Por Antonio DIAZ TORTAJADA (Sacerdote-periodista)
Señor de la belleza y de la vida:
Ponemos en tus manos a tantos hermanos nuestros
que viven los deportes paralímpicos.
¿Seremos capaces de amar algo fuera de lo hermoso y bello?
Por encima de lo bello y lo que nos repulsa
está la belleza que procede de Ti
y que imprimiste en el corazón de todo hombre y mujer;
esa belleza que llevamos en vasijas de barro,
unas rotas y otras cuarteadas.
Hoy, la dictadura de las opiniones comunes
sintonizan amigablemente con los criterios clásicos
permitiendo a muy pocos identificar la belleza
con algo que no sea la apariencia externa del cuerpo humano.
La belleza física es efímera y por tanto imperfecta.
Lo bello, lo auténticamente bello,
no muere sino que se convierte en otra cosa bella.
Por todo ello, Señor, te damos gracias
por estos hermanos nuestros que contemplan el deporte
como elemento de superación física,
como un lugar de encuentro abierto a todos y a todas,
sin barreras ni exclusiones,
abriendo la puerta al desarrollo personal y social
de las personas que lo practican.
Esto es particularmente así para las personas con discapacidad.
Ellos e inspiran en los principios
de la promoción del esfuerzo físico y moral,
de la educación de la juventud
en un espíritu de respeto mutuo, de tolerancia y fraternidad.
El deporte para las personas con discapacidad física o psíquica
comporta la superación como una meta,
de un lado superar obstáculos externos
que dificultan el acceso al deporte por parte de estas personas,
y de otro lado la auto superación.
Es un reto para la igualdad respetando las diferencias,
para ello, te pedimos, Señor,
que se adapte el deporte
a las limitaciones funcionales
de las personas con discapacidad
y es igualmente necesario eliminar las barreras,
no sólo las físicas, fundamentalmente las mentales y sociales.
Que el deporte sea un elemento
que facilite la integración social,
la cooperación y la solidaridad,
el trabajo en equipo y el sentido de pertenencia a un grupo.
Señor de la belleza y la vida:
Que el deporte, de los atletas paralímpicos,
practicado con pasión y vigilante sentido de la ética,
se convierta en escuela de sano espíritu competitivo,
de formación humana y los valores espirituales,
en medio privilegiado de crecimiento
personal y el contacto con la sociedad.
Que sepamos contemplar
por encima de las dificultades físicas,
que tan poco se valoran en nuestra sociedad,
La belleza del gesto por el cual la hermosura física
no decanta en fealdad sino que es sublimada;
una belleza que no podrá ser ya percibida exclusivamente
con los ojos del cuerpo
sino que precisará siempre de los del alma.
Es así que la belleza de la donación, del amor y de la virtud:
la belleza inmortal,
se descubre internamente, con los ojos del espíritu.
Con esos ojos quedamos fascinados
y somos aptos para aprender
que el atractivo del cuerpo no lo es todo.
La belleza del deporte paralímpico
es la marca que suele sonreír con esplendor en la bondad,
en la verdad y en el amor que hay en las obras que hacemos.
Si somos capaces de captar la belleza de un acto de amor,
que sepamos esforzarnos
por dar el paso de lo meramente exterior
a la realidad profunda que capta el espíritu,
lo que captamos dentro de nosotros;
así estaremos más preparados de percibir toda verdad,
bondad y amor que, en suma,
llevan la impronta de la belleza de estos animosos deportistas
que nunca caduca.
Quien busque con honestidad la belleza
será capaz de verla con los ojos del alma.
Y esos mismos ojos, indefectiblemente, nos llevarán al autor;
a ese autor que no tuvo apariencia humana en su pasión
y luego, resucitado, revestido por el valor de su acto supremo
de donación, es la Belleza misma.
Amén.
Valencia, agosto 2012
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