›› Nos hemos de liberar de la falsa idea de que la fe ya no tiene nada que decir a los hombres de hoy.‹‹ Benedicto XVI
Hemos escuchado que la Iglesia católica celebra un Año de la Fe, a 50 años del Concilio Vaticano II, pero, ¿qué celebramos?
En tiempos pasados, digamos en tiempos de nuestros abuelos, el tema de la fe no era un tema de controversia ni discusión. Era así de radical, las personas tenían o no fe en Dios, y ya. No había grandes cuestionamientos. Luego llegó la época moderna donde las mentes se abrieron y hubo un divorcio entre la ciencia y la fe. (Sino es comprobable, es dudoso o no existe). Los racionalistas, los empiristas, los idealistas, y sus compañeros no niegan totalmente la fe, pero no llegan a encontrar el lugar para la misma.
Luego en otro tiempo, el iluminismo, el positivismo y el marxismo intentaron estrangular un “instinto” creyente, del cual terminaron siendo víctimas.
Entonces nos encaminábamos al tercer milenio creyendo que los hombres habríamos superado definitivamente, la pueril y oscura etapa de la fe para abrirse definitivamente al primado absoluto de la diosa razón, y nos sentimos solventes cuando se afirmó: “El hombre fue al espacio y comprobó que ahí no está Dios”, por lo tanto, creer se volvía como ser un hombre subdesarrollado.
Sin embargo, el hombre post-moderno se encuentra muchas veces con hechos inexplicables que la razón no alcanza a discernir, y nos sentimos con la necesidad imperiosa de creer pero, ¿en qué, y de qué manera? Tantas veces florece un sentimiento creyente sin fibra, sin fuerza ni consistencia, de manera “light”; creemos de manera fantasiosa, sin fundamento, de milagrería, como ilusoriamente, que deja en el alma del creyente un sabor de apetito insatisfecho, y de una búsqueda aún ni siquiera iniciada.
A veces ese deseo de creer, retrocede a tiempos del Siglo I y subsecuentes donde empieza la proliferación de tantas formas diversas de superstición, magia, adivinación, hechicería (cuando no directamente el satanismo) y la predicación con relativo suceso de tantas sectas cuyos discursos no resisten ni a la más elemental lógica y sentido común, tal fe testimonia una efervescencia que brota del hombre, ser religioso, aunque inadecuadamente asumida y canalizada.
Terminamos por convencernos que “el hombre es por naturaleza y por vocación un ser religioso. Viniendo de Dios y yendo hacia Dios. El hombre no vive una vida plenamente humana si no vive libremente su vínculo con Dios”. CIC 27. Y no es plenamente humano sino tiene sus raíces en lo divino, en lo que no se termina, en lo que da esperanza y certidumbre. Por ello el Año de la Fe es una iniciativa a dar razones del deseo del hombre en lo trascendente, de dar pasos firmes hacia lo que el alma aspira y decir como San Pablo: “Sé en quién he creído y estoy convencido”.
Patricia González Beltrán