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SAN JUAN PABLO II – Hemos dejado todo y te hemos SEGUIDO

SAN JUAN PABLO II - Hemos dejado todo y te hemos SEGUIDO

SAN JUAN PABLO II - Hemos dejado todo y te hemos SEGUIDO

🙏 SAN JUAN PABLO II – Hemos dejado todo y te hemos SEGUIDO

«Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (Mc 10, 28). Esta afirmación de san Pedro expresa la radicalidad de la elección que se exige al apóstol, una radicalidad que resulta más clara a la luz del diálogo exigente de Jesús con el joven rico. Como condición para la vida eterna, el Maestro le indicó la observancia de los mandamientos.

Ante su deseo de mayor perfección, le respondió con una mirada de amor y una propuesta totalitaria: «Anda, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres ―así tendrás un tesoro en el cielo―, y luego sígueme» (Mc 10, 21). Sobre estas palabras de Cristo cayó, como si el cielo se hubiera oscurecido repentinamente, la tristeza del rechazo. Entonces Jesús pronunció una de sus sentencias más severas: «¡Qué difícil es entrar en el reino de Dios!» (Mc 10, 24).

Pero él mismo, ante el desconcierto de los Apóstoles, mitigó esa sentencia, recurriendo al poder de Dios: «Nada es imposible para Dios» (Mc 10, 27).

La intervención de san Pedro se convierte en expresión de la gracia con que Dios transforma al hombre y lo hace capaz de una entrega total. «Lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (Mc 10, 28). Así es como se llega a ser apóstol. Y así es como se experimenta también el cumplimiento de la promesa de Cristo sobre el «ciento por uno»: el apóstol que ha dejado todo por seguir a Cristo ya vive en esta tierra, a pesar de las inevitables pruebas, una existencia realizada y gozosa.

Venerados hermanos, ¡cómo no expresar en este momento nuestra gratitud al Señor por el don de la vocación, primero al sacerdocio y después a su plenitud en el episcopado! Dirigiendo la mirada atrás, a las vicisitudes de nuestra vida, una gran emoción nos invade el corazón al constatar de cuántas maneras el Señor nos ha demostrado su amor y su misericordia. En verdad, «misericordias Domini in aeternum cantabo!» (Sal 89, 2).

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