Escrito por Mons. José Luis Chávez Botello
La discapacidad es una realidad cercana a todos; encontramos discapacitados a cada paso: ciegos, paralíticos, sordomudos, sin brazo o sin pies, personas con síndrome dawn. La discapacidad de tantas personas es una realidad misteriosa y desconcertante; no pocos la ven como mala suerte o una verdadera desgracia, otros la experimentan como estímulo y bendición para quienes los rodean y para la misma sociedad. Una palabra sobre esta segunda manera de considerarla.
Cada vez son más los discapacitados que, asumiendo su limitación, desarrollan más de lo común otras capacidades, se superan y realizan trabajos como cualquier persona, estudian en universidades y sobresalen en su profesión; ahí están entre otros los medallistas de los pasados juegos parapanamericanos. A una persona así, por lo menos habrá que reconocerle mayor mérito; su realización nos interpela a afrontar las limitaciones de la vida, a despertar nuestras capacidades dormidas y a superarnos.
Pero hay algo más importante. Cuántos discapacitados de nacimiento suscitan y alimentan mayor entrega y cariño en quienes los rodean; su presencia estimula a jerarquizar, a usar los bienes materiales y el tiempo más al servicio de la vida, transmiten fortaleza a veces heroica, ayudan a valorar más la vida y humanizan a quienes los rodean. Los discapacitados son capaces de movilizar y humanizar a la misma sociedad; allí están tantas expresiones, historias y frutos del Teletón.
El fruto más importante del Teletón no es la cantidad de dinero recaudado ni la construcción de los CRIT, estos son medios importantes, pero medios. El fruto más importante está en que el Teletón ha ido llevando a la sociedad mexicana a ver a los discapacitados desde el corazón; ellos nos muestran y transmiten fortaleza más allá de la fuerza física, infunden amor, nos estimulan a encontrar el sentido más profundo de lo que tenemos y hacemos, nos hacen pensar para aprovechar mejor lo que tenemos y ellos no tienen. Los CRIT son ya verdaderos talleres de superación y de humanismo donde, como el orfebre a fuerza de fuego y golpes al metal precioso le quita la escoria hasta sacarle su calidad y brillo, así en las terapias y atención a niños discapacitados va apareciendo la calidad, la grandeza y capacidades de estos niños y de sus familiares.
La discapacidad no es impedimento para vivir con calidad y aportar a la sociedad, es solo una limitación; de ahí nuestro deber de prevenirla y de abolir toda discriminación. Ante tantas contrariedades y limitaciones sociales, en Oaxaca necesitamos aprender de estos niños y de sus familiares que luchan por caminar, por superarse y relacionarse bien con los demás; nos urge aprender a no ser conformistas ni mediocres, a luchar por vivir mejor. Oaxaca necesita integrar activamente la riqueza humana y laboral de sus discapacitados, desde sus familias y comunidades; sería un crimen desperdiciar tanta riqueza hoy. ¡Cómo necesitamos abrirnos con humildad al misterio de la vida, a la sabiduría de Dios!
Con mi saludo y bendición para todos.
+ José Luis Chávez Botello
Arzobispo de Antequera-Oaxaca