«Entonces Guiezi se presentó ante su amo. ¿De dónde vienes, Guiezi? le preguntó Eliseo. Su servidor no ha ido a ninguna parte respondió Guiezi.» 2 reyes 5:25 (NVI)
Caradura
No siempre los finales son felices. Guiezi era el siervo de Eliseo, que había hecho lo que no debía. Luego de sanar la lepra del general sirio Naamán, Eliseo rechazó sus regalos y dinero. Pero Guiezi fue a buscarlo para pedirle algo. Naamán, sin saber de sus mentiras, le dio con gusto porque estaba muy agradecido.
Con el botín escondido en un lugar secreto, Guiezi volvió a su trabajo habitual. Volvió a ir a la casa del profeta Eliseo porque era su siervo y su deber era asistir al profeta. Habían estado muchos años juntos. Guiezi había sido testigo del poder de este hombre de Dios y de su fidelidad al mandamiento divino.
La influencia de un gran hombre de Dios es condicionante pero no determinante. Se hubiera espera que alguien que estaba tan cerca de Eliseo copiara sus principios, su amor a Dios y su fidelidad a la Palabra. Pero Guiezi no aprendió nada. Y vuelve a ver al profeta luego de haber escondido su tesoro prohibido.
Cuando aparece, luego de algunas horas de ausencia, el profeta le pregunta ¿de donde vienes? Si lees la historia vas a ver que Eliseo ya sabía todo, sabía de las mentiras de Guiezi, de cómo fue a pedirle a Naamán el dinero, de cómo y donde lo escondió y de su caradurez para presentarse como si nada pasara nuevamente a trabajar.
¿Por qué le preguntó si sabía todo? Tal vez porque esperaba que Guiezi tomara conciencia y se arrepintiera. Que fuera honesto y reconociera su grave equivocación. Pero el pecado te lima la conciencia y te hace insensible. Guiezi ni siquiera se despeinó para responder: A ningún lado. ¿Puede alguien ser tan caradura de mentir con tanto descaro sin inmutarse? Si, definitivamente si.
Del lugar secreto vamos a la iglesia como si nada, llegamos el domingo y participamos de las reuniones, oramos, cantamos, hasta predicamos como si fuéramos súper espirituales. Y el lunes, o el domingo a la noche, volvemos a nuestro lugar secreto, donde guardamos el tesoro de nuestro pecado para seguir revolcándonos en lo que Dios desaprueba.
Si Dios usara la misma vara que utilzó con Guiezi, no quedamos ninguno sano. El castigo para este siervo fue que quedó leproso él y su descendencia por siempre. El pecado siempre paga, y paga mal. Arrepentite y cambiá ahora, antes que sea tarde.