A medida que el Espíritu de Dios se impone y llena el espíritu y el alma del hombre, también el cuerpo empieza a incorporarse a este estado de comunicación espiritual. Somos un todo indivisible, en el que todo obra en armonía con el llamamiento de Dios.
La confianza en Dios, y en uno mismo, se robustece a medida del continuo crecimiento espiritual, de manera que los actos son regidos por un único móvil. El que proviene de Dios que otorga por este medio, una capacidad de autocontrol superior a la que posee la gente estándar.
La práctica del autodominio, deja de ser una onerosa violación a la tendencia natural, (como nos reprochan los incrédulos) por que un nuevo hombre se ha formado según la voluntad y el imperio de Dios.
La disposición natural del nuevo ser ha sido transformada, y dirigida hacia metas absolutamente superiores. Cuando realiza el bien, es de lo más normal que hay en su condición y nueva naturaleza. Es el nuevo hombre (Efesios 4:24)
No existe ya subordinación a las querencias naturales, que sigan impresas aun desde la caída en el hombre corriente. Dios actúa en nosotros y pone sobre la nueva criatura recreada, unas inclinaciones nuevas para hacer su voluntad, y todo nuestro ser espíritu, alma y cuerpo coadyuva a este divino propósito.
Así afirma y nos constriñe la Sagrada Escritura: En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos naturales engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios) en la justicia y santidad de la verdad. Efesios 4:22,24.
Un mandamiento, imposible de cumplir para la persona inconversa. El “hombre viejo”, aun tiene mucho que decir en nosotros. Pero nuestro objetivo es perfectamente alcanzable si entregamos a Cristo todo nuestro ser; espíritu, alma y cuerpo, actuando el Espíritu Santo en nuestras mentes y en nuestros corazones, ya entregados a Él. (1ª Tes. 5:23).
Un mandamiento que solo exige lealtad y autodominio (posibles de forma natural, al nuevo hombre y a la nueva naturaleza) para que, hacer la voluntad de Dios sin aspavientos ni jactancia, sea algo grato que nos llene de satisfacción.
Y hasta cuando alguna vez, nos contraríe al hombre natural, porque no comprendamos bien el misterio del dolor y el sacrificio pasa siempre como dice la Escritura: esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria, (2ª Corintios 4:17) Así es que cada cual llevará su galardón.