Queridos hermanos y hermanas
Como hemos venido haciéndolo desde años, celebramos la Jornada del Niño por Nacer, esta vez en vísperas del 25 de marzo, en la iglesia co-catedral de la Natividad del Señor, junto con la Legión de María y la delegación de Pastoral de Juventud y la Delegación de Misiones. Nos alegramos de la participación diocesana, en la cual destacan las familias, para esta festividad de la Anunciación a María Santísima por parte del arcángel, la cual nos manifiesta el “gesto divino”, como otras veces lo hemos llamado, de la pura gracia y la respuesta purísima de parte de la Virgen: el “Sí” que nos dio la redención, haciendo posible para nuestra humanidad el inefable misterio de la Encarnación, por obra del Espíritu Santo.
En diversas naciones, por disposición de las Conferencias Episcopales, y en nuestro país también a norma de ley, se celebra esta Jornada, que es en última instancia la Jornada de la dignidad humana, en visión complexiva que nos transmite el Concilio Vaticano II en su constitución Gaudium et spes, a saber, que «es la persona humana la que hay que salvar, y es la sociedad humana la que hay que renovar (…) el hombre concreto y total, con cuerpo y alma, con corazón y conciencia, con inteligencia y voluntad» .
Con renovado amor por todos nuestros hermanos y hermanas, y en especial para con quienes sufren, y también con alegría interior, renovamos asimismo nuestra conciencia acerca de nuestro derecho y deber moral de respetar, promover, defender, la dignidad de vida humana en todas sus fases, desde la fase del niño por nacer hasta la del anciano y el muriente. Quisiéramos destacar, con una mirada prospectiva y, desde ese punto de vista, profética, que lo plenamente humano que se refiere a la dignidad de la vida humana naciente posee a la vez una dimensión en la cual dicha plena dignidad de la vida humana resplandece en lo cristiano, pues Él, el Hijo de María, el Hijo del Altísimo, es nuestro Hermano Mayor, nuestro Guía y también “médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos, que ha querido que su Iglesia continuase, en la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación y de salvación” .
Ser persona es la manera que tiene el ser humano de existir, de ser. Por ello lo es desde el primer instante de su existencia. Al mismo tiempo, la persona es “ser personal” “con otros”, y estos otros, nosotros, somos también responsables ante ella, hemos de acogerla con amor. Fácil es decirlo o predicarlo, mucho más difícil es realizarlo, sobre todo en circunstancias lacerantes que nadie ignora.
Por ello, porque es más fácil “decir” que “ponerse al servicio” (aunque siempre la palabra esclareciente es también un servicio) pienso que las presentes circunstancias pueden servirnos a los cristianos todos, y tantísimas personas de visión trascendente, para un profundizado examen de conciencia acerca de nuestro compromiso, de nuestra acción al respecto del cuidado de la vida humana en todos sus etapas, lo cual nos presentara el Beato Juan Pablo II en los inicios de su pontificado como uno de los desafíos humanos y pastorales con que nos encontraríamos en el entonces adviniente inicio del Tercer Milenio: “Es acerca del primordial derecho a la vida que, en el alba de este tercer milenio, la entera sociedad encuentra el deber de realizar el examen de consciencia, no para cargar fardos sobre los hombros de otros, ni para provocar agravios de pena a quien ha sido ya probado, sino por el deber que tiene, en bien de sí misma, de mirar hacia adelante en dirección al futuro. Entre los signos de “caducidad” de nuestro tiempo, el cual ha progresado, pero que se halla necesitado de redención, cito la «deficiens reverentia erga vitam nondum natorum» (falta de respeto hacia la vida de los todavía no nacidos)” .
Precisamente por la dignidad intrínseca de la vida humana, el Concilio ya se refería a que “(…) los actos mismos, propios de la vida conyugal, ordenados según la verdadera dignidad humana, deben ser respetados con gran estima” .
Por su parte, en la Vigilia por la Vida Naciente que convocó para toda la Iglesia el Papa Benedicto XVI, junto con su visión trascendente y específicamente cristiana, también nos aportó algunas razones naturales acerca del tema que abordamos. En efecto, en esa oportunidad Benedicto XVI también recordó que «(…) sobre el embrión en el vientre materno, la ciencia misma muestra la autonomía que lo hace capaz de interactuar con la madre, la coordinación de los procesos biológicos, la continuidad del desarrollo, la creciente complejidad del organismo. No se trata de un cúmulo de material biológico, sino de un nuevo ser vivo, dinámico y maravillosamente ordenado, un nuevo individuo de la especie humana. Así lo ha sido Jesús en el vientre de María; así lo ha sido cada uno de nosotros en el vientre de la madre» .
Por este motivo, con sentido constructivo, con paz, con diálogo y con convicción, presento a la reflexión de ustedes este sencillo mensaje a los fines de recordar en todas las parroquias, asociaciones de fieles, movimientos e instituciones católicas, también en el ámbito del diálogo ecuménico e interreligioso en distintas iniciativas que se están realizando, la importancia de celebrar de corazón la vida humana, así como trabajar intensa y dedicadamente por su tutela integral, prodigando más de nuestro esfuerzo y entrega generosa, por el niño “por nacer” y por el niño nacido, haciéndonos eco de la enseñanza del Beato Juan Pablo II en su primera visita a la ONU, cuando dijo que “(…) este cuidado de la vida del niño por nacer, y, a continuación, del niño en sus años de infancia y de su juventud, marca la pauta de calidad relacional en la sociedad humana” .
En la Anunciación, la Virgen que devino Madre por obra del Espíritu Santo Divino, nos ayude y acompañe, y en especial proyecte con su intercesión la luz de Cristo sobre aquellos que más sufren y quienes padecen más necesidad, y los más necesitados de nuestra oración.
Con afecto pastoral,
+Oscar Sarlinga
Para las vísperas de la Anunciación del Señor, año 2012