Papa Francisco
«Jesús nos pide que creamos que el perdón es la puerta que conduce a la reconciliación»
«La vida es un camino, un camino largo que no se puede caminar solo», dice a los líderes religiosos
Jesús Bastante, 18 de agosto de 2014 a las 03:32
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El Evangelio les pide, como cristianos y como coreanos, rechazar con firmeza una mentalidad fundada en la sospecha, en la confrontación y la rivalidad, y promover, en cambio, una cultura modelada por las enseñanzas del Evangelio
(Jesús Bastante).- «Recemos para que surjan nuevas oportunidades de diálogo, de encuentro, para que se superen las diferencias, para que, con generosidad constante, se preste asistencia humanitaria a cuantos pasan necesidad, y para que se extienda cada vez más la convicción de que todos los coreanos son hermanos y hermanas, miembros de una única familia, de un solo pueblo». Este fue el principal llamamiento de Francisco durante su última misa en Seúl, en la que el pontífice volvió a llamar a la «construcción de una sociedad justa y humana».
«Pido a todos ustedes que se pregunten hasta qué punto, individual y comunitariamente, dan testimonio de un compromiso evangélico en favor de los más desfavorecidos, los marginados, cuantos carecen de trabajo o no participan de la prosperidad de la mayoría», incidió el Papa durante la misa por la paz y la reconciliación de las dos Coreas celebrada en la coqueta catedral de Seúl. Y seguida también, bajo una intensa lluvia, por miles de fieles en la plaza.
El Evangelio «les pide, como cristianos y como coreanos, rechazar con firmeza una mentalidad fundada en la sospecha, en la confrontación y la rivalidad, y promover, en cambio, una cultura modelada por las enseñanzas del Evangelio y los más nobles valores tradicionales del pueblo coreano», abundó el Papa.
En su homilía, Francisco recordó que «el don divino de la reconciliación, de la unidad y de la paz está íntimamente relacionado con la gracia de la conversión, una transformación del corazón que puede cambiar el curso de nuestra vida y de nuestra historia, como personas y como pueblo».
«Jesús nos pide que creamos que el perdón es la puerta que conduce a la reconciliación», subrayó Bergoglio. «Diciéndonos que perdonemos a nuestros hermanos sin reservas, nos pide algo totalmente radical, pero también nos da la gracia para hacerlo», aseguró el Papa, poniendo el ejemplo de la cruz de Cristo, que «revela el poder de Dios que supera toda división, sana cualquier herida y restablece los lazos originarios del amor fraterno. Éste es el mensaje que les dejo como conclusión de mi visita a Corea. Tengan confianza en la fuerza de la cruz de Cristo».
Concluye el periplo del Papa Francisco por Corea del Sur. Un viaje agotador, que en los últimos momentos ya pareció hacer mella en el rostro del Papa argentino, visiblemente cansado ante la última de seis agotadoras jornadas (incluyendo el viaje de ida, de unas doce horas de duración), que no concluirán hasta que alrededor de las seis de la tarde (hora española) aterrice en Roma.
La despedida de Francisco del pueblo surcoreano arrancó a las nueve de la mañana (hora coreana, dos de la madrugada en nuestro país), con un breve encuentro con los líderes de las distintas religiones con presencia en el país. Ante representantes budistas, ortodoxos, confucionistas, musulmanes, anglicanos, del Ejército de Salvación y del resto de confesiones (quienes estuvieron presentes en la misa), el Pontífice recordó la necesidad de que las religiones trabajen unidas por la paz en un mundo asediado por la guerra y por la burda utilización del nombre de Dios para justificar cualquier tipo de violencia.
Francisco les agradeció «la gentileza de venir a saludarme» y afirmó que «la vida es un camino, un camino largo que no se puede caminar solo. Se tiene que caminar con los hermanos y en la presencia de Dios».
«Les agradezco a ustedes este gesto de caminar juntos en la presencia de Dios, que fue lo que pidió Dios a Abraham».»Somos hermanos, nos reconocemos como hermanos y caminamos juntos. Que Dios los bendiga y por favor les pido que recen por mí. Muchas gracias», improvisó el Papa.
Antes de arrancar la ceremonia litúrgica, Francisco se detuvo ante varios ancianos en sillas de ruedas, símbolos de la Corea desunida. Especialmente emotivo fue el momento de oración del Papa con una mujer, víctima de la esclavitud sexual del imperio japonés durante la II Guerra Mundial, quien le regaló una insignia que Bergoglio se colocó bajo la casulla antes de dirigirse al altar.
Entre los invitados especiales se encontraban la presidenta Park Geun-hye, 50 estudiantes de secundaria -«el futuro de la Iglesia y la sociedad» según los organizadores- o varios inmigrantes que representan a las familias multiculturales. Junto a ellos, cinco refugiados norcoreanos -Pyong Yang decidió no permitir a los católicos del norte participar en celebración alguna- y otros tantos familiares de ciudadanos secuestrados por el régimen comunista participaron en la Eucaristía.
El Papa también tuvo un especial recuerdo para el cardenal Filoni, enviado por Francisco a Irak para ayudar a todos los que sufren en la Tierra. «Para que el Señor esté cerca de él en su misión», rogó durante las peticiones.
Este es el texto de la homilía de Francisco
Queridos hermanos y hermanas:
Mi estancia en Corea llega a su fin y no puedo dejar de dar gracias a Dios por las abundantes bendiciones que ha concedido a este querido país y, de manera especial, a la Iglesia en Corea. Entre estas bendiciones, cuento también la experiencia vivida junto a ustedes estos últimos días, con la participación de tantos jóvenes peregrinos, provenientes de toda Asia. Su amor por Jesús y su entusiasmo por la propagación del Reino son un modelo a seguir para todos.
Mi visita culmina con esta celebración de la Misa, en la que imploramos a Dios la gracia de la paz y de la reconciliación. Esta oración tiene una resonancia especial en la península coreana. La Misa de hoy es sobre todo y principalmente una oración por la reconciliación en esta familia coreana. En el Evangelio, Jesús nos habla de la fuerza de nuestra oración cuando dos o tres nos reunimos en su nombre para pedir algo (cf. Mt 18,19-20). ¡Cuánto más si es todo un pueblo el que alza su sincera súplica al cielo!
La primera lectura presenta la promesa divina de restaurar la unidad y la prosperidad de su pueblo, disperso por la desgracia y la división. Para nosotros, como para el pueblo de Israel, esta promesa nos llena de esperanza: apunta a un futuro que Dios está preparando ya para nosotros. Por otra parte, esta promesa va inseparablemente unida a un mandamiento: el mandamiento de volver a Dios y obedecer de todo corazón a su ley (cf. Dt 30,2-3). El don divino de la reconciliación, de la unidad y de la paz está íntimamente relacionado con la gracia de la conversión, una transformación del corazón que puede cambiar el curso de nuestra vida y de nuestra historia, como personas y como pueblo.
Naturalmente, en esta Misa escuchamos esta promesa en el contexto de la experiencia histórica del pueblo coreano, una experiencia de división y de conflicto, que dura más de sesenta años. Pero la urgente invitación de Dios a la conversión pide también a los seguidores de Cristo en Corea que revisen cómo es su contribución a la construcción de una sociedad justa y humana. Pide a todos ustedes que se pregunten hasta qué punto, individual y comunitariamente, dan testimonio de un compromiso evangélico en favor de los más desfavorecidos, los marginados, cuantos carecen de trabajo o no participan de la prosperidad de la mayoría. Les pide, como cristianos y como coreanos, rechazar con firmeza una mentalidad fundada en la sospecha, en la confrontación y la rivalidad, y promover, en cambio, una cultura modelada por las enseñanzas del Evangelio y los más nobles valores tradicionales del pueblo coreano.
En el Evangelio de hoy, Pedro pregunta al Señor: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?». Y el Señor le responde: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18,21-22). Estas palabras son centrales en el mensaje de reconciliación y de paz de Jesús. Obedientes a su mandamiento, pedimos cada día a nuestro Padre del cielo que nos perdone nuestros pecados «como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden». Si no estuviésemos dispuestos a hacerlo, ¿cómo podríamos rezar sinceramente por la paz y la reconciliación?
Jesús nos pide que creamos que el perdón es la puerta que conduce a la reconciliación. Diciéndonos que perdonemos a nuestros hermanos sin reservas, nos pide algo totalmente radical, pero también nos da la gracia para hacerlo. Lo que desde un punto de vista humano parece imposible, irrealizable y, quizás, hasta inaceptable, Jesús lo hace posible y fructífero mediante la fuerza infinita de su cruz. La cruz de Cristo revela el poder de Dios que supera toda división, sana cualquier herida y restablece los lazos originarios del amor fraterno.
Éste es el mensaje que les dejo como conclusión de mi visita a Corea. Tengan confianza en la fuerza de la cruz de Cristo. Reciban su gracia reconciliadora en sus corazones y compártanla con los demás. Les pido que den un testimonio convincente del mensaje reconciliador de Cristo en sus casas, en sus comunidades y en todos los ámbitos de la vida nacional. Espero que, en espíritu de amistad y colaboración con otros cristianos, con los seguidores de otras religiones y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que se preocupan por el futuro de la sociedad coreana, sean levadura del Reino de Dios en esta tierra. De este modo, nuestras oraciones por la paz y la reconciliación llegarán a Dios desde más puros corazones y, por un don de su gracia, alcanzarán aquel precioso bien que todos deseamos.
Recemos para que surjan nuevas oportunidades de diálogo, de encuentro, para que se superen las diferencias, para que, con generosidad constante, se preste asistencia humanitaria a cuantos pasan necesidad, y para que se extienda cada vez más la convicción de que todos los coreanos son hermanos y hermanas, miembros de una única familia, de un solo pueblo.
Antes de dejar Corea, quisiera dar las gracias a la Señora Presidenta de la República, a las Autoridades civiles y eclesiásticas y a todos los que de una u otra forma han contribuido a hacer posible esta visita. Especialmente, quisiera expresar mi reconocimiento a los sacerdotes coreanos, que trabajan cada día al servicio del Evangelio y de la edificación del Pueblo de Dios en la fe, la esperanza y la caridad. Les pido, como embajadores de Cristo y ministros de su amor de reconciliación (cf. 2 Co 5,18-20), que sigan creando vínculos de respeto, confianza y armoniosa colaboración en sus parroquias, entre ustedes y con sus obispos. Su ejemplo de amor incondicional al Señor, su fidelidad y dedicación al ministerio, así como su compromiso de caridad en favor de cuantos pasan necesidad, contribuyen enormemente a la obra de la reconciliación y de la paz en este país.
Queridos hermanos y hermanas, Dios nos llama a volver a él y a escuchar su voz, y nos promete establecer sobre la tierra una paz y una prosperidad incluso mayor de la que conocieron nuestros antepasados. Que los seguidores de Cristo en Corea preparen el alba de ese nuevo día, en el que esta tierra de la mañana tranquila disfrutará de las más ricas bendiciones divinas de armonía y de paz. Amén.
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