Palabras del Papa Francisco a la Virgen María
Al final de esta celebración, nuestro pensamiento se dirige a la Virgen María, Madre amorosa y premurosa con todos sus hijos, que Jesús le ha confiado desde la cruz, mientras ofrecía a Sí mismo en el gesto de amor más grande. Ícono de este amor es la Síndone, que también esta vez ha congregado tanta gente aquí en Turín. La Sábana Santa atrae hacia el rostro y el cuerpo martirizado de Jesús y, al mismo tiempo, impulsa hacia el rostro de toda persona sufriente y perseguida injustamente. Nos impulsa en la misma dirección del don de amor de Jesús. “El amor de Cristo nos apremia”: estas palabras de San Pablo eran el lema de San José Benito Cottolengo.
Recordando el ardor apostólico de tantos sacerdotes santos de esta tierra, desde Don Bosco, de quien recordamos el bicentenario de su nacimiento, los saludo con gratitud a ustedes, sacerdotes y religiosos. Ustedes se dedican con empeño al trabajo pastoral y son cercanos a la gente y a sus problemas. Los animo a llevar adelante con alegría su ministerio, apuntando siempre a lo que es esencial en el anuncio del Evangelio. Y mientras les agradezco a ustedes, hermanos Obispos del Piamonte y del Valle de Aosta, por su presencia, los exhorto a estar junto a sus sacerdotes con afecto paterno y calurosa cercanía.
A la Virgen Santa le confío esta ciudad y su territorio y aquellos que habitan aquí, para que puedan vivir en la justicia, en la paz y en la fraternidad. En especial encomiendo a las familias, a los jóvenes, a los ancianos, a los encarcelados y a todos los sufrientes, con una especial consideración por los enfermos de leucemia, hoy en la Jornada Nacional contra la leucemia, linfoma y mieloma. María Consolata, reina de Turín y del Piamonte, fortalezca nuestra fe, asegure nuestra esperanza y fecunde nuestra caridad, para ser “sal y luz” de esta bendita tierra, de la que yo soy nieto.
(Traducción del italiano: Renato Martínez – RV)