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MENSAJE DE MONS. OSCAR SARLINGA ACERCA DEL MATRIMONIO Y LA FAMILIA

7 de julio de 2010

Nos acercamos a la celebración del 9 de Julio, en el día de nuestra Independencia patria. Rogamos por nuestra «Casa común» nuestra República Argentina, por la Justicia, y por y las leyes que nos lleven a vivir una vida justa y en paz. Suplicamos a Dios, fuente de toda razón y justicia, la paz, la prosperidad, el Amor trasuntado en el Bien común y la concordia. Encendamos, pues, una luz, en el Nombre de Jesús.

Considerada la participación prevista de asociaciones de fieles, y notable número de laicos de nuestra diócesis en la convocatoria del “Departamento de Laicos” (DEPLAI) respecto del matrimonio entre un hombre y una mujer, en amorosa comunión de vida y amor y apertura a la generación de los hijos y su educación, es para mí un deber de conciencia, como Pastor de la Iglesia, el expresar una vez más a la numerosa feligresía, a través de estas líneas, que lo que ha de movernos en nuestro generoso y esperanzado “sí” al matrimonio y a la familia, es, tal como, por otra parte, lo veo en los fieles, nuestro sentido de fe cristiana, y también (es bueno el recordarlo) el “sentido de la ley natural” (respecto de la cual la ley positiva tiene un valor pedagógico), la cual hace, aquélla, que la inclinación al matrimonio y la familia se encuentre “ya en la naturaleza humana”, a modo como la inclinación natural a la verdad y al conocimiento, a la sociabilidad o la inclinación hacia lo trascendente o Dios.

Esto, claro, es preciso hacerlo con convicción, con paz, con respeto, con ejercicio de los derechos de las libertades cívicas y la libertad religiosa, y sobre todo con un compromiso creciente a vivir los valores y las virtudes de ese gran don para la humanidad que es la familia, nosotros los primeros, a comenzar por el hecho que la Iglesia es “Familia de Dios” como la llama el Concilio Vaticano II.

En mi misión pastoral, ya había tenido ocasión de dirigirme a todos los fieles católicos de esta diócesis en el viernes 11 de junio próximo pasado, en la Clausura del Año sacerdotal, en el cual clamábamos, precisamente, por la santidad sacerdotal, y por “el sentido del matrimonio formado por un varón y una mujer, constitutivo de la familia y de la «civilización del Amor»”. Pedíamos entonces que “los fieles laicos oren por los sacerdotes”, y en especial que oren “las familias, institución indispensable”, familias que son como “santuarios de humanidad donde puede realizarse la civilización del amor”. Recordaba en esa ocasión quien les habla que “la familia”, primero en sentido humano y natural, y como familia cristiana cristiana, es “un bien precioso para la humanidad toda”, tal como a ella se refiere el Concilio Vaticano II , y que al respecto en nuestra sociedad actual “tenemos el deber, en conciencia, de buscar la verdad, y de ofrecer nuestro servicio, preocupándonos por los destinos del matrimonio, formado por un varón y una mujer , y la familia”. Hacía alusión aquí a la célebre la exhortación «Familiaris consortio» de Juan Pablo II . Procuraba también atraer la atención de ustedes hacia la necesidad de proseguir sin cansarse la tarea de construir la mencionada y ansiada «civilización del Amor», como nos lo pidió Juan Pablo II cuando dijo que “(…) la familia, cuando vive plenamente las exigencias del amor y del perdón, se convierte en baluarte seguro de la civilización del Amor y en esperanza para el futuro de la humanidad” .

Hablábamos de manifestar una visión de las cosas con convicción, con respeto, con paz, y también en el ejercicio de la libertad religiosa, la cual, como no podría ser de otra manera, de ningún modo busca crear exclusión, o ponerse en contraste con “una laicidad positiva y abierta”, la cual conlleva un compartido sentido de responsabilidad, también en lo atinente a las leyes que nos rigen. Recientemente el Papa Benedicto afirmaba, al respecto: “Es evidente que si se considera el relativismo como un elemento constitutivo esencial de la democracia se corre el riesgo de concebir la laicidad sólo en términos de exclusión o, más exactamente, de rechazo de la importancia social del hecho religioso (…). Es urgente, por tanto, definir una laicidad positiva, abierta, y que, fundada en una justa autonomía del orden temporal y del orden espiritual, favorezca una sana colaboración y un espíritu de responsabilidad compartida” .

Este es el espíritu que debe animarnos, la responsabilidad compartida también nos lleva a expresar nuestra voz, no se trata de condenar a nadie, ni mucho menos de despreciar a determinadas personas, ni de menoscabar derechos: “Amar a todos sin excluir a nadie”, con el valor positivo del Amor y el sentido de la rectitud de las instituciones.

Por eso, queridos hermanos y hermanas todos, como también les mencionaba, más aún, exclamaba, en la mentada celebración de Clausura del Año Sacerdotal, el 11 de junio, en la iglesia catedral: “(…) no podemos perder de vista el promover este bien tan precioso, tan necesario e indispensable, patrimonio de la humanidad entera”, cuando traía a colación la preocupación del Papa al advertir que “(…) los pueblos, para dar un rostro verdaderamente humano a la sociedad, no pueden ignorar el bien precioso de la familia, fundada sobre el matrimonio., es el fundamento de la familia, patrimonio y bien común de toda la humanidad. Así pues, la Iglesia no puede dejar de anunciar que, de acuerdo con los planes de Dios (cfr. Mt 19,3-9), el matrimonio y la familia son insustituibles y no admiten otras alternativas” .

Encendamos siempre una luz. En el misterio de Dios, el testimonio humano y cristiano adquiere un inmenso valor. No podemos nosotros agotar el conocimiento de cuánto Dios puede encender misteriosamente el Amor ardiente en los corazones, aun en aquéllos que menos pensábamos.

Al término del Año Paulino Jubilar, en la iglesia de San José de los peregrinos, en el predio de Schoenstatt, de Belén de Escobar, en 2009, encendimos simbólicamente un cirio votivo, alumbrando, así, sobre todos nosotros, la luz de la fe y el amor, el empeño y compromiso por los más necesitados, los excluidos, por los enfermos, por quienes han equivocado el camino y por los que se encomiendan a nuestras oraciones. Ese gesto hemos reiterado al clausurar el Año sacerdotal en la catedral de Campana, frente a la imagen del Sagrado Corazón, al cual hemos consagrado solemnemente la diócesis el 9 de mayo del pasado año en la iglesia co-catedral de la Natividad del Señor.

Pidamos a Dios que esa Luz, la natural de la inteligencia humana, y la que proviene de la Fe, nos ilumine como nación, “una nación cuya identidad sea la pasión por la verdad, y el compromiso por el bien común”, como reza la “Oración por la Patria”.

¡Levantemos el corazón!. Que este 9 de julio, en el gran arco del Bicentenario 2010-2016, nos encuentre en la paz de Cristo, “el Príncipe de la Paz”. Con la protección de la Santísima Virgen, en su advocación de Nuestra Señora de Luján, nuestra Patrona.

Con afecto pastoral,

+Oscar Sarlinga

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