Lecturas diarias para el 5 de abril – San Vicente Ferrer
Evangelio según San Mateo 26, 14-25
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: «¿Cuánto me dan si les entrego a Jesús?» Ellos quedaron en darle treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregárselo.
El primer día de la fiesta de los panes Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?» Él respondió: «Vayan a la ciudad, a casa de fulano y díganle: ‘El Maestro dice: Mi hora está ya cerca. Voy a celebrar la Pascua con mis discípulos en tu casa'». Ellos hicieron lo que Jesús les había ordenado y prepararon la cena de Pascua.
Al atardecer, se sentó a la mesa con los Doce y mientras cenaban, les dijo: «Yo les aseguro que uno de ustedes va a entregarme». Ellos se pusieron muy tristes y comenzaron a preguntarle uno por uno: «¿Acaso soy yo, Señor?» Él respondió: «El que moja su pan en el mismo plato que yo, ése va a entregarme. Porque el Hijo del hombre va a morir, como está escrito de él; pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre va a ser entregado! Más le valiera a ese
Cuarta Semana de Cuaresma
Del propio – Morado
Jeremías 11, 18-20 / Juan 7, 40-53
Salmo responsorial Sal 7, 2-3. 9bc-12
R/. «¡Señor, Dios mío, en ti me refugio!”
Santoral:
San Vicente Ferrer, presbítero
Una Cuaresma para dar frutos
Un árbol es bueno cuando da frutos buenos.
Y para que llegue a darlos, el árbol requiere
muchos cuidados.
Lo primero que hay que hacer es preparar
la tierra para plantarlo; ha de estar la tierra
bien regada, sin malas hierbas ni piedras
que impidan a sus raíces extenderse
y agarrar profundamente la tierra.
Después, es necesario tener una gran
paciencia para permitirle crecer a su ritmo.
También es necesario darle tiempo para
reponer fuerzas, para recobrar la salud.
En una palabra, hay que estar pendientes
de él con un gran cuidado; al árbol
hay que darle también sus oportunidades.
Hay que podar las ramas secas para que
la savia pueda llegar sin dificultad hasta
las ramas más pequeñas y más alejadas
del tronco.
Hay que apuntalarlo para que resista
las tempestades; si es frágil y está mal
cuidado, resistirá poco y será arrancado de cuajo.
Hay que preservarlo de los bichos que se cobijan
en él y le destruyen quitándole las fuerzas.
Hay que preocuparse de él en todo momento.
¡Entonces sí que será capaz de dar los frutos
esperados, sabrosos y nutritivos!
Nosotros somos parecidos a los árboles.
Nuestros frutos son nuestras obras y nuestras
Palabras; si permanecemos plantados
en la Palabra de Jesús, en su Evangelio,
entonces daremos frutos –nuestras obras y palabras–
en las cuales se podrá saborear la Palabra de Jesús.
Si nos preocupamos de que nuestras raíces estén
asentadas en Jesús; entonces nuestros frutos serán
frutos de amor y no de odio.
Liturgia – Lecturas del día
Sábado, 5 de Abril de 2014
Yo era como un manso cordero, llevado al matadero
Lectura del libro de Jeremías
11, 18-20
Señor, Tú me has hecho ver las intrigas de este pueblo.
Y yo era como un manso cordero, llevado al matadero, sin saber que ellos urdían contra mí sus maquinaciones: «¡Destruyamos el árbol mientras tiene savia, arranquémoslo de la tierra de los vivientes, y que nadie se acuerde más de su nombre!»
Señor de los ejércitos,
que juzgas con justicia,
que sondeas las entrañas y los corazones,
que yo vea tu venganza contra ellos,
porque a ti he confiado mi causa!
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 7, 2-3. 9bc-12
R. ¡Señor, Dios mío, en ti me refugio!
Señor, Dios mío, en ti me refugio:
sálvame de todos los que me persiguen;
líbrame, para que nadie pueda atraparme
como un león, que destroza sin remedio. R.
Júzgame, Señor, conforme a mi justicia
y de acuerdo con mi integridad.
¡Que se acabe la maldad de los impíos!
Tú que sondeas las mentes y los corazones,
Tú que eres un Dios justo, apoya al inocente. R.
Mi escudo es el Dios Altísimo,
que salva a los rectos de corazón.
Dios es un Juez justo
y puede irritarse en cualquier momento. R.
EVANGELIO
¿Acaso el Mesías vendrá de Galilea?
a Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan
7, 40-53
Algunos de la multitud, que habían oído a Jesús, opinaban: «Éste es verdaderamente el Profeta». Otros decían: «Éste es el Mesías». Pero otros preguntaban: «¿Acaso el Mesías vendrá de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David y de Belén, el pueblo de donde era David?» y por causa de Él, se produjo una división entre la gente. Algunos querían detenerlo, pero nadie puso las manos sobre Él.
Los guardias fueron a ver a los sumos sacerdotes y a los fariseos, y éstos les preguntaron: «¿Por qué no lo trajeron?»
Ellos respondieron: «Nadie habló jamás como este hombre». Los fariseos respondieron: «¿También ustedes se dejaron engañar? ¿Acaso alguno de los jefes o de los fariseos ha creído en Él? En cambio, esa gente que no conoce la Ley está maldita».
Nicodemo, uno de ellos, que había ido antes a ver a Jesús, les dijo: «¿Acaso nuestra Ley permite juzgar a un hombre sin escucharlo antes para saber lo que hizo?»
Le respondieron: «¿Tú también eres galileo? Examina las Escrituras y verás que de Galilea no surge ningún profeta».
Y cada uno regresó a su casa.
Palabra del Señor.
Reflexión
Jer. 11, 18-20. El profeta perseguido por defender el único templo que ha de ser el de Jerusalén, y que, por tanto, el de su tierra natal, Anatot, ha de ser destruido, es perseguido incluso por su propia familia. No sólo lo persiguen, quieren apagar su voz, quieren matarlo. Dios le descubre a Jeremías lo que planean contra él sus enemigos. Y Jeremías pronuncia una frase que se convertirá en un oráculo sobre el Mesías: Yo era conducido como un manso cordero que es llevado a degollar. El profeta pide al Señor que lo defienda de sus enemigos.
En Cristo Jesús se ha cumplido esta profecía. Él nos dice que a Dios se le adora en espíritu y verdad. Hay que entrar en la propia habitación, cerrar la puerta y orar ante nuestro Padre, que está en lo secreto de cada uno de nosotros. No es malo acudir a los templos a orar junto con la comunidad de creyentes. Sin embargo, aún ahí hemos de comunicarnos con el Señor que habita en nosotros; si no tenemos un encuentro personal con Él podemos diluirnos en la comunidad y pensar que estuvimos con el Señor porque oramos y cantamos juntos. Quien no entienda esto podrá afanarse por tener un lugar de culto muy hermoso, y por preparar la liturgia de tal forma que cause impacto en los asistentes.
Hablar de que hay que destruir esa imagen de exterioridades para darle la importancia a nuestro templo interior, podría causar descontentos, críticas y persecuciones. Si en verdad viviésemos conforme a las enseñanzas de Jesús en este aspecto, la comunidad de fieles que se reúne para alabar a Dios y ofrecerle el único sacrificio que le es grato, tendría un sólo corazón y una sola alma, pues seríamos conscientes que es el único y mismo Señor, el único y mismo Espíritu que habita en cada uno de nosotros y nos reúne, como un cuerpo que alaba a Dios.
Sal. 7. Meditamos cómo el Señor está siempre de parte del justo; y puesto que es su amigo, está siempre dispuesto a velar por él y a librarlo de sus enemigos.
Si el malvado cava y ahonda una zanja para sepultar a los demás, lo único que estará haciendo será cavar su propia tumba; no será Dios quien lo castigue; será él mismo quien sufra las consecuencias de sus propias acciones.
Jesús, el Justo, perseguido y condenado injustamente, puso toda su confianza en Dios. Aún clavado en la cruz, frente a Dios su Padre, le dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Quienes tenemos a Jesús como Salvador y Señor de nuestra vida no podemos vivir perjudicando a los demás. Nuestra vocación mira a ser testigos de la verdad y del amor de Dios para todos los pueblos.
Quien diga ser hijo de Dios, pero perjudique a su prójimo, será un mentiroso; la Verdad no está en él.
Jn. 7, 40-53. También la mucha ciencia infla a la persona y le endurece el corazón. Quisieran encontrar a la persona ideal, conforme a las expectativas de las propias investigaciones. Los sumos sacerdotes y los escribas tenían, según ellos, una imagen muy clara de cómo debería ser el Mesías. Si Jesús no cumplía con ese perfil, entonces es un blasfemo, un embaucador del pueblo y hay que acabar con Él.
Jesús no nos pide comparar nuestros pensamientos con los caminos concretos de Dios, que distan muy lejos de nuestros caminos. Ante Cristo no llegamos sabiendo, sino descubriendo; no llegamos con certezas, sino con el camino arduo de la fe depositada en Él y que, al paso del tiempo y de la experiencia personal con el Señor, nos va aclarando su Rostro y nos hace saber que no estábamos equivocados.
No juzguemos antes de tiempo. Dejemos que venga el Señor. Él iluminará lo que se esconde en la oscuridad de la fe.
En nuestra Eucaristía de este día celebramos al Señor como Aquel que ha amado a su Padre Dios hasta el extremo. Nadie lo ha amado como Él. Este Amor de unión y comunión entre el Padre y el Hijo nos hace entender, desde Jesús, cómo es el Padre y hasta dónde llega el amor que nos tiene.
Además, en esta Eucaristía celebramos el Amor que el Señor nos tiene a nosotros. Nadie nos ha amado como Él. No sólo ha entregado su vida por nosotros para el perdón de nuestros pecados; no sólo nos ha reconciliado con el Padre Dios. Él nos llama para que entremos en unión y comunión de vida con Él.
Si en la Eucaristía hacemos nuestra la vida de Dios, quien contemple a su Iglesia estará ante el signo más claro y más creíble de cómo es Dios y de cómo nos ama. Por eso, podemos decir lo que expresaba ya en otra ocasión: La Iglesia prolonga en la historia la primera encarnación del Hijo de Dios.
No solo asistir, sino hacer vida la Eucaristía en nosotros es todo un compromiso de comunión con Dios y de comunión fraterna con nuestro prójimo, a quien hemos de amar no por sus exterioridades, no por las cosas que posea, no por la cultura que haya adquirido, sino porque Dios lo llamo a la Vida porque lo ama y quiere que sea y se comporte siempre como hijo suyo, no al margen, sino unido a su único Hijo, Cristo Jesús.
Muchas veces nosotros tratamos a los demás de acuerdo a lo que esperamos de ellos. No somos capaces de contemplar su propia realidad, su cultura, sus cualidades, sus carismas, sus posibilidades. Queremos esculpir en ellos la imagen de Jesús como nosotros lo hemos imaginado. Más que educarlos para que den una respuesta personal y madura a su fe en Cristo, queremos amaestrarlos, como si fueran animales y manipularlos, como si fueran títeres. Pensamos que si no le hacemos así, esa chusma inculta no podrá alcanzar la salvación.
¿Acaso de los pobres, de los analfabetos, de los incultos, de los marginados podrá esperar la Iglesia algo bueno? Más que hacerlos madurar en la fe, piensan muchos que hay que ser paternalistas con ellos: darles alimento, darles instrucción religiosa, pero taparles la boca para que nunca pronuncien en público una palabra que indique que también ellos se han encontrado con el Señor y pueden dar testimonio de Él.
Sin embargo Dios ha elegido lo que el mundo considera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes; ha elegido lo vil, lo despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo para aniquilar a quienes creen que son algo.
Tengamos los ojos y el corazón abiertos a la Palabra que el Señor quiere pronunciar, a favor nuestro, por la boca de los sencillos y de los que son como los niños. Recordemos que nadie es tan pobre que no pueda aportar algo; y nadie es tan rico que no pueda recibir algo de los demás.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber recibir en nuestro corazón la presencia de Cristo, a quien amamos y a quien escuchamos en la Sagrada Escritura y en la voz, en las obras y en la vida misma de nuestro prójimo, aun cuando pareciera ser la persona más sencilla y desprotegida de todo. Sólo así sabremos que Dios no hace distinciones al escoger a quienes han de ser los testigos de su Verdad y de su Amor en el mundo. Que el Señor nos conceda esa capacidad de reconocer su voz en todos nuestros hermanos. Amén.
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