LUIS-FERHANDO VALDÉS
Periódico AM Querétaro
El pasado 22 de agosto inició, para los musulmanes, un tiempo de ayuno llamado «ramadán». Aunque en México esta celebración no nos resulta tan cercana, en los países de Europa occidental, cada vez es más frecuente que se tengan en cuenta los calendarios de las otras grandes confesiones. A nosotros aquí, ¿qué nos puede enseñar la convivencia de las diversas religiones?
En épocas anteriores, algunas no muy lejanas, el contacto entre religiones era fuente de grandes conflictos, incluso violentos. Se entendía que si «mi religión» es verdadera, «las otras» son falsas. Y el siguiente paso consistía en evitarlas o eliminarlas.
Aunque, por efectos de la propaganda anti-católica, pocos lo sepan, la verdad es que la Iglesia fue pionera en fomentar el diálogo pacífico entre religiones. El Concilio Vaticano II promulgó, el 28 de octubre de 1965, la Declaración «Nostra aetate», en la que expone las líneas de acción en la relación del Catolicismo con las religiones no cristianas.
Ahí se declara que «la Iglesia católica nada rechaza de lo que en estas religiones hay de verdadero y santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y las doctrinas, que, aunque discrepan en muchos puntos de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres» (n. 2).
Esta actitud de apertura y de respeto ha tomado fuerza universal, mediante las Jornadas Mundiales de la Paz, convocadas por Juan Pablo II en Asís (Italia). En estas reuniones, el Papa polaco logró reunir a los líderes religiosos de todo el mundo, para rezar por la paz, en el respeto a las diferencias entre ellos, pero con el afán común de la unidad.
El respeto y el aprecio entre los creyentes de las diversas religiones es muy importante. No es sólo para lograr una mera «coexistencia pacífica». Ante todo, ese testimonio de convivencia ayudará a que muchas personas vuelvan a la creencia y a la práctica religiosas, pues hoy los pleitos por motivos religiosos son causa del alejamiento de la religión.
Si los creyentes de cualquier credo se tomaran en serio su fe, nos encontraríamos ante un mundo en el que se amaría a Dios y a su Ley santa, y por tanto se respetaría a las mujeres, se ayudaría a los enfermos y a los ancianos, se predicaría y se viviría la paz.
Por eso, sin caer en la tentación del sincretismo o de formar una religión universal, y sin ignorar tampoco las diferencias no tan sencillas de conciliar, es muy necesario ayudar a muchos a volver a la práctica religiosa, con la convicción de que un verdadero creyente necesariamente debe ser un buen ciudadano. Y este retorno será facilitado por la convivencia amistosa entre los fieles de las diversas confesiones.
En el mes llamado «ramadán», los musulmanes celebran que fue el período del año, en el que Mahoma recapitulaba el conjunto de lo que se le había revelado. Durante este tiempo, quedaba prohibido -desde el anochecer hasta el amanecer- comer, beber, fumar y tener relaciones conyugales. Es un tiempo de purificación, en el que los islámicos resaltan la obediencia a Dios, dan gracias por el Corán, y en el que muchos de ellos retoman la práctica religiosa.
Con un afán sincero de verdadera convivencia y diálogo sincero, me uno a los deseos de Benedicto XVI: «En el momento en el que los musulmanes comienzan el itinerario espiritual del mes de Ramadán, formulo para todos mis votos más cordiales, deseando que el Todopoderoso les conceda una vida serena y tranquila».
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