Por Antonio DIAZ TORTAJADA
Sacerdote-periodista
Santa María, mujer de la calle:
Cómo querríamos parecernos a ti
en nuestras carreras sin aliento,
pero no tenemos metas.
Somos peregrinos como tú,
pero sin santuarios hacia donde ir.
Somos mas veloces que tu,
pero el desierto engulle nuestros pasos.
Caminamos sobre el asfalto,
pero el betún borra nuestras huellas.
Forzados de caminar y caminar,
nos falta en la alforja de los viajeros el mapa
que de sentido a nuestro itinerario.
Y con todos los enlaces de carretera
que tenemos a disposición,
nuestra vida no se enlaza con ningún enlace constructivo,
Las ruedas a relentí sobre los anillos de la absurdidad,
Y nos encontramos inexorablemente
a contemplar los mismos panoramas.
Danos, te rogamos, el gusto por la vida.
Haznos saborear la embriaguez de las cosas.
Ofrece respuestas maternas a las preguntas con el significado
sobre nuestro ir interminable.
Y si bajo nuestros neumáticos violentos
como en un tiempo
bajo tus pies desnudos,
ya no brotan las flores,
haz que aflojemos al menos nuestras frenéticas carreras
para gozar del perfume y admirar la belleza.
Santa María, mujer de la calle:
Haz que nuestras sendas sean,
como lo fueron las tuyas,
instrumento de comunicación con la gente
y no cintas aislantes
en las que aseguramos nuestra aristocrática soledad.
Líbranos de la ansiedad de la ciudad
y danos la impaciencia por Dios.
La impaciencia por Dios nos hace apretar el paso
por alcanzar a los compañeros de la calle.
La ansiedad de la ciudad,
en cambio, nos vuelve especialistas del adelantamiento.
Nos hace ganar tiempo,
pero nos hace perder al hermano
que camina junto a nosotros.
nos pone en las venas el frenesí de la velocidad,
Pero vacía de ternura nuestros días.
Nos hace apretar el acelerador,
pero no da a nuestra prisa,
como a la tuya,
el sabor de la caridad.
Comprime hasta en las siglas los sentimientos
pero nos priva de la alegría de aquellas relaciones cortas
que, para ser realmente humanas,
necesitan el gozo de cien palabras.
Santa María, mujer de la calle:
Señal de segura esperanza y consuelo
para el peregrino pueblo de Dios:
Haznos entender cómo,
más que sobre los mapas de la geografía,
tenemos que buscar sobre las mesas de la historia
las caravanas de nuestras romerías.
Es sobre estos itinerarios donde crecerá nuestra fe.
Llévanos de la mano
y haznos vislumbrar la presencia sacramental de Dios
bajo el hilo de los días,
en los acontecimientos del tiempo,
en el giro de las estaciones humanas,
en los ocasos de las omnipotencias terrenas,
en los crepúsculos matutinos de pueblos nuevos,
en las esperas de solidaridad que se atrapan en el aire.
Hacia estos santuarios dirige nuestros pasos.
para divisar sobre las arenas de lo efímero las huellas de lo eterno.
Devuélvenos los sabores de la búsqueda interior
a nuestra inquietud de turistas sin meta.
Si nos ves a la deriva,
parados, al borde de la carretera,
dulcísima Samaritana,
vierte sobre nuestras heridas el aceite del consuelo
y el vino de la esperanza.
Y luego vuélvenos a poner en el carril.
Desde las nieblas de este valle de lágrimas,
en las que se consumen nuestras aflicciones,
haz que dirijamos los ojos hacia los montes
desde donde vendrá la ayuda.
Y entonces sobre nuestras calles florecerá el regocijo del Magnificat.
Como ocurrió en aquella lejana primavera,
Sobre las alturas de Judea,
cuando tu subiste allí.