Llamada desde el Congo – Gabriel Mª Otalora
La República Democrática del Congo es noticia; para mal, como casi siempre que se habla de África, eterna fotografía del hambre,
la guerra y la miseria a causa del maltrato por la colonización y la rapiña europea, durante siglos, aprovechándose de una elite africana corrupta. En este caso, las multinacionales de nuevas tecnologías, telefonía móvil y ordenadores dependen de una serie de minerales como el estaño, oro, wolframio y sobre todo el coltán, con el 80% de los recursos mundiales concentrados en el este del Congo.
Los orígenes de este drama humanitario se remontan a la guerra fratricida entre hutus y tutsis. La lucha continúa pero, desde los años 90, las milicias rebeldes concentraron sus esfuerzos en el control de las minas para financiarse la guerra y así seguimos, ellos matándose despiadadamente en un país desolado y nosotros embriagados de tecnología mientras nos ocultan el precio del mal llamado desarrollo mundial, que no es otro que el colonialismo de nuevo cuño que propician los países de la Unión Europea, Estados Unidos y demás adláteres.
La resultante son cinco millones de muertos y cien mil mujeres violadas al año desde finales de esa década, a cambio de que las multinacionales reciben coltán a precios ridículos para crear toda la tecnología que quieren mientras esta gran injusticia definida como el conflicto más sangriento desde el fin de la II Guerra Mundial continúa silenciada en el mundo occidental.
A partir de los años 90 el precio de este mineral se disparó, y no se les ocurrió mejor idea para abaratar la materia prima que utilizar a jóvenes y niños como esclavos los siete días de la semana durante todo el año, malnutridos y sin medidas de seguridad hasta que fallecen reventados.
Y una vez más, son las otras multinacionales, las de la solidaridad, en este caso Manos Unidas, Alboan (de los jesuitas) y otras, las que nos abren los ojos denunciando esta tragedia humanitaria mientras ayudan sobre el terreno en lo que pueden. Dos millones de personas han abandonado sus casas por la guerra pero nos sigue produciendo alarma cuando las verjas de Ceuta y Melilla se saturan de infelices que llaman a nuestras puertas europeas.
De lo que se trata no es de acabar con los móviles y demás beneficios tecnológicos, sino de que la extracción de estos minerales se produzca en condiciones dignas que acaben con la explotación para financiar la guerra. La verdad es que esta realidad me recuerda a la explotación textil en países como Bangla Desh, de la que se conoce algo más pero sin que tampoco se haga apenas nada, y eso que varias empresas son de capital español.
He leído sobre ambas realidades execrables y ahora aporto mi granito de arena compartiendo con los lectores esta injusticia para que al menos aportemos solidaridad y dinero a quienes solo por amor están ayudando a los miles de miserables que malviven en el Congo. Algo es algo, porque apelar a nuestros gobernantes para que recuperen la ayuda a la cooperación y desarrollo, me parece una quimera. Y de la ONU, mejor no hablar.