María L. Granado Sosa
Revista Acción Femenina, México. Sept 2010/año77/948
Los mexicanos, desde hace más de 100 años, festejamos el 15 y el 16 de septiembre la gran fiesta nacional de nuestra independencia. Desde que tenemos uso de razón conocemos a «los héroes que nos dieron patria», entre ellos, el cura Miguel Hidalgo, el cura José María Morelos y Pavón, el capitán Ignacio Allende, el capitán Juan Aldama, etc.
Hoy más que nunca tenemos presente esos nombres y esos hechos, pues estamos a punto de festejar el bicentenario de la independencia. Mucho se ha escrito sobre la «tropa» que acompañó a estos líderes, familias enteras armadas sólo con sus instrumentos de labranza, machetes, pocas espadas, algunos caballos y mucho fervor patriota.
Si nos detenemos a reflexionar estamos obligados a preguntarnos, ¿qué hacían las mujeres y los niños en esa tropa? Los testimonios de la época nos ayudan a comprender que su presencia fue tan importante como la de los soldados entrenados.
VALIENTES, HÁBILES E INTELIGENTES
Las mujeres tuvieron la facilidad de entrar, sin ser detenidas, a las distintas ciudades para conseguir en el mercado víveres para los soldados que ellas se encargaban de convertir en alimento para la tropa y mientras asistían al mercado, ya fuese en local o al aire libre, reconocían el trazo de las ciudades o pueblos, ubicaban cuarteles o puestos de defensa de las fuerzas enemigas, o bien, con su imagen de amas de casa, consiguiendo alimentos en el mercado, podían entregar correo, planes militares o cualquier otro documento importante para la insurgencia.
¿Quién diría que la guerra de independencia encontró un magnífico correo en las enaguas y en las canastas de las mujeres que siguieron a la insurgencia? Aunque la mayoría de estas mujeres valientes y emprendedoras han quedado en el anonimato, se ha podido rescatar la figura de Gertrudis Bocanegra, quien en su juventud fue lectora de los principales autores de la Ilustración, y cuando estalló la guerra de independencia ella y su familia se adhirieron al movimiento.
Gertrudis Bocanegra sirvió como correo de los insurgentes en la región de Pátzcuaro y Tacámbaro. Fue muy hábil al armar una red de comunicación entre las principales sedes de la rebelión independentista. Uno de sus hijos se unió a las filas de Miguel Hidalgo y Costilla a! iniciar la guerra de Independencia. Lamentablemente tanto ella, como su esposo y su hijo perecieron en la guerra.
Aunque no todas han sido olvidadas por la historia, aún tenemos presente el nombre de Josefa Ortiz de Domínguez, quien en su calidad de esposa del corregidor de Querétaro, pudo permitir la conspiración criolla de 1810, so pretexto de reunir en su salón a hombres cultos dispuestos a leer poesía en una velada literaria. Fue ella quien mandó avisar al cura Hidalgo de la inminente llegada del ejército realista para aprehender a los conspiradores.
Tampoco se nos escapa de la memoria colectiva, la presencia amante y fiel de Leona Vicario, esposa del criollo insurgente Andrés Quintana Roo, activo intelectual de las juntas de Zitácuaro y Chilpancingo; presente en la redacción de la Constitución de Apatzingán de 1814.
El matrimonio Quintana Roo se adhirió a la lucha por la independencia siendo aún jóvenes. Algunos de sus hijos nacieron en los campos de batalla durante las campañas de Morelos para llegar a la ciudad de México y aunque ambos fueron arrestados en 1818, finalmente fueron indultados y desterrados, para volver al país en la siguiente década.
Así pues, en el nacimiento de la nación mexicana, estuvieron involucrados, los héroes conocidos y reconocidos por las páginas de la historia así como sus familias y cientos, miles de mujeres anónimas y valiosas que facilitaron las acciones para lograr la separación definitiva de España y la creación de un nuevo país, México.
ACTIVAS EN LA VIDA POLÍTICA DEL PAÍS
Sin embargo, una vez concluida la guerra, las mujeres, los niños, en fin, las familias enteras volvieron a sus hogares a iniciar el nuevo ciclo de hacer crecer la nueva nación. Tiempo de ordenar gobiernos, fuentes de trabajo, mejoras económicas, reconocimiento internacional. México, el nuevo país encontró dificultades y obstáculos de todo tipo, y tal vez, la división interna fue el más penoso.
A fines del siglo XIX, Porfirio Díaz logró la paz, el orden y el progreso que tanto necesitaba México. Para ello, se apoyó en el militarismo autoritario ciertamente y en inversiones extranjeras que permitieron desarrollo económico y cultural, a costa de perder la libertad, derechos y las garantías otorgadas por la Constitución de 1857.
Nuevamente las mujeres mexicanas de todos los grupos sociales dejaron su huella en el porfiriato. Surgieron organizaciones de mujeres católicas empeñadas en la labor de allegar recursos para los sectores sociales menos favorecidos; la educación se amplió al sector femenino en prestigiados colegios de monjas, donde la base de la educación femenina era el hogar con una cultura suficiente para ser acompañantes de sus maridos, hombres cultos y preparados también.
Y por supuesto, en la oposición al régimen hubo mujeres destacadas, entre ellas, Juana B. Gutiérrez de Mendoza, quien a principios de siglo XX, se dio a la tarea de invitar a las mujeres a participar activamente en la vida política del país, a través de su colaboración en la revista que dirigía, llamada Vesper, para exigir derechos de participación, de cuidado y protección, hasta que finalmente se unió al movimiento anti-reeleccionista del señor Francisco I. Madero.
«SOLDADERAS», COCINERAS, ENFERMERAS, MAESTRAS…
Cuando finalmente estalla el movimiento de revolución el 20 de noviembre de 1910, la participación femenina sería de suma importancia. Llamadas adelitas o ‘soldaderas’, formaron parte de los contingentes militares de los distintos grupos revolucionarios colaborando como soldados, cocineras, enfermeras o ayudantes.
Su popularidad y reconocimiento obedece a dos hechos, por una parte fueron fotografiadas por Gustavo Casasola en sus actividades de soldaderas y por otra el corrido, género musical representativo del movimiento revolucionario de 1910.
Versiones historiográficas y periodísticas coinciden en señalar a Adela Velarde Pérez, enfermera oriunda de Ciudad Juárez, como la persona que inspiró el corrido popular «Adelita». Fue nieta de Rafael Velarde, amigo de Benito Juárez, quien dio alojo al Benemérito de las Américas en su exilio en Paso del Norte (hoy Ciudad Juárez). En 1914 la «Adelita» atendió al soldado herido Antonio del Río Armenia, quien le compuso el famoso corrido.
Adelita atendía a los heridos villistas de la División del Norte, como parte de la Brigada de la Cruz que formó la señora Leonor Villegas de Manon. Al concluir la lucha armada, Adela Velarde Pérez, perfectamente identificada, recibió años después un homenaje como veterana de guerra. Otras versiones señalan que se inspiró en Altagra-cia Martínez, perteneciente a la clase alta en la Ciudad de México. Simpatizante de la Revolución se une a la misma, siendo bautizada con el nombre de «Adelita» por el general Francisco «Pancho» Villa y el general Rodolfo Fierro. También es conocida como Marieta Martínez.
Cualquiera que sea la versión del origen del famoso corrido revolucionario, lo que nos regala es un retrato musical de la presencia femenina en los contingentes militares, de su actuación y su importancia para la revolución. Las soldaderas o «adelitas» enfrentaron cualquier tipo de situaciones: hambre, cansancio, vejaciones, enfermedad y muerte. Cargaron su vida en los carros de ferrocarril y en aquellos largos caminos que recorrían, muchas veces a pie, llevando consigo apenas lo indispensable para preparar algo de comer en cualquier lugar donde pudieran descansar luego de la batalla, su creatividad fue puesta a prueba.
Se dice que los chilaquiles son el platillo revolucionario por excelencia, debido a que no se desperdiciaba nada, así que de tortillas duras, y salsa de chile se creó este platillo, que hoy día está completamente integrado a la dieta cotidiana de todos los mexicanos.
En estas fiestas del Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución podemos recordar con mucha honra que en México, las mujeres han sido participantes activas del cambio, ya sea como soldados, enfermeras, maestras o simplemente como mujeres enamoradas de los valientes hombres que lucharon por una vida mejor.