultivarlo, no podemos conseguirlo, por nuestros medios humanos.
Si María se reconoció muy querida por dios, no pensemos que pecó, pues reconoció que fue bendecida abundantemente. No confundamos la humildad cristiana con el desprecio de quienes piensan que solo merecen ser maltratados y odiados. Seamos humildes, aceptemos los dones que nos han sido concedidos por el Espíritu Santo, y ejercitémoslos. El Nombre de Dios es Santo, -es decir, está separado o apartado, de las ideologías que lo contradicen-. Tal separación, hace que Dios destaque especialmente en la vida de quienes lo aceptan, porque, por su perfección y su amor, ha llegado a ser, la plenitud de la felicidad, que añoramos.
3-9. Hemos sido alcanzados por la misericordia de dios.
«Y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen» (LC. 1, 50).
Según el diccionario de la R. A. E., la misericordia es un «atributo de Dios, en cuya virtud perdona los pecados y miserias de sus criaturas.» Dios se ha compadecido de nosotros, y se nos ha hecho el encontradizo, cuando hemos experimentado dificultades.
No confundamos el temor de Dios con el miedo, pues, en el Catecismo promulgado por San Pío X, leemos:
«¿Qué es temor de dios? – Temor de dios es un don que nos inspira reverencia de Dios y temor de ofenderle, y nos aparta del mal moviéndonos al bien» (Catecismo Mayor prescrito por San Pío X, el 15 de julio de 1905, n. 926).
De la misma manera que intentamos no decir ni hacer lo que hiere a nuestros familiares con tal de no ofenderlos, el temor de Dios es un don que nos impulsa a respetar a Nuestro Padre celestial, nos ayuda a recapacitar antes de incumplir la voluntad de Nuestro Padre común, y por ello decimos que nos ayuda a apartarnos de las sendas del mal, y nos induce a recorrer las del bien.
3-10. Dios quiere que actuemos como seguidores de Jesús.
(Leamos FLP. 2, 1-5).
«Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada» (LC. 1, 51-53).
Podemos hacer varias interpretaciones del texto lucano que estamos considerando.
1. Al tener en cuenta que el himno que estamos meditando está inspirado en varios textos del Antiguo Testamento, podemos considerar que el pueblo de Israel estaba constituido por los pobres que fueron ayudados por dios, y por ello vencieron a los poderosos reinos que llegaron a dominarlos, en diversas ocasiones.
2. Podemos considerar que, cuanto hay en nosotros que se opone a que cumplamos la voluntad divina, son los poderosos que tenemos que vencer, con la asistencia del Espíritu Santo. Si nos libramos de cuanto nos separa de Dios, llegaremos a ser miembros del pueblo humilde, que es socorrido por Dios. Esta interpretación es la que me indujo a recomendaros que leáis el texto de FLP., indicado al principio de este apartado.
3. Al interpretar literalmente el pasaje de LC. 1, 51-53, podemos cometer el error de pensar que Dios ama a los pobres y aborrece a los ricos y poderosos, y utilizar este texto, para promover la desigual lucha de clases.
Dado que los cristianos tenemos que hacer aquello que tenga el efecto de que nuestra manera de proceder se asemeje al modo de actuar de Dios, os recomiendo que leáis, el texto de FLP. 4, 8.
«Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta» (FLP. 4, 8).
3-11. Dios acoge a sus hijos con amor.
«Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos»» (LC. 1, 54-55).
A lo largo del Antiguo Testamento, Dios les hizo a ciertos personajes la promesa de engrandecerlos junto a sus hermanos de raza. Tal promesa fue cumplida cuando Jesús nació. La promesa no solo está relacionada con Israel, sino con toda la humanidad, porque todos nos consideramos descendientes de los Patriarcas de Israel, y redimidos por Cristo.
3-12. Después de servir a Isabel, María regresó a Nazaret, a enfrentar sus problemas.
«María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa» (LC. 1, 56).
San Lucas no narró en su Evangelio si María asistió a Isabel en el alumbramiento de su hijo, pues consideró que, tal detalle, no contribuiría al crecimiento espiritual de sus lectores, y por ello lo desechó, así pues, no olvidemos que los autores bíblicos no escribieron sus obras con la intención de satisfacer nuestra curiosidad, pues su propósito connsistía, en hacernos crecer, espiritualmente.
Después de haber asistido a Isabel durante tres Meses, María volvió a Nazaret, para ver qué quería hacer José con ella. Después de haber subido a la montaña para servir a Isabel, María volvió a Nazaret fortalecida, para afrontar sus dificultades.
Oremos para que la asistencia al culto religioso nos haga fuertes, para que así podamos resolver nuestros problemas, y cumplir perfectamente, los deberes que nos caracterizan.
3-13. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos, individualmente.
3-14. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de asimilarlos.
4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en LC. 1, 39-56 a nuestra vida.
Responde las siguientes preguntas, ayudándote del Evangelio que hemos meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.
3-1.
¿Qué podemos deducir del hecho de que María se fue a la región montañosa?
¿Cómo se reflejó la presencia de Dios en la vida de María?
¿A qué fue María a la región montañosa?
¿Por qué fue muy valorada por Dios María cuando tomó la decisión de ir a servir a Isabel?
¿Permitimos que la visión negativa de nuestras dificultades nos debilite la fe?
¿En qué consiste la voluntad de Dios respecto de nosotros?
¿Cómo alcanzó María su grandeza de alma?
¿Comprendemos que, antes de ser grandes, tenemos que sentirnos pequeños, y crecer lenta e ininterrumpidamente?
¿Qué virtud nos es indispensable a la hora de alcanzar lo que deseamos, independientemente de que alguien nos ayude a ello, o de que lo consigamos con la ayuda de Dios y nuestros medios?
3-2.
¿Por qué no constituye un motivo de profunda alegría para nosotros el hecho de saber que somos hijos de Dios?
¿Carecemos de fe en Dios?
¿Se nos está debilitando la fe?
En el caso de que se nos esté debilitando la fe, ¿hacemos algo para impedir que ello nos siga sucediendo?
¿Qué nos ocurrirá si nos acostumbramos a ser amados por dios, nuestros familiares, amigos y hermanos en la fe?
¿Qué hizo San Juan Bautista cuando se percató de que estaba en la presencia del Mesías?
¿Por qué fue bautizado San Juan en el seno de su madre?
¿Por qué nos es necesario aprender a ser felices a partir de nuestras circunstancias actuales?
¿Por qué bendijo Isabel a María?
¿Cuál es la oración mencionada en el apartado 3-2 del presente trabajo, que muchos cristianos rezamos diariamente?
3-3.
¿Por qué razones es María bendita entre todas las mujeres?
¿Cómo podemos lograr que Jesús se encarne y nazca en nuestra vida?
¿Qué significa que Jesús es el «Emmanuel» -o «Dios con nosotros»?
¿Por qué es Jesús una bendición para sus creyentes?
¿Cómo llegaremos a ser una bendición para nuestros familiares, vecinos, amigos, compañeros de trabajo, y hermanos en la fe?
3-4.
¿Por qué sabemos que debemos servir adecuadamente a quienes recibimos en nuestros hogares?
¿Qué haremos si nos alegramos de tener a María por Madre?
¿Por qué no es pecado el hecho de pedirle a María Santísima que interceda ante la Trinidad Beatísima por nosotros?
¿Qué sentimiento queremos experimentar mientras concluye el tiempo de nuestra purificación, santificación, y glorificación?
3-5.
¿Por qué es dependiente la felicidad de María del cumplimiento de la Palabra de Dios que le fue revelada?
¿Cuándo creemos los cristianos que seremos plenamente felices?
¿En qué situación se encontraba María cuando Isabel le dijo que era bendita porque se cumpliría en ella lo que le fue anunciado?
¿Por qué no debemos permitir que la visión negativa que tenemos de nuestros problemas nos distancie de Dios?
3-6.
¿Qué hacemos cuando queremos engrandecer a nuestros seres queridos?
¿Por qué nos gusta sentirnos estimados y valorados?
¿Cómo lograremos que nuestras almas engrandezcan al Señor?
¿Por qué se siente Dios engrandecido cuando sus hijos hacen lo que les pide?
¿En qué ocasiones engrandeció el alma de María al Señor?
3-7.
¿Cuáles son los motivos por los que nuestros espíritus se alegran en Dios, Nuestro Salvador?
¿Por qué nos alegraremos?
3-8.
¿Por qué causas nos alegramos?
¿Por qué no influyen nuestros méritos humanos en el hecho de que seamos hijos de Dios?
¿Por qué es fácil suponer que la ignorancia religiosa de María era grande?
¿Por qué es razonable pensar que el himno evangélico que estamos considerando no fue compuesto por Nuestra Santa Madre?
¿En qué ocasiones celebramos los católicos los prodigios admirables que hizo Dios en la vida de María?
¿Por qué es difícil pensar que María se sentía amada y dignificada por Dios?
¿Por qué es lo más natural del mundo que María se sintiera amada y enaltecida por Yahveh?
¿Por qué no tienen ninguna causa por la que estar relacionados el conocimiento de la Religión y la posesión de la fe cristianas?
¿Cómo es posible que haya grandes conocedores del mensaje bíblico sin fe en Dios?
¿Pecó María si se sintió sobreestimada por Dios? ¿Por qué?
¿En qué consiste la humildad cristiana?
¿Qué significa la santidad relativa al Nombre de Dios?
¿Por qué destaca Dios en la vida de quienes lo aceptan?
3-9.
¿Qué es el atributo divino llamado «misericordia»?
¿Cómo se ha compadecido Dios de nosotros, y se nos ha hecho el encontradizo?
¿Qué diferencia existe entre el temor de Dios y el miedo?
¿Qué es el temor de Dios?
¿Qué conseguimos al ser poseedores del citado don del Espíritu Santo?
3-10.
¿Quiénes son los pobres y poderosos mencionados en el texto de LC. 1, 51-53?
¿Por qué pueden ser tales pobres los israelitas, y, los poderosos, los que se los sometieron, a lo largo de su historia?
¿Por qué pueden ser los poderosos cuanto hay en nosotros que se opone a que cumplamos la voluntad de Dios, y podemos ser los pobres mencionados en dicho texto lucano?
¿Por qué no debemos utilizar el citado texto evangélico para promover la lucha de clases, manteniendo la idea de que Dios ama a los pobres, y desprecia a los ricos y poderosos?
¿Por qué debemos acoger la más justa de las interpretaciones de LC. 1, 51-53, atendiendo al mensaje de FLP. 4, 8?
3-11.
¿Qué promesas fueron cumplidas por Dios cuando aconteció el Nacimiento de Jesús?
¿Por qué son tales promesas relativas a toda la humanidad?
3-12.
¿Por qué no indicó San Lucas si María asistió al parto de Isabel?
¿Por qué no escribieron los autores bíblicos sus obras pensando en satisfacer la curiosidad de sus lectores?
¿Con qué propósito fueron escritos los libros de la biblia?
¿Por qué regresó María a Nazaret?
¿Cómo logró María ser fortalecida orando y sirviendo a Isabel al mismo tiempo?
¿Qué podemos aprender del hecho de que María actuó al mismo tiempo como alma contemplativa y activa?
5. Lectura relacionada.
Leamos y meditemos PR. 31, 10-31, pensando si, en nuestras comunidades y familias, las mujeres pueden actuar con libertad, o si son discriminadas, y reducidas a la servidumbre. No hagamos de María exclusivamente modelo de las mujeres que acatan órdenes automáticamente, porque también es Madre de las mujeres que, a base de que se les cierren puertas en la vida, saben lo que quieren, y luchan para conseguirlo.
6. Contemplación.
Al saber que Isabel estaba embarazada, María tomó la decisión de ir a servir a la futura madre de San Juan Bautista. A pesar de la grave situación en que se encontraba, la Madre de Jesús, buscó tiempo para atender a Isabel, en sus necesidades.
¿Le dedicamos tiempo, medios y energía, a la realización de la obra de Dios?
Tal como el pequeño Juan se llenó de gozo cuando se percató de que estaba en la presencia del Mesías, hagamos lo propio, porque somos hijos del Dios del amor, que perdona nuestros pecados, y nos consuela cuando somos atribulados.
María es bendita entre todas las mujeres, por su Inmaculada Concepción, su Maternidad divina, su virginidad, y su Asunción al cielo, así pues, oremos para que llegue el día en que también lo sea, por ser considerada como Corredentora, Mediadora de todas las gracias, y Abogada nuestra.
Adoremos a Jesús, el Dios y Hombre verdadero, de quien se dice en el Credo nicenoconstantinopolitano:
«Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos. Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo Hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.»
María es feliz porque se cumplió lo que le fue dicho de parte del Señor, y nosotros seremos dichosos, cuando Dios cumpla la promesa de hacernos habitar en su presencia, en un mundo carente de miserias.
Al igual que María enalteció al Señor viviendo como buena creyente, hagamos lo propio, conociendo la Palabra de Dios, aplicándola a nuestra vida cuando hagamos el bien, y dedicándole tiempo a la oración.
Dios no nos ama por nuestros méritos humanos. Hagamos lo que Nuestro Padre común nos pide, porque en ello se cifra la plenitud de la felicidad que añoramos.
La misericordia de Dios alcanza a todos los que lo aman y respetan su voluntad. Sintámonos acogidos, perdonados y amados por el Dios Uno y Trino.
No dejemos de cumplir la voluntad de Dios, pues ese es el camino que podemos recorrer para relacionarnos con Nuestro Padre celestial, y sus hijos los hombres.
Imitemos la conducta de María, al cumplir nuestras obligaciones, y al buscar el tiempo que necesitemos, para colaborar en la realización de la obra de Dios.
7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 1, 39-56.
Comprometámonos a aplicarnos las siguientes palabras de San Pablo:
«Efectivamente, siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda. Con los judíos me he hecho judío para ganar a los judíos; con los que están bajo la Ley, como quien está bajo la Ley -aun sin estarlo- para ganar a los que están bajo ella. Con los que están sin ley, como quien está sin ley para ganar a los que están sin ley, no estando yo sin ley de Dios sino bajo la ley de Cristo. Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio para ser partícipe del mismo» (1 COR. 9, 19-23).
Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.
8. Oración personal.
Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del mismo que hemos hecho.
Ejemplo de oración personal:
Señor Jesús: Hoy me comprometo a actuar como buen seguidor tuyo, realizando puntualmente mis actividades ordinarias, y contribuyendo a la realización de tu obra redentora.
9. Oración final.
Leemos y meditamos el Salmo 103, agradeciéndole a Dios el amor que nos ha manifestado.
Nota: He utilizado en esta meditación el leccionario de la Misa y la Biblia de Jerusalén.