Remar mar adentro
Escrito por Mons. Christophe Pierre
Homilía de Mons. Christophe Pierre, Nuncio Apostólico en México, en su Visita Pastoral a la Diócesis de Linares; clausura del Jubileo por el 50º Aniversario.
Queridos hermanos y hermanas.
En preparación a este momento, el pueblo de Dios que peregrina en Linares ha tenido la oportunidad de hacer memoria y meditar en las multiformes gracias recibidas a lo largo de sus cincuenta años de vida diocesana. Memoria que provoca, casi de manera natural, que brote de los corazones de cada verdadero creyente el deseo de manifestar su tangible y más sentida acción de gracias a Dios.
Como por contraste, tal vez esta circunstancia también provoque en algunos una cierta tristeza, al traer a la mente aquellos momentos y circunstancias en las que no se logró secundar, como se hubiera deseado y esperado, los designios y acciones de Dios en la historia.
En todo caso, el momento que vivimos es ante todo momento de gracia que invita y empuja a mirar con gozo y gratitud el pasado, pero también y sobre todo, a dirigir decididamente los esfuerzos hacia el futuro, con el firme propósito de vivir con mayor plenitud la Nueva Alianza, y con la disponibilidad de afrontar con valentía y con optimismo, apoyados en la fe y la esperanza, los nuevos desafíos.
Así, para la diócesis de Linares, se abre, en el maravilloso contexto del Año de la Fe, una etapa nueva de su vida, en el que la consigna es: “¡Duc in altum!”, “Remar mar adentro”. Palabras que Jesús dirige hoy a nosotros como enérgica invitación a proyectarnos hacia el futuro sostenidos por la fe; enérgica invitación a mirar el horizonte evangelizador que se abre ante nosotros, a remar mar adentro confiando en su palabra.
Al concluir el Año Jubilar por el 50º aniversario del nacimiento de esta diócesis, la palabra del Señor, en efecto, nos invita, como a Pedro, a salir sin temor en búsqueda de frutos nuevos, a multiplicar los talentos recibidos, a “remar mar adentro” en y desde la comunión de todos, permitiendo que Cristo esté siempre en nuestra barca.
¡Sí, hermanos! Cuidemos que efectivamente Jesús esté en nuestra barca. Porque iniciar esta nueva etapa partiendo del supuesto de que Jesús está ya “ahí”, sin preocuparnos de “ver” si efectivamente mantenemos a Cristo a nuestro lado, más aún, sin preocuparnos de ponerlo consciente y permanentemente en el centro de nuestra vida individual y comunitaria, sería ilusorio: sería como salir a pescar en un día de tempestad, un navegar a la deriva. Sin Él en la barca, no habrá modo de enfrentar los embates que la vida nos presenta. En cambio, si lo dejamos subir en nuestra barca, si permitimos que Él sea el timonero, entonces los frutos estarán garantizados y podremos estar seguros de que la pesca será exitosa. Con Jesús en nuestra barca nada hay qué temer, pues “el poder de la cruz de Cristo y de su resurrección es más grande que todo el mal del que el hombre podría y debería tener miedo” (Juan Pablo II, Cruzando el Umbral de la Esperanza).
Permitir que Cristo esté en nuestra barca, lo cual quiere decir, ante todo, que es necesario creer en Él, abrazarnos a Él sin jamás hacerlo a un lado. Más aún, que debemos conocerlo profundamente al grado de enamorarnos de Él. ¡Sí, queridas amigas y amigos! Porque el cristiano debe ser alguien realmente enamorado de Cristo y de su Evangelio, a tal grado, de poder afirmar, al igual que San Pablo: “para mí la vida es Cristo” (Flp 1, 21). La historia personal del verdadero cristiano discípulo de Jesús, no es sino la historia de alguien que un día se encontró con Cristo para nunca más alejarse de Él.
Así lo comprendió y así lo hizo Pablo, que encontrando a Jesús se entregó totalmente a Él, sirviéndole con toda su alma y con todo su ser. Es más, no concebirá jamás su existencia sin Cristo. Desde el encuentro con Jesús su pasión consistirá en seguirle, en amarle, en servirle y en darle a conocer infatigablemente.
Del mismo modo ha de ser el encuentro del discípulo con Jesús, y del mismo modo deberá hacer de la vida de Cristo su misma vida, un deseo de ser totalmente de Cristo. A Pablo nada pudo apartarlo del amor de Cristo por fuerte o duro que fuese (Rom 8, 35-39). Fue tal la pasión con la que amó y se entregó a Jesús y a difundir el Evangelio a todas las gentes, que nadie ni nada pudo detenerlo ni apartarlo de Cristo.
En esta Diócesis, como en todo el Continente y en toda la Iglesia, se está dando impulso a un proyecto misionero para despertar la fe. En este contexto, animados también por el ejemplo de San Pablo, tal vez el primer esfuerzo deberá dirigirse a despertar la fe, ante todo, de cada uno de nosotros. Esa fe que nos capacite para ser verdaderos discípulos misioneros de Jesucristo que, en consecuencia, actúan dinámica y pastoralmente para despertar la fe de aquellas familias que se han descristianizado, y para despertar la fe de las comunidades cristianas llamadas a ser comunidades vivas, lugares en los que, viviéndola, se alimenta la fe de cada uno y se hace fuente en la que puedan saciar su sed de Dios todos cuantos le buscan aún sin saberlo.
Este es, no obstante su obviedad, un aspecto absolutamente fundamental en nuestro caminar cristiano. Porque, como ha recordado el Santo Padre durante la Audiencia General del pasado miércoles 17 de octubre: “Hoy vivimos en una sociedad profundamente cambiada, incluso en comparación con el pasado reciente y en constante movimiento. Los procesos de la secularización y de una extendida mentalidad nihilista, en lo que todo es relativo, han marcado fuertemente la mentalidad general. Por lo tanto, la vida es vivida con frecuencia a la ligera, sin ideales claros y esperanzas sólidas, dentro de relaciones sociales y familiares líquidas, provisionales. Sobre todo las nuevas generaciones no están siendo educadas en la búsqueda de la verdad y del sentido profundo de la existencia que supere lo contingente, en pos de una estabilidad de los afectos, de la confianza. Por el contrario, el relativismo lleva a no tener puntos fijos; la sospecha y la volubilidad provocan rupturas en las relaciones humanas, a la vez que se vive con experimentos que duran poco, sin asumir una responsabilidad. –Pero, añade el Santo Padre-, si el individualismo y el relativismo parecen dominar el ánimo de muchos contemporáneos, no podemos decir que los creyentes sigan siendo totalmente inmunes a estos peligros con los que nos enfrentamos en la transmisión de la fe”.
Nuestro reto, en consecuencia, es creer en Jesús, y para poder creer es necesario encontrarlo y ayudar a que los otros lo encuentren. Nuestro reto es creer, entusiasmándonos con el Evangelio y ayudando a los otros a entusiasmarse con él.
Y en este sentido, el Papa, poniendo el dedo en la llaga nos indica el camino: “El cristiano –dice el Santo Padre-, a menudo ni siquiera conoce el núcleo central de su propia fe católica, el Credo, dejando así espacio a un cierto sincretismo y relativismo religioso, sin claridad sobre las verdades a creer y la unicidad salvífica del cristianismo (…)”.En consecuencia, subraya el Papa, “debemos volver a Dios, al Dios de Jesucristo, debemos redescubrir el mensaje del Evangelio, hacerlo entrar en modo más profundo en nuestras conciencias y en la vida cotidiana”.
Muy queridos hermanos. La Iglesia diocesana que peregrina en Linares tiene la gloria y el orgullo de ser porción del pueblo universal del Señor, nacido por la voluntad amorosa de Dios, concretizada, manifestada y actuada a través del servicio generoso de sus pastores, los recordados señores obispos Anselmo Zarza Bernal, Antonio Sahagún López, Rafael Gallardo García, O.S.A. y de su actual Pastor, S.E. Mons. Ramón Calderón Batres. Pero tampoco olvidamos el servicio generoso de tantos y tantos discípulos misioneros de Jesús que han proclamado y proclaman hoy la Buena Nueva: sacerdotes y consagrados, padres de familia, maestros y catequistas y los numerosos hermanos y hermanas que de varios modos trasmiten el Mensaje y ayudan a acoger la fe, a despertar y a formar la conciencia, a ser firmes creyentes, y a vivir en la esperanza que no defrauda.
A todos y cada uno les rendimos homenaje con un gracias que brota del corazón, pero al que también unimos, para que sea completo, la renovada opción y el más firme compromiso por estar siempre con Jesús y por anunciarlo hoy y mañana, personal y comunitariamente, por mantenernos siempre, todos y cada uno, en la Alianza con Jesús.
“No tengan miedo”, nos decía el Papa Juan Pablo al inicio de su Pontificado. Y así lo hizo también después, invitándonos a recomenzar desde Cristo con la confianza puesta en el Maestro: “En tu nombre, Señor, echaré las redes”.
“Duc in altum!”. Nos esperan nuestros contemporáneos y los frutos de una vida vivida junto a Cristo. Si nos abandonamos en Él, el miedo desaparecerá y emprenderemos la marcha con la seguridad de quien sabe que en su barca va el Señor de la historia. “Duc in altum!”. Porque nuestro lugar no es la orilla; fuimos creados para remar mar adentro, para construir un mundo nuevo en dónde Cristo sea el Rey y el amor la gran ley de los hombres.
El Señor, dueño de la mies, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra madre y modelo, les conceda ser siempre fieles discípulos, dinámicos misioneros y entusiastas apóstoles. Que Él fortalezca en ustedes la fe, para que sean, siempre y en todo momento, cristianos verdaderos y conscientes que muestran a los hombres la alegría, la paz y la fuerza que viene del Espíritu y del amor infinito de Dios.
Que el Señor bendiga abundantemente a todos ustedes, a sus familias y a todos los habitantes de los diversos municipios que conforman esta amada diócesis de Linares.
A todos les digo: ¡Duc in altum!
¡Adelante!, ¡remen mar adentro!
Amén.