SABEMOS EL CAMINO
Los discípulos de Jesús sólo habían convivido con Él dos años y unos meses, pero junto a Él habían aprendido a vivir con confianza.
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Ahora, al separarse, Jesús quiere dejar bien grabado en sus corazones estas palabras, es su gran deseo: “No os turbéis. Creed en Dios. Creed también en mí”.
Jesús comienza entonces a decirles palabras que nunca han sido pronunciadas así en la Tierra por nadie: “Voy a prepararos sitio en la casa de mi Padre”. La muerte no va a destruir nuestros lazos de amor. Un día estaremos de nuevo juntos. “Y adonde yo voy, ya sabéis el camino”.
Los discípulos le escuchan desconcertados. ¿Cómo no van a tener miedo? Si hasta Jesús que había despertado en ellos tanta confianza les va a ser arrebatado enseguida de manera injusta y cruel. Al final, ¿en quién podemos poner nuestra esperanza última? Tomás interviene para poner realismo: “Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?”. Jesús le contesta sin dudar: “Yo soy el camino que lleva al Padre”. El camino que conduce desde ahora a experimentar a Dios como Padre. Los demás no son caminos. Son evasiones que nos alejan de la verdad y de la vida.
La vida de Jesús: su bondad, su libertad para hacer el bien, su perdón, su amor a los últimos… hacen visible y creíble al Padre. Su vida nos revela que en lo más hondo de la realidad hay un misterio último de bondad y de amor. Él lo llama Padre.
Siempre que nos atrevemos a vivir algo de la bondad, la libertad, la compasión… que Jesús introdujo en el mundo, estamos haciendo más creíble a un Dios Padre, último fundamento de nuestra esperanza.