MONSEÑOR, EL CASO JESUITAS Y LA ESPERANZA

JON SOBRINO, Centro Monseñor Romero UCA, jsobrino@uca.edu.sv
SAN SALVADOR (EL SALVADOR).

ECLESALIA, 02/09/11.- El 15 de agosto Monseñor Romero hubiera cumplido 94 años, y su cumpleaños coincide con el revuelo que ha ocasionado el “caso jesuitas”. En esta Carta a las Iglesias publicamos el pronunciamiento de la UCA, cuya lectura se enriquece con las reflexiones del Padre Rodolfo Cardenal y Benjamín Cuéllar.
Ahora recordamos a Monseñor para ubicarnos bien en medio de este revuelo y actuar lo mejor posible. Monseñor sigue ofreciendo impulsos lúcidos y vigorosos para caminar hacia la verdad, practicar la justicia y tener esperanza. Son impulsos muy útiles para enfrentar el caso jesuitas, y sobre todo para sanar la lamentable situación en que vivimos.

1. Las heridas están abiertas, no cerradas
El asesinato de los jesuítas, Julia Elba y Celina es un símbolo de innumerables asesinatos en los años setenta y ochenta. En 1981 comenzó una guerra cruel entre dos ejércitos. Pero antes, en los setenta, tuvo lugar una represión despiadada y unilateral contra el pueblo por parte de la oligarquía, gobiernos, cuerpos de seguridad y escuadrones de la muerte -lo que no hay que olvidar. Prácticamente todo sigue sin ser juzgado. Los acuerdos de paz fueron necesarios para poner fin a la guerra, pero no hubo decisión ni tiempo para enfrentar la raíz del problema: la injusticia de siglos, estructural. La amnistía también fue necesaria para posibilitar un mínimo de convivencia, pero fue precipitada en el tiempo y sobre todo en su enfoque: no se buscaron seriamente caminos de reconciliación entre seres humanos. Tampoco facilitó una reparación eficaz para que los familiares de las víctimas, en su inmensa mayoría gente pobre, del pueblo, pudiera rehacer sus vidas. Y no hizo desaparecer, sino que reforzó la cultura de impunidad. Durante siglos los poderosos han sido prácticamente intocables. Y sigue siendo verdad.

El Nuevo Testamento dice que “la raíz de todos los males es la ambición del dinero”. Hoy, junto a esa ambición, en El Salvador hay que insistir en que “la impunidad” es raíz muy principal de la violencia, de la injusticia, de la mentira y de la corrupción. Y hay que insistir en la responsabilidad específica de la Corte Suprema de Justicia. Lo hacemos desde Monseñor.

No ha habido pacificación y no hay paz. Terminó el conflicto bélico, pero no la violencia masiva. Impera el homicidio. Desde hace años se cometen de 10 a 12 al día. Según noticias de prensa, en el mes de julio hubo 70 homicidios más que en julio del año pasado; en lo que va de año han sido asesinados 93 estudiantes; hace una semana se leía: “fuerte repunte de homicidios”; hoy se lee: “40 asesinados en 36 horas”. Para mayor información y análisis remitimos al artículo de Benjamín Cuellar.

Hay avances en proyectos concretos de beneficio social y hay intentos de frenar la violencia, pero es mayor la incapacidad, la incompetencia -en ocasiones la connivencia- para ponerle fin. Y en nada facilita la tarea una muy larga tradición: ninguno de los poderes públicos ha tomado en serio la violencia y la impunidad.

Además, en su conjunto, aunque con excepciones, los partidos, los medios de comunicación, la empresa privada, la banca, no se desviven -por decirlo suavemente- por erradicar la violencia y los homicidios. Y también hay que preguntarse si se desviven por erradicarla otras fuerzas sociales importantes, las universidades e incluso las iglesias que tanto han proliferado -aunque normalmente su pecado sea de omisión.

Aducir que el enjuiciamiento de los militares puede hacer peligrar el proceso de pacificación es mentira manifiesta, pues no hay tal paz. Lo que hay que practicar es la honradez con lo real. Por esa razón empezamos con esta cita de Monseñor. “Los asesinatos, las torturas donde se queda tanta gente, el machetear y tirar al mar. Esto es el imperio del infierno” (1 de julio, 1979).

La pax romana, la eirene griega, el shalom de la Biblia. Además de la denuncia de la violencia actual, hoy se necesita un mínimo de análisis de lo que se entiende por “paz”, para que la palabra no sea usada, en definitiva para no
enfrentar otras realidades más primigenias: la justicia y la injusticia. Veámoslo desde la visión y convicción de Monseñor. […] (sigue en eclesalia.net)

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