¿Podría este ser el próximo Papa?

Séan O’Malley
Llegué a Guatemala, escasamente tres días después de la noticia que Benedicto XVI se retira. Se ha recalcado el hecho de que es primera vez en 600 años que un Papa dimite voluntariamente, estando vivo.
Pocos mencionan que esta renuncia es diferente. El Papa no se retira en condiciones adversas.
Su opinión cuenta. El puede influenciar la elección de su sucesor, si quiere hacerlo. No tiene que hacerlo abiertamente. Por ejemplo, el mero hecho de haber nombrado 6 cardenales en el último año manda una señal que quiere que consideren papabili a todos los que ha nombrado.
Entre ellos está el tan querido arzobispo de Boston, Séan O’Malley.
Séan escribe su nombre con acento en la e, para distinguir el nombre, que puede significar Juan en celta, o viejo, sin el acento.
Es irlandés-americano, pero también es cubano, hispano, portugués y ciudadano mundial en sus gustos, idiomas y acercamiento fraternal a todos los pueblos, con preferencia especial para los pobres y los oprimidos.
Pensando en estos temas, leo en el periódico de Guatemala un artículo por la escritora Brenda Sanchinelli Izeppi en el cual ella expone las cualidades que debe tener el próximo papa: ser políglota para hablar a las multitudes en su propio idioma; tener amplia sabiduría para tomar grandes decisiones; poseer el discurso para encantar a las masas y el carisma para derretir a sus seguidores; contar con el conocimiento teológico para continuar con la doctrina de la Iglesia Católica; poseer la humildad para entender que está al servicio de Dios.
Todos los cardenales cumplen con el cuarto requisito, o no hubieran llegado a ese nivel de jerarquía.
Creo que ninguno habla tantos idiomas como O’Malley, que tiene un especial dominio del español y el portugués que obtuvo durante sus estudios de doctorado sobre los escritores místicos de Portugal y España.
De los 1,200 millones de católicos, más de la mitad hablan español o portugués.
El criterio número 2 es contundente a favor de O’Malley. Recién nombrado arzobispo de Boston, y encarando el escándalo de abuso sexual más extendido del mundo, con centenares de víctimas, empezó por despedir a los abogados y apoderarse de las negociaciones.
Acto seguido, y sabiendo que el monto total de las reclamaciones superaba los $60 millones, vendió la residencia del obispo al Boston College por esa misma cifra, llegó a un arreglo con los demandantes y se dedicó a visitar las familias y las parroquias de las víctimas.
Eso se llama sabiduría y saber tomar grandes decisiones. Y no solo fue Boston. Hizo lo mismo en Palm Beach, en Fall River y, más recientemente, como legado especial de Benedicto XVI, en el país de sus antepasados, Irlanda.
El que ha escuchado a Séan predicar sabe que cumple con el tercer requisito. Su sentido del humor es legendario, como cuando fue nombrado cardenal en Boston y dijo lo bien que iba a pegar el sombrero rojo de cardenal en los juegos de béisbol de los Medias Rojas de Boston.
O’Malley predica con cuentos, con chistes y anécdotas. En eso se parece al propio Jesús, quien predicaba con parábolas en todo momento.
Muchos de los cuentos son de sus propias situaciones humoristas, como la vez que predicó en una cárcel sobre un incidente del Antiguo Testamento donde los rehenes hebreos se escapan. El día siguiente, su superior le dijo que acababa de recibir una llamada quejándose de Séan, dado que el día después de su charla a los presos, varios se habían escapado.
Pero de todos los criterios, el más ejemplar es la humildad del buen cardenal.
Hace varios meses, lo fui a recoger a un hotel del downtown donde asistía a un reunión de CALL, organización de líderes católicos hispanos.
Allí estaba esperándome, solo, con sotana de capuchino, sin coche ni asistentes para ayudarlo en nada. Nadie hubiera sospechado que encabeza una de las arquidiócesis más grandes y ricas del mundo.
Su maleta pesaba como 50 libras. Resulta que, como siempre, iba cargado de libros comprados por él para llevar la palabra de Dios a todos los rincones del mundo.
Tuve ocasión de vivir con él hace 40 años en un apartamentico en el área más pobre de hispanos en Washington. Todos los días, después de la misa que celebraba con 10 o 15 feligreses, me enseñaba un plato de comida que le trajeron los vecinos. Me dijo que no teníamos que preocuparnos, pues siempre le traían un plato suficiente para los dos. Y así fue por varios días, hasta que se enfermó la señora que típicamente actuaba de benefactora. Y entonces me dijo que no había problema, y sacó una lasca de bologna y un pan del refrigerador, para hacer dos sándwiches. (Hasta el azúcar tenía que guardarse en el refrigerador, por las cucarachas que habitaban el viejo edificio).
Y así fue por dos o tres días, hasta que yo decidí que con esas raciones no sobrevivía el verano e hice compras.
En esos días, el ahora cardenal tenía un abrigo de uso comprado en la tienda del Army-Navy por $5. Tenía un traje ya bien gastado, y dos sotanas de capuchino.
La última vez que estuvo en Miami me fijé en el traje negro que tenía, y me pareció por su desgaste que era el mismo de hace 40 años.
Así se viste el príncipe de la Iglesia radicado en Boston. Así andaba San Francisco de Asís, el fundador de los capuchinos.
Así debe andar un papa.
PRO-VIDA DE POR VIDA