Queridos hermanos y hermanas, hijos e hijas,
Gracia y Paz en la Fe, en la confianza en el Señor Misericordioso, que renace en nuestras vidas, con mi sincero afecto.
¿Qué podríamos decir de más objetivo y vivencial acerca de la «Natividad», «Nacimiento» o «Navidad», sino que es el gran «encuentro», el sobrenatural, histórico y amoroso encuentro, de Dios con la humanidad?.
Estamos concluyendo el Adviento; resuenan en nosotros, los creyentes, las conmovedoras voces de la Liturgia de este maravilloso tiempo litúrgico que nos ha presentado la Natividad cercana como un itinerario doble, y único a la vez.
Porque el nuestro es ese Dios infinitamente trascendente e infinitamente cercano, que nos habló por los profetas, y que rompió para siempre todo silencio, cuando prorrumpió en el canto de Amor de la Encarnación. Respecto de la Navidad, puede resultar más fácil o cómodo el tratar de auto-convencernos de su carácter de fábula o cuentito para niños… La Navidad… vista por muchos, a lo más, como una folklórica tradición, festivamente secular. No escasea esta visión. La Navidad posee, esto sí, una cosa «de niños». Pero se trata, en verdad, del sentido evangélico: sólo quien se hace «como niño» (sea niño, joven, adulto o anciano) podrá ver de verdad al Cristo naciente, que es el mismo que vendrá en Gloria, para juzgar a los vivos y a los muertos, y su Reino no tendrá fin, Reino de Paz y Justicia, Reino de Vida y de Amor.
Sí, Navidad es cosa gozosa y seria; es «encuentro», histórico encuentro, decisivo encuentro, que aconteció de una vez por todas, y que, en la Iglesia de Cristo, por obra del Espíritu, se reactualiza festivamente en su vida y en la Liturgia, para que tengamos vida, y para que «lo hagamos vida» (a ese encuentro) en nuestro cotidiano vivir. En este vivir la Fe (el «credere in Deum» de San Agustín) consiste la santidad de vida práctica, como nos lo ha enseñado tantas veces el Santo Padre Benedicto XVI.
Nuestro humano camino o itinerario, está ahora lleno de esperanza, porque descubrimos el sentido del universo, la realidad de nuestro propio interior y de nuestra vida, en el Rostro de Cristo, el Hermano de nuestra propia sangre. Entonces, quien posee el don de la Fe, que exulte, que cante de alegría; quien no la posee, halle en esta festividad un motivo de escucha y reflexión sobre el destino humano. Es bueno, es sabio, el escuchar, «auscultar» la realidad.
Los tiempos que nos toca vivir son maravillosos y dramáticos, Ante no poco «des-encuentro», fruto de la pre-potencia, del ansia de pre-dominio (para nada ausente, tanto, que todos tendríamos que hacer sobre esto un buen examen de conciencia), ante tanto injusto pre-juicio (que amarga corazones), el «Dios-con-nosotros», el Emmanuel, manifiesta el predesignio amoroso del Padre. Más que «cuentito» de temática religiosa, es realidad, tan humilde, tan simple, tan pura; precisamente por ello tan verdadera.
Amor implica responsabilidad. El misterio de Navidad nos llama a los creyentes a sentirnos deudores, sí, deudores, ante quien ya no tiene razones para creer o para esperar con esperanza. El misterio del «renacimiento espiritual» ha de hacernos también reflexionar en que una actitud autorreferencial, a veces latente (y que conlleva en sí, más bien, un germen de autismo e incluso de autodemolición –la palabra la pronunció una vez el Papa Pablo VI-) para nada nos ayudará en ese itinerario de «salir al encuentro» que significa la Navidad.
Más bien, lejos de ese autismo, y también de toda pre-potencia abramos los ojos del alma para ver el Poder de Dios, que viene. Él viene, Él salva; vayamos a su encuentro. Con esta esperanza, ¿podríamos dejar de anunciar?. Con verdadero respeto por todos, tengamos el coraje de anunciar que el Padre Eterno nos ha mostrado su Rostro en Cristo; que se nos pide hoy más que nunca el ofrecernos como «oblación pura» y sin dobleces para construir la civilización del Amor. ¿Nos pondremos manos a la obra?.
Mejores augurios, les deseo, hermanos y hermanas, para el próximo Año 2010. Nos ampare y proteja la Virgen Madre de Dios.
En nuestro país comenzaremos la conmemoración de Bicentenario (1810-1816). Que tengamos Paz, que haya concordia en la sociedad, que tengamos prosperidad y que se disipe toda tiniebla de violencia, en cualesquiera de sus formas. El realismo de la esperanza nos nos defraudará. ¡Felicidades de corazón!.
+Oscar D. Sarlinga
21 de diciembre de 2009