Ahora, cuando aún tienes tiempo…
Ahora, que todavía puedes hacerlo, agradece a Dios
por el regalo del presente y la vida que tienes, porque sabes
de cierto que la recibiste sin antes haberla merecido.
Besa con ternura a tus padres, pues te fueron prestados
por un tiempo tan sólo. Ama a tus abuelos, pues en ellos
está la semilla de tu inmortalidad.
Dale a tus hijos la mejor parte de ti, pues es lo único realmente
valioso que les dejarás, cuando te vayas. Viaja ligero, arrojando
de tu vida los lastres que te atan a la mediocridad, piensa
que la belleza del viaje está en el trayecto, no en el destino;
busca la sencillez de tu mirada limpia cuando se refleje
en quienes amas; no atesores recuerdos que sí te llevarás
contigo, como el abrazo de los amigos, el encuentro que compartiste,
la brisa que acarició tu cara y el crepúsculo carmesí que un día disfrutaste.
Crece sin que seas una molestia para los demás; ayuda a crecer a otros,
porque esta es la forma más bella que Dios te dic para crecer, no seas
fatuo por los dones que posees, ellos son un regalo que debe enriquecer
tu espíritu, no envanecerlo ni perturbarlo.
No hieras lo que jamás podrás curar y sé siempre transparente en el amor.
Acércate al que no tiene, o no sabe, o necesita de ti, para que tu alma
resplandezca cuando compartas lo que tienes, o lo que sabes, o lo que eres.
Un día oirás que alguien dirá: «Ven, bendito de mi Padre…».
Perdona siempre, ama siempre, agradece siempre. El amor no necesita
de razones para colmar tu espíritu. Si los necesitara, no existiría, pues
a la razón siempre le sobraran motivos para expulsarlo de tu vida,
si permites que el egoísmo se apodere de tu corazón.
Que te busquen por lo que eres, no por lo que tienes; que tu mejor dádiva
sea la de ti mismo y tu cariño, que tu éxito no se finque en la derrota ajena
y recuerda siempre que no naciste para ser feliz, sino para perseguir
tenazmente la felicidad.
Porque hay muchos, y quizás tú conoces algunos que ya no tienen tiempo
ni siquiera para sentir que están despiertos. En ellos los amaneceres y los
atardeceres se han confundido en una rutina asfixiante, estéril y sin sentido.
Hay muchos que ya no tienen padres a los cuales amar, hijos a quienes dar
su tiempo, ni amigos que cultivar. Están solos en medio de la multitud.
Por pensar en el futuro, se olvidaron del presente; por crecer egoístamente,
se olvidaron de los demás y llenos de cosas superfluas y de vanidades,
acabaron a su vez olvidados por todos, o si acaso, tolerados por algunos.
Hay muchos con casas suntuosas, pero sin hogares adentro; con grandes
posesiones, pero sin un amigo sincero; con mucha sabiduría pero intolerantes
e insoportables; inertes y necios creyentes en la conducción de una vida
cuyo control no tienen, sino que son controlados por las circunstancias,
porque al llenar su vida con tantas trivialidades, sólo son ahora un desfile
interminable de detalles patéticos sin colorido ni redención posible.
Hay muchos que viven el desamor y la desesperanza; hay muchos atentos
a los intereses bancarios, pero no a su familia; adoradores del becerro de oro,
incapaces de percatarse del hermoso rubí que fue un día su corazón,
hoy convertido en duro diamante, costoso pero que sirve solo para lucirse;
hay muchos que tienen que soportar la soledad y el abandono en el retórico
y cruel paraíso de su vida vacía.
Hay muchos cuyas ilusiones terminaron
y siguen vivos; que no necesitan nada y carecen de lo esencial y aquellos
que aún están aquí, sin siquiera saber por qué.
Pero tú, que aún tienes tiempo, llénalo de una vida autentica y no de las
ficciones con que tantas veces te conformas.
Arroja de tu corazón el abigarrado equipaje del saltimbanqui con que
presumes y revístelo con el cariño que eres capaz de sembrar, porque
es lo único que cosecharás.
Piensa que un día sólo serás, como dice el poeta, un viejo y roto violín,
lleno de polvo y arrumbado en un rincón, pero que podrás recobrar
tu antiguo esplendor, ejecutando de nuevo la música que entonces
sabiamente pulsaste y que, con sus acordes, proporcionó armonía al universo.
Y así, asombrado verás, que una mañana, el Autor de la vida podrá llevarte
hasta el séptimo cielo y en el silencio de la eternidad, arrancará de ti esa misma
melodía antigua que fuiste capaz de ejecutar cuando tuviste tiempo y que aún
permanece oculta en el misterio de tu corazón con sus inmortales arpegios,
como sonata que canta la maravilla que la vida es y en ti fue.
Rubén Núñez de Cáceres V.