El nacimiento del trabajo asalariado, allá por la Revolución Industrial, provocó una ruptura con las formas tradicionales de vida, la cultura y la moral de la época. Un nuevo modelo de ser humano y de sociedad se implantó asegurando la riqueza de algunos y el empobrecimiento y la explotación del pueblo. Polanyi, que estudió esta época con detenimiento, afirmó que si los obreros estaban físicamente deshumanizados, los ricos estaban moralmente degradados. El modelo emergente los estaba destrozando a todos. Algunos eran más ricos, pero todos eran menos humanos.
La reacción del mundo obrero fue plantear una alternativa moral y cultural. Un nuevo proyecto de ser humano y de sociedad, basado en la justicia y en la solidaridad, empezó a tomar cuerpo en la vida de muchos obreros, de muchos pobres, y confluyó con otros sectores sociales y políticos y con la doctrina social de la iglesia, materializándose en numerosas iniciativas y luchas que ayudaron a humanizar a todos, a empresarios y a trabajadores. Sus logros llegan hasta hoy en forma de derechos que nos protegen a los trabajadores y nos ayudan a vivir más dignamente.
Hoy, aquel proyecto cultural ha ido difuminándose al tiempo que las organizaciones se alejan del principio para el que fueron creadas. Pobres, excluidos, parados, emigrantes, precarios, desanimados, pensionistas de miseria, jóvenes sin futuro…, viven su precaria existencia al margen de las organizaciones sindicales y políticas que se llamaron «del pueblo». Por supuesto que la actividad sindical y política les llega en forma de determinadas coberturas y ayudas, pero los pobres no están, no son el núcleo de la vida sindical y política, y tendrían que serlo; no son el problema radical de injusticia que las anima, las impulsa y les da sentido, y tendrían que serlo, por su bien y por el bien de estas organizaciones.
Dicen que tenemos un problema moral, que la cultura nihilista, la amnesia social, el consumismo o la cultura del hedonismo instintivo se han adueñado de nuestra conciencia y de nuestro corazón. Compartimos estas afirmaciones, pero es necesario preguntarse porqué ha sucedido. A nuestro entender la razón es que se ha perdido la preocupación por buscar la verdad del ser humano y por responder a los interrogantes de la existencia humana. Sin ello no sabemos analizar nuestro presente ni orientar nuestro futuro.
Es verdad que esta preocupación tiene un fundamento religioso, y que nosotros, como Iglesia que somos, estamos especialmente preocupados por ello. Pero es preciso recordar que las organizaciones políticas y sindicales que surgieron al principio de esta historia no eran religiosas precisamente, y ello no les impidió formular una propuesta para responder a unas inquietudes de tipo moral sobre el hombre y sobre la sociedad.
La moral no es una cuestión religiosa, es un problema humano; la religión es una respuesta a ese problema, la respuesta, creemos nosotros; pero es necesario que todos nos lo planteemos en estos momentos, que son muy parecidos a los que se vivieron en la revolución industrial, en los que se está alumbrando un nuevo modelo de ser humano y de sociedad que, como en aquel tiempo, está dejando a los pobres en la cuneta y nos está deshumanizando a todos.
No podemos vivir sin estas organizaciones, hoy son más necesarias que nunca, pero tienen el reto de asumir la defensa de los pobres y la restitución de la justicia que les ha sido arrebatada como su quehacer cotidiano y el sentido de ese quehacer. No sabemos si las actuales tendrán capacidad para transformase o si la necesidad hará surgir otras nuevas. Lo que sí sabemos es que el proceso será lento y doloroso, porque la justicia siempre surge como parto del amor. ■
EDITORIAL
Publicado en NOTICIAS OBRERAS:
Núm. 1.503 [01-05-10 / 15-05-10] pág. 5
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