Han roto la dinámica del miedo eclesial, del silencio interesado o impuesto y de la delación anónima. Por dos veces en poco tiempo, los curas de San Sebastián han salido a la palestra pública para decir públicamente a todo el pueblo de Dios que no están de acuerdo ni comulgan con los mecanismos perversos con los que, a veces, funciona la estructura eclesial. En definitiva, que la transparencia es signo de autenticidad evangélica y que el pueblo de Dios necesita, quiere, pide, exige y tiene derecho a que se le expliquen las decisiones que toma la jerarquía. Tanto en el nombramiento de su obispo, monseñor Munilla, como en la retirada de las librerías del libro de José Antonio Pagola, que lleva el nihil obstat de monseñor Uriarte. Al hacerlo, defienden a su ex vicario general y a su obispo emérito. Pero tambén le hacen un enorme favor a toda la Iglesia.
Es muy de agradecer el valiente gesto de los curas de San Sebastián. ¡Chapeau! Son los únicos que se han atrevido a dar la cara. Los únicos, entre el alto y el bajo clero, que dicen lo que piensan en conciencia. Los únicos que no se limitan a murmurar y a callar.
Y eso, en la iglesia católica española actual, dominada por el miedo tiene un valor extraordinario. Todos sabemos que muchos obispos, infinidad de curas y millones de fieles están descontentos con las decisiones de la actual cúpula jerárquica española. Muchos dicen, por lo bajo, que Rouco y Camino están asfixiando a la Iglesia católica española. Con miedo, con autocensura y, lo que es peor, con la proliferación de mecanismos de delación. Muchos lo dicen en privado, pero, sólo los curas guipuzcoanos y algunos teólogos se atreven a proclamarlo públicamente.
«Ayúdennos a respirar», le pedían, hace un par de días, un numeroso grupo de personas a Javier Vitoria y a José Ignacio González-Faus, dos grandes teólogos que también se atreven a hablar claro y sin miedo.
Para que no nos ahoguemos, los católicos españoles necesitamos, además de la valentía de los curas guipuzcoanos y de algunos teólogos (Vitoria, Faus, Lois, Tamayo, Forcano, Queiruga, Castillo, Masiá, Estrada, Pagola), obispos que den la cara. Y que, públicamente, muestren otro rostro eclesial distinto del presentado por Martínez Camino. O, al menos, complementario. Que escenifiquen que, en la Igleisa, hay diversas sensibilidades. Y todas válidas. Que nos ayuden a los fieles a poder defendernos ante la opinión pública.
En el postconcilio, Tarancón y González Martín encarnaron y representaron dos sensibilidades eclesiales. La derecha y la izquierda, para entendernos. Y ambos eran respetados y valorados.
¿Por qué, ahora, Rouco no tiene contrapeso? ¿No hay obispos que piensen de forma diferente? ¿Por qué no se atreven a decirlo?
Unos por miedo a no seguir subiendo en el escalafón, dado que Rouco controla los nombramientos y los traslados de los obispos. Otros por corporativismo. Y otros, escudados en la falsa coartada de evitar la ruptura de la comunión. Olvidando que discrepar no es romper y que la Iglesia gana más cuanto más cromática es. Y olvidando, sobre todo, que al callar comenten un pecado de cobardía y, además, contribuyen al mayor descrédito de la Iglesia española.
Gracias, de corazón, a los curas de San Sebastián. Y que cunda el ejemplo. Ya va siendo hora de salir de la mística de la resistencia pasiva. Iglesia somos todos, y no sólo los carcas. Reivindicarlo es exigencia evangélica. Además, nos jugamos la credibilidad social. Porque, «la verdad nos hace libres».
José Manuel Vidal