La Fundación EUK Mamie – HM Televisión acaba de publicar un nuevo programa de la serie «Cambio de Agujas», que ofrece el testimonio de María Tarruella de Oriol, una esposa y madre de familia española, que además es una artista de la pintura.
Su encuentro con Dios, dio una nueva dimensión a su obra que ahora tiene por meta comunicar el Amor de Dios.
Era una joven estudiante de Bellas Artes a la que le gustaban el estilo y los ambientes “hippies” cuando participó casi por casualidad en la JMJ de Santiago de Compostela. Una fuerte experiencia del amor de Dios en el Monte del Gozo, al término de la Vigilia de oración, y la voz del Papa San Juan Pablo II atronando en su corazón y ofreciéndole la respuesta a su búsqueda interior, cambiaron totalmente la vida de María Tarruella de Oriol. Pasado el tiempo, ya casada y embarazada de ocho meses, escuchó a su esposo hacer una oración sorprendente: «Señor te ofrecemos el bebé que estamos esperando. Si hay un niño en alguna parte del mundo que vaya a ser abortado por una enfermedad, dánoslo a nosotros, y bendícenos con ese regalo de un niño enfermo». Su hijo Santiago nació, semanas después, con una cardiopatía severísima y un pronóstico desolador. María recuerda que nadie la felicitó, nadie la envió flores. Pero años después, ella puede afirmar: “Es algo a enfocar bien, porque el sufrimiento te hace crecer y te hace amar mucho más. Y si nosotros no hubiéramos sufrido tanto y tan profundamente -porque no hay nada peor que ver el sufrimiento de tu propio hijo- yo creo que no hubiéramos podido construir una familia tan fuerte y tan estable”. Ahora, desde la Fundación Menudos Corazones, ayuda a muchas familias que pasan por situaciones de sufrimiento similares.
Puedes ver este emocionante testimonio, lleno de importantes enseñanzas y salpicado con la simpatía y espontaneidad de María Tarruella de Oriol
María Tarruella de Oriol tenía veinte años y era un joven estudiante de Historia del Arte y Bellas Artes. El ambiente de la Facultad de Bellas Artes no era muy religioso. María, llena de inquietudes, buscaba experiencias nuevas, experiencias que la llenaran, aunque “no sabía muy bien qué es lo que estaba buscando. Estaba en un ambiente más bien coleguilla de guitarras, porros, música… Me gustaba el ambiente un poco hippie”.
Un prima se había inscrito ya para participar en la JMJ de Santiago de Compostela. La descripción que le hizo – “Seremos millones de jóvenes” – entusiasmó a María, que pensó: “Esto suena a Woodstock”. Y se apuntó. Al poco de comenzar el viaje en autobús dirección a Santiago, todos se pusieron a rezar y María pensó: “Dios mío, dónde me he metido”. “Pero el ambiente en las calles de Santiago era tan bueno y tan divertido (…) que a través de todo eso yo creo que el Señor fue preparando mi corazón, diciéndome: Yo estoy en la alegría. Yo había puesto una etiqueta a todo lo que viniera de un ambiente de fe. Pensaba: “Eso es un rollo, yo no quiero ser como esos, no quiero perder –digamos- mi chispa de la vida, porque la gente de la Iglesia no tiene chispa”.
Los días fueron pasando hasta que llegó el momento de encuentro con el Papa San Juan Pablo II. María recuerda: “Hizo un frío horrible, (…) nos pusimos todos papel de periódico debajo de la ropa, además de los abrigos, porque estamos congelados”. Una chica del grupo la pidió que la acompañara al servicio. Los baños estaban realmente lejos. Comenzaron a caminar y a esta chica se le ocurrió que aprovecharan el trayecto para rezar el rosario. María pensó: “Vaya por Dios, en la que me he metido”. Y comenzó a responder a las oraciones rapidito, para acabar cuanto antes. De pronto la acompañante la interrumpió: No, no, no. Vamos más despacio, tenemos un camino. Padre Nuestro, Tú eres mi Padre, realmente te quiero, estás en mi vida… Entonces empieza a meditar un Padre nuestro como no lo había oído nunca”.
En el transcurso de esa oración, la gracia irrumpe de manera inesperada: “Y según vamos andando y vamos rezando así el Padrenuestro, me llené de un calor tan impresionante que no entendía qué me estaba pasando. Me arrodillé y noté un fuego dentro de mí, como de un amor brutal. No vi nada alrededor, era como si todo se hubiera vuelto aguas y me ardía el interior. Ahora sé que eso se llama efusión del Espíritu Santo, pero entonces lo único que entendí es que sentía un amor espectacular. No sé qué pasó, no sé cuánto tiempo estuve ahí y ya no recuerdo nada más. Casi como si hubiera habido un parón en el tiempo. Y nada, la acompañé, volvimos a nuestro sitio, y yo seguí con el corazón latiendo mientras me preguntaba: ¿Qué ha pasado? No entiendo nada. No se lo comenté a nadie porque no entendía qué había pasado”.
A la mañana siguiente era la misa con el Papa Juan Pablo II. María explica: “Bueno, hay que decir que yo había vivido esto, pero no sabía lo que era y yo seguía siendo yo, o sea, en el momento de la Misa todo el mundo seguía la Misa y yo estaba -como había salido un poco el sol- estaba echada y dije: Qué buen momento para dormirme. Ni me levanté ni seguí las oraciones de la Misa. Es verdad que tampoco sabía yo seguir una Misa demasiado bien. Y nada, estaba yo ahí, echada en el saco de dormir durante la Misa y, de repente, llega el momento de la homilía y oigo al Papa Juan Pablo II, San Juan Pablo II, que dice: «Jóvenes, jóvenes que buscáis». Entonces yo me levanto, me despierto y digo: “Buscáis. Yo soy la que iba siempre está buscando. Buscáis” Entonces le veo en una pantalla enorme, señalando con su dedo. Yo creí que me estaba señalando a mí y me decía: “Buscáis, pero es Jesucristo el que os viene a buscar ahora”. Y en ese momento, cuando veo ese dedo que me señala y dice: “Es Jesucristo el que os viene a buscar ahora”. Noté ese calor otra vez dentro, de golpe, y entonces entendí que era Jesucristo quien me había venido a buscar, y que era ese su amor. Me puse a llorar y entendí todo. Busqué un sacerdote para confesarme. Tampoco sabía muy bien confesarme, pero bueno, ese fue un primer paso”.
De vuelta a casa, María rompió su relación con un novio francés que tenía y que no entendió su cambio. Rompió también la relación con muchos amigos que no entendían qué le estaba pasado y por qué estaba cambiado tanto. Comenzó a estudiar Teología para poder comprender esa fe que le estaba cambiando la vida “porque yo había tenido una conversión de amor, pero no había tenido una conversión a la Iglesia”.
Es el momento en que su pintura comienza a cambiar: “Lo único que quería hacer era hablar de Dios a través de mi pintura, que fuera mi forma de comunicación con Él, de oración. Y hoy en día sigue siendo así”. Mientras, se preguntaba: “¿Dónde está mi camino? ¿Hacia dónde debo ir? ¿Debo ir hacia un camino religioso o formar una familia?” Llegó la Noche Vieja de ese año. María recuerda: “Era 31 de diciembre y no tenía ganas de plan ni de fiestas, porque no sabía muy bien qué pasaba dentro de mi, entonces dije: Señor, lo vamos a pasar Tú y yo juntos en el Sagrario. Y entonces le escribí una carta larguísima a Dios (…) diciéndole: Mira, yo quiero ser tuya, si Tú me quieres monja, llévame donde Tú quieras, pero cógeme ya. Y si quieres que me case, pues encuéntramelo, pero tiene que ser…. Y entonces le escribí la lista de prioridades: tiene que ser tal, o sea, desde las tonterías mas tontas como me gusta que baile bien, a que sea alguien comprometido con la fe, no quiero a alguien que solo vaya a misa, quiero a alguien que lo viva y que sea su propósito vital. (…) Fue muy bonito porque fue una limpieza de abandono total, total”. Dos semanas después, María conoció a Eduardo Brunet, con el que se casó poco tiempo más tarde.
Un episodio importante en la vida de María Tarruella de Oriol, fue el nacimiento de su segundo hijo, Santiago. “Teníamos un grupo de oración en casa y yo estaba embarazada, creo que ya como de ocho meses. Eduardo pidió que rezáramos por el niño estábamos esperando. (…) Nos pusimos de rodillas y todos rezaban. Y, en ese momento, Eduardo dijo: Señor te ofrecemos el bebé que estamos esperando. Si hay un niño en alguna parte del mundo que vaya a ser abortado por una enfermedad, dánoslo a nosotros, y bendícenos con ese regalo de un niño enfermo”. La petición era sorprendente, pero María la aceptó. Cuando Santiago nació, descubrieron que tenía una cardiopatía severa, muy compleja. “Enseguida sentimos que era una bendición, que era como que lo habíamos pedido”. Santiago tenía el corazón al revés, cinco problemas de corazón, con agujeros, la válvula desplazada… “No le daban ninguna expectativa de vida”.
A María hubo cosas que le llamaron mucho la atención de esos momentos: “En el momento en que nace Santiago, ahí es interesante, porque la gente no te llama para darte la enhorabuena porque has tenido un bebé. No recibimos flores en el hospital, porque era un bebé que se iba a morir. La verdad es lo que lo único que nos decían era que por qué no lo habíamos abortado, y la verdad es que cada vez que nos lo decían se nos llenaba el corazón de alegría, porque ahí se confirmaba que si este niño hubiera estado en la tripa de otra mamá, no habría sobrevivido”. Pero al tiempo que experimentaban la bendición de Dios, María y Eduardo trataban de buscar soluciones para su hijo. Vivieron momentos angustiosos cuando, uno tras otro, todos los médicos que visitaban les cerraban las puertas. “Algunos nos recomendaban traerle a casa a morir con nosotros, para que lentamente se fuera apagando como una vela. Y, como madre, te niegas a eso”. Entonces, María y Eduardo se volvieron al Señor: “Señor, Tú nos has dado este niño. Tú, ¿qué quieres? No vamos a hablar con más cirujanos, con más cardiólogos… hasta saber: Tú, ¿qué quieres que hagamos con él?” Tomaron una Biblia y al abrirla al azar, sus ojos tropezaron con el pasaje de la resurrección de Lázaro, cuando Jesús llega y ante los que lloran la muerte del amigo, les dice: “¿Por qué lloráis?” “Y vemos esta frase como si la hubieran iluminado, que nos dice: Esta enfermedad no es de muerte, es para la Gloria de Dios. Cerramos y dijimos: Ya está, hemos tenido línea directa. Santiago va a vivir. Su enfermedad es para la gloria de Dios. Ahora la cuestión es encontrar dónde”.
“Ahí fue un camino largo, fueron cinco meses en los que cada día estaba más grave, y cada día se iba apagando, y no encontrábamos solución. No había ningún médico que quisiera operarlo”. Pero la única solución era una operación de corazón. “Le hicieron un cateterismo, para ver cómo estaba de débil, y se murió. En el momento del cateterismo le tuvieron que reanimar, le dieron shocks eléctricos, salió el cirujano y dijo: Tiene 48 horas de vida. Hemos hablado con un Hospital en Estados Unidos que acepta el caso, pero se tiene que ir mañana”.
Fueron días de locura: “Aterrizamos en Nueva York y nos encontramos con un problema, porque había que ir a Boston, y se había cancelado el vuelo a Boston por el mal tiempo. Yo ya no podía más, me senté en el suelo y empecé a llorar en medio del Aeropuerto Kennedy. Todo el mundo alrededor, y yo llorando con Santiago abrazado a mí, diciendo: Se muere conmigo, aquí en mis brazos”. María y Eduardo consiguieron otro vuelo junto con el pequeño Santiago que, al llegar a Boston, entró directamente al quirófano.
La operación duraba doce horas, y el consejo que les dieron a María y a su esposo fue ir a descansar, para que cuando su hijo saliera del quirófano pudieran atenderlo. María se negaba a acostarse, hasta que al llegar al hotel recibió un fax con los nombres de un montón de personas – unos conocidos otros completamente desconocidos-, que de manera espontanea, habían organizado una cadena de oración por Santiago. María se emociona: “Los llevo a todos grabados en mi corazón, porque en ese momento, sentí que esa angustia se me levantaba gracias a la ayuda de estos cirineos. Ellos llevaban mi cruz. (…) Yo ya podía descansar. Y fue precioso, la fuerza de la oración, yo creo que nunca la había sentido así, hasta físicamente”.
Solo había un 30% de posibilidades de supervivencia para Santiago, y había casi un 100% de posibilidades de que quedara marcado por secuelas de tipo neurológico. Pero, contra todo pronóstico y con la ayuda de la oración de tantos, Santiago vuelve a casa. No vuelve curado – tendrá que llevar un marcapasos toda su vida – pero la recuperación es sorprendente.
Cuando vuelven a España, María y Eduardo, piensan en tantas familias que sufren dramas parecidos y aumentados aún por la falta de los apoyos que ellos han tenido a nivel familiar, de fe… Ponen en marcha la Fundación “Menudos Corazones”. María explica lo que es “Menudos Corazones”, una Fundación “que da apoyo a familias con niños enfermos de corazón. O sea, a partir del momento que te dicen: Estás embarazada y tu hijo tiene una cardiopatía congénita. Hay muchas mujeres que deciden abortar, otras simplemente se hunden y viven una angustia terrible durante todo su embarazo, o si tenemos suerte nos llaman a nosotros”.
Fruto de su trabajo en “Menudos Corazones” fue encontrar a Arturo, un niño de seis meses, abandonado en un hospital al estar enfermo con la misma cardiopatía de su hijo Santiago. María nos confía: “Nunca he pensado: ¿Cómo pudo (su madre) abandonar un niño en el hospital? Yo pienso: ¿Qué le paso a esa madre que no podía con el sufrimiento de ver a un bebe ante tal enfermedad?” Arturo fue recibido en su casa en régimen de “acogimiento familiar”.
María termina su relato haciendo un llamamiento a no tener miedo: “No tengáis miedo de amar a Dios, porque no perderéis la chispa, la ganareis. (…) Es como si el tener fe os diera súper poderes. Y esossúper poderes son los que también os van a ayudar en momentos de sufrimiento y os van a hacer entender que el sufrimiento no es algo a evitar. Es algo a enfocar bien, porque el sufrimiento te hace crecer y te hace amar mucho mas. Y si nosotros no hubiéramos sufrido tanto y tan profundamente -porque no hay nada peor que ver el sufrimiento de tu propio hijo- yo creo que no hubiéramos podido construir una familia tan fuerte y tan estable, si no hubiéramos puesto una base de sufrimiento”.