A veces el demonio nos sugiere esta idea: “¿Para qué rezar?”. Entonces es el momento de rechazar esta tentación y seguir rezando siempre, porque de la oración depende toda nuestra vida espiritual y también nuestra salvación o condenación eterna, pues como dice San Alfonso María de Ligorio: “El que reza se salva. El que no reza se condena”.
Si tenemos la desgracia de dejar de lado la oración, veremos que comenzamos a interesarnos mucho por las cosas de la tierra, por lo material, y olvidamos lo espiritual, lo que realmente importa. Olvidamos el cielo y nos atamos a la tierra, a este mundo como si fuera lo único que existe. En cambio si perseveramos en la oración, poco a poco nos vamos desatando de las cosas temporales y caminamos por este mundo pero con la mirada y el alma
puestas en el Cielo que nos espera.
Además con la oración se reciben todas las gracias que Dios nos tiene preparadas desde toda la eternidad y que nos las dará solo a cambio de que recemos para merecerlas.
No abandonemos NUNCA la oración, pues de ella depende nuestro destino y el del mundo.