SI CRISTO VINIERA A TU CASA, ¿LE RECIBIRÍAS?
1.- Vino a su casa y los suyos no la recibieron. Se refiere, en el texto evangélico, a la Palabra de Dios, a la Palabra que vino al mundo y el mundo no la conoció, a la Palabra que estaba junto a Dios y a la Palabra que era Dios, al Verbo encarnado, a Cristo. San Juan nos dice que esta persona, Cristo, vino a su pueblo, al mundo judío, a Jerusalén, y que los judíos no le recibieron. La historia la conocemos todos nosotros suficientemente y no es cuestión de repetirla, o comentarla, aquí ahora otra vez. La pregunta que realmente nos interesa responder a nosotros es si realmente nuestro mundo es mejor que el mundo judío del tiempo de Jesús, es decir, si nosotros, nuestro mundo, nuestra casa, recibirían hoy a Cristo mejor de lo que le recibieron los judíos. Desde luego, en nuestro mundo no hay ningún partido político que incluya en su programa el sermón de las bienaventuranzas. Y si Cristo viniera ahora a nuestro mundo predicando el sermón de las bienaventuranzas, iba a tener muy pocos seguidores; no creo que consiguiera suficientes diputados para tener representación parlamentaria. Nuestro mundo, el mundo en el que nosotros vivimos, no es el mundo de Dios; el reino de Dios está muy lejos de nuestro mundo. Esto, yo creo que todos los vemos bastante claro. Pero, a nivel familiar, o particular, ¿podemos decir que, mayoritariamente, el evangelio de Jesús es el que dirige y gobierna nuestras vidas? Pues, también aquí podemos decir que mayoritariamente no, aunque existan, ¡gracias a Dios!, muy honrosas excepciones. Debemos ser cada uno de nosotros, en particular, los que debemos hacernos, con total seriedad, la pregunta del principio: cuando Cristo llama a mi puerta, ¿le abro y le recibo con todas las consecuencias que esto supone? ¿No estaremos, desgraciadamente, muchos de nosotros, bien representados en el famoso soneto de Lope de Vega?: < ¿qué tengo yo que mi amistad procuras, qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta cubierta de rocío pasas las noches del invierno oscuras? Cuántas veces el ángel me decía: alma, asómate ahora a la ventana; verás con cuánto amor llamar porfía. Y cuántas, hermosura soberana, mañana le abriremos, respondía, para lo mismo responder mañana>.
2.- La sabiduría en medio de su pueblo será ensalzada y admirada en la congregación plena de los santos. La sabiduría, no la ciencia; la sabiduría es cosa de Dios, la ciencia es cosa de los hombres. Los cristianos amamos la ciencia, pero sólo para llegar con ella más fácilmente a Dios por el amor, es decir, para alcanzar la verdadera sabiduría. Nuestro mundo es bastante científico, pero no es sabio, porque no tiene amor y porque usa la ciencia, en gran parte, para matar mejor y para agrandar el inmenso abismo que separa a unos hombres de otros. La Sabiduría es Cristo, es el conocimiento y el amor de Dios y de todas las cosas en Dios y para Dios. Pidamos a Dios Padre que nos dé la sabiduría, que nos dé su gracia para que vivamos realmente como hijos adoptivos suyos, a imagen de su Hijo.
3.- Él nos eligió, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por amor. San Pablo lo tenía muy claro y así se lo dice a los primeros cristianos de Éfeso: estamos todos llamados a la santidad, es decir, a ser santos e irreprochables en la presencia de Dios, por amor. Para conseguir esta santidad por amor deberemos arrancar de los más oscuros sótanos de nuestra conciencia los egoísmos, las tendencias pecaminosas, los orgullos y vanidades, todos los pecados. Dios Padre nos ha elegido hijos adoptivos suyos, a imagen de su Hijo, Jesús, para que seamos en este mundo gloria y alabanza de su gloria. ¿Nuestra vida es gloria y alabanza de Dios ante nuestros hermanos? ¿Nos ven los demás realmente como gloria y alabanza de Dios? Son estas algunas de las preguntas que debemos meditar ahora y a las que deberemos responder los cristianos en este tiempo de Navidad.
Gabriel González del Estal
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