¡ Qué no decaiga la esperanza ! por Javier Leoz
¡La vida no termina! ¡A la vuelta de la esquina de la muerte, nos aguarda la eternidad! ¿Nos espera algo? ¡No! ¡Mucho más que algo! ¡Nos espera ALGUIEN!
¿Qué sería de un mundo sin esperanza? ¿Cómo pueden asumir –el trago amargo de la separación de sus seres queridos– aquellos que, el aguardar a… lo dejaron ya en el olvido?
1.- En este dos de noviembre, al día siguiente de festejar el triunfo de los grandes atletas de Dios (Todos los Santos), fijamos nuestra mirada en aquellos que nos han precedido en el camino de la vida.
-Lo hacemos desde el corazón. Donde, la muerte, es incapaz de arrebatarnos a aquellos que hemos querido, con los que hemos compartido tantos momentos buenos y también otros tantos malos.
En el corazón cuidamos un agradecimiento emocionado porque, entre otras cosas, dejaron profunda huella en palabras y en obras.
-Fijamos también nuestra mirada en nuestros difuntos con la esperanza de volvernos a ver.
¿Quién ha dicho que no ha vuelto nadie a relatarnos cómo se está o qué hay en la orilla que es la eternidad? ¡No es cierto!
Un tal Jesús de Nazaret, descendió al sepulcro, estuvo tres días en El y, al tercer día, cuando resucitó nos dijo que existía un Padre que nos esperaba. Que había vida y suficiente, más que de sobra, para todos los que creyeran y esperaran en El.
Si Jesús es la VIDA, tendremos vida en abundante; si Jesús es la VERDAD ¿por qué no nos hemos de fiar de sus promesas de que un día resucitaremos?
Si Jesús es el CAMINO, ya sabemos por dónde hemos de avanzar para no quedarnos sumidos en la desesperanza o en el desasosiego, en la tristeza o en la amargura: ¡Dios cumple lo que promete!
Conmemorar a nuestros difuntos en este día es querer y pedir lo mejor para ellos, que también lo será para nosotros, la VIDA ETERNA.
-Recordamos a nuestros seres queridos fallecidos con la mirada puesta en Dios. Un Dios que no permite que nadie de los suyos se pierda o se queden en el olvido.
Hoy la gran familia de la Iglesia se reúne para implorar y recordar que la misericordia de Dios es ilimitada.
Que, en sus brazos abiertos, esperamos se encuentren todos aquellos que cerraron los ojos a este mundo deseando verle; a todos aquellos que, en sus últimos instantes, no hicieron otra cosa sino proclamar: creo en Dios, creo en Cristo, creo en el Espíritu Santo, en la Resurrección de la carne…en la Vida Eterna.
Lo hacemos con las lentes de la fe y por ello mismo lo hacemos con esperanza y la seguridad de que la muerte es un obstáculo pero nunca un final. De que es una estación donde todos, tarde o temprano, nos apearemos pero donde –al final– pasará el último vagón que nos conducirá a la resurrección final.
2.- ¿Dónde están los nuestros? ¿Qué ha sido de ellos? ¿Cómo están y dónde se encuentran? Ni más ni menos, así nos lo dicta nuestra fe, EN LAS MANOS DE DIOS.
-Oremos para que, lejos de olvidarlos, estén presentes en nuestra vida diaria, en nuestra oración, en la misa que encargamos para ellos con motivo de su cumpleaños, su fallecimiento o una fecha especial.
-Oremos para que, el testimonio que nos dejaron, lo mantengamos vivo y presente en nuestras vidas.
-Oremos para que, la fe que profesaron, sea también para nosotros como un revulsivo para mantener al día nuestra esperanza en el Señor.
-Oremos para que, las faltas que pudieron tener, sean perdonadas por un Padre que nos comprende, que nos entiende pero que…busca y quiere nuestra perfección cristiana mientras nos encontramos en este mundo.
–Hoy no es un día de simplón sentimiento, de vago recuerdo, de lágrima fácil.
—Hoy es el momento de desearles a nuestros familiares difuntos lo que el mundo es incapaz de ofrecernos ni de darnos: LA ETERNIDAD.
Javier Leoz