Lecturas diarias – Hosanna al Hijo de David – Lunes Santo
LUNES SANTO
Del propio – Morado
Isaías 42, 1-7 / Juan 12, 1-11
Salmo responsorial Sal 26, 1-3. 13-14
R/. «El Señor es mi luz y mi salvación”
¡Hosanna al Hijo de David!
Lo recibiremos con aclamaciones
y, en Viernes Santo, lo despediremos
en el silencio más absoluto.
Le cantaremos ¡Hosanna al Hijo de David!
y, en el Gólgota ,le gritaremos:
¡Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz!
Alfombraremos aquí su camino con olivo y palmas,
y más adelante, en cualquier esquina,
le negaremos como al eterno desconocido.
Hoy, en los aledaños de nuestras
ciudades y calles, seremos su pueblo,
mañana nos convertiremos en aquellos
que nunca con Él estuvieron.
Con las palmas y ramos lo acogemos
como promesa esperada y por fin cumplida,
y, cuando sea ajusticiado, asistiremos
cómplices con nuestra sordina.
En este día, Señor, te alabamos con gritos
el Jueves, seremos presos del sueño,
muertos por el cansancio.
Ahora, Señor, entonamos que
¡nadie hay tan grande como Tú!
y, ante los poderosos, fingiremos no conocerte.
En este momento, Jesús, más que nunca,
las piedras corren el riesgo de gritar tu nombre:
hay demasiado cristiano callado,
multitud de amigos tuyos que, viven, como si no lo fueran.
Miles de palmas sostenidas por la mano,
pero no cosidas ni arrancadas desde el corazón.
En este momento, en el pórtico de la Semana Santa,
infinidad de fans salen a la calle para vitorear
lo que, tal vez, ni de lejos ni de cerca conocen:
¿Por qué va a morir Jesús?
¿Por quién? ¿Cuándo? ¿Cómo?
¡Alabemos al Señor! ¡Claro que si!
¡Vitoreemos su nombre! ¡Y con tambores y trompetas brillantes!
Pero, eso sí, luego…a continuación:
no apaguemos nuestras voces: somos su voz;
no escondamos nuestra vida cristiana: somos su cuerpo;
no neguemos su presencia: somos su afirmación;
no ocultemos su Evangelio: somos su expresión.
P. Javier Leoz
Liturgia – Lecturas del día
Lunes, 14 de A
bril de 2014
LUNES SANTO
Él no levantará la voz
ni la hará resonar por las calles
Lectura del libro de Isaías
42, 1-7
Así habla el Señor:
Éste es mi Servidor, a quien yo sostengo,
mi elegido, en quien se complace mi alma.
Yo he puesto mi espíritu sobre él
para que lleve el derecho a las naciones.
Él no gritará, no levantará la voz
ni la hará resonar por las calles.
No romperá la caña quebrada
ni apagará la mecha que arde débilmente.
Expondrá el derecho con fidelidad;
no desfallecerá ni se desalentará
hasta implantar el derecho en la tierra,
y las costas lejanas esperarán su Ley.
Así habla Dios, el Señor,
el que creó el cielo y lo desplegó,
el que extendió la tierra y lo que ella produce,
el que da el aliento al pueblo que la habita
y el espíritu a los que caminan por ella.
Yo, el Señor, te llamé en la justicia,
te sostuve de la mano, te formé
y te destiné a ser la alianza del pueblo,
la luz de las naciones,
para abrir los ojos de los ciegos,
para hacer salir de la prisión a los cautivos
y de la cárcel a los que habitan en las tinieblas.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 26, 1-3. 13-14
R. El Señor es mi luz y mi salvación.
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es el baluarte de mi vida,
¿ante quién temblaré? R.
Cuando se alzaron contra mí los malvados
para devorar mi carne,
fueron ellos, mis adversarios y enemigos,
los que tropezaron y cayeron. R.
Aunque acampe contra mí un ejército,
mi corazón no temerá;
aunque estalle una guerra contra mí,
no perderé la confianza. R.
Yo creo que contemplaré la bondad del Señor
en la tierra de los vivientes.
Espera en el Señor y sé fuerte;
ten valor y espera en el Señor. R.
EVANGELIO
Déjala. Ella tenía reservado este
perfume para el día de mi sepultura
a Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan
12, 1-11
Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado. Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales.
María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo: «¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?» Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella.
Jesús le respondió: «Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre».
Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado. Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él.
Palabra del Señor.
Reflexión
Is. 42, 1-7. El Creador de cielo y tierra, y de cuanto habita en ellos, es el que ha formado a su Siervo en quien tiene sus complacencias. En él ha puesto su Espíritu para que cumpla con su misión no con gritos ni clamores, no con gesto amenazante, sino con la sencillez de quien llega al corazón para hacer brillar en él la justicia. Esto no le restará la firmeza en su propósito. Así será una personificación de la salvación de Dios.
Es el Señor el que toma a su siervo de la mano y lo forma para que pueda llevar a buen término la obra que le confía: Ser Alianza entre Dios y el pueblo, y liberar a los cautivos de sus cadenas, levantar los ánimos decaídos y hacer que brillen la justicia y el derecho hasta los últimos confines de la tierra.
Sólo entendiendo este cántico desde Cristo podremos entender todo su significado. Ya en su Bautismo se nos habla del Espíritu de Dios que reposa sobre Él, y de la voz del Padre que dice que Jesús es su Hijo amado, en quien Él se complace. El Espíritu de Dios está sobre Jesús para evangelizar a los pobres, para sanar a los de corazón contrito. Él no ha venido a condenar, ni a destruir, ni a arrancar, ni a apagar la poca luz y esperanza que aún queda en los corazones deteriorados por el pecado. Él ha venido a buscar y a salvar todo lo que se había perdido. Así Jesús se convierte para nosotros en la Nueva y definitiva Alianza que nos une con Dios, y que lo hace ser nuestro Padre. Dios velará por nosotros y nosotros permaneceremos unidos a Cristo. Sólo así seremos partícipes de la vida de Dios y un signo de su amor para nuestros hermanos, a quienes no destruiremos, sino que más bien les ayudaremos a recobrar su dignidad de hijos de Dios.
Sal. 27 (26) Afiancemos nuestra seguridad y confianza en el Señor. Con Él a nuestro lado nuestros enemigos ya están vencidos. Ya que el Señor es nuestra luz y nuestra salvación ¿Quién podrá hacernos temblar? ¿Quién como Dios? Aunque se levante un ejército en contra nuestra nada podrán contra quien, indefenso, se ha refugiado en el Señor. Dios nos hará ver su rostro, su bondad y su salvación; por eso estando en Él y Él con nosotros nos llenamos de valor y fortaleza, pues el Señor no abandona a quienes en Él confían.
Jesús, Aquel que fue escuchado por su Padre, Aquel que al final de su vida puso su Espíritu en manos de su Padre, y que no fue defraudado pues vencidos sus enemigos ahora vive y reina por los siglos, nos invita a confiar en Él y a no tener miedo. ¡Ánimo, nos dice, no tengan miedo; yo he vencido al mundo!
Ojalá y, participando de la Pascua de Cristo, nos decidamos a dar un auténtico testimonio de nuestra fe, esforzándonos por amar y servir a la altura de la gracia recibida: la misma vida de Dios en nosotros. A pesar de las críticas, de la persecución y de la muerte, sepamos que Dios estará siempre de parte nuestra y no permitirá que la salvación sea arrancada de nuestras manos.
Jn. 12, 1-11. Jesús, por medio de su Palabra vivificadora, al resucitar a Lázaro nos manifiesta que, a pesar de que la humanidad pareciera ya no tener esperanza de volver a la vida, en Cristo encuentra el camino que le saca de la muerte, y le da la libertad de los hijos de Dios para que pueda caminar dando testimonio del Amor que Dios tiene a todos. Jesús quiere sentarse a la mesa con todos los que le aman y quiere que, quienes viven lejos, vuelvan a Él y participen de sus dones. Tal vez lo de más valor que hay en nosotros sea nuestro amor; si somos capaces de entregarlo totalmente a Cristo perfumará toda la casa, toda la Iglesia hasta los últimos rincones. Ojalá y no tengamos un corazón podrido que en lugar del perfume invada de peste a los demás y les cause escándalo o sufrimiento.
Muchos quisieran que se volviera la mirada hacia los pobres, hacia los hambrientos, hacia los desprotegidos. Pueden hablar de los grandes gastos que se hacen en una guerra, de los derroches en fiestas populares o familiares mientras hay millones que viven en hambruna o en condiciones infrahumanas. ¿Por qué no mejor canalizar hacia ellos los gastos que se derrochan en la manifestación de poderío y dominación, o en festejos demasiado pasajeros? Ojalá y esto fuera sincero y en verdad tuviésemos a los pobres en el centro de nuestro corazón. ¿Hacemos algo por ellos? ¿Cuando nos han dado recursos para los pobres, cuando se han enviado grandes cantidades de alimentos, de ropa, medicinas, muebles para las naciones o personas en desgracia no habremos hurgado entre los envíos para quedarnos con la mejor parte? ¿Hemos sido honestos en la administración de lo que no es nuestro sino que corresponde a otros? Los pobres siempre estarán con nosotros; ¿hacemos algo por ellos?
Finalmente el Evangelio nos habla de que, además de querer acabar con Jesús, los sumos sacerdotes querían acabar con Lázaro, pues a causa de él muchos judíos se separaban y creían en Jesús. La Iglesia, comunidad de creyentes en Cristo que de Él han recibido nueva vida, es, a través de la historia, el signo concreto de la salvación que Dios nos ofrece. Esto en cuanto a la unión de la Iglesia con Cristo, su Señor, y a la presencia fecunda, en ella, del Espíritu Santo. Además de hacer a un lado a Cristo de su vida, muchos persiguen a la Iglesia y quieren acabar con ella, para evitar así el ver en riesgo sus intereses oscuros, materiales, egoístas, pasajeros. Si confiamos en Cristo, si creemos en Él, a pesar de la persecución y la muerte, nuestro amor será fecundo y no sólo llegará el suave olor de Cristo a todos, sino su vida, su Espíritu. Esta es la misión que tiene la comunidad del Resucitado. No permitamos que otros intereses muevan a quienes creemos en Cristo, sino sólo el ser portadores de su Evangelio para salvación de toda la humanidad.
Cristo, el Mesías, el Ungido por el Espíritu Santo nos ha reunido en torno a Él en esta Eucaristía para que renovemos la aceptación de ser ungidos por ese mismo Espíritu. La Vida de Dios está en nosotros; el Espíritu del Señor ha descendido sobre nuestro barro; somos el vaso frágil que ha sido llenado por el Espíritu de Dios; Él habita en nosotros como en un templo. Entramos, en la Eucaristía, en Comunión con Cristo, somos hechos uno con Él. Por eso, al participar en la celebración de su Misterio Pascual hemos de estar dispuestos a escuchar su Palabra para que, por obra del Espíritu Santo, nos vaya transformando, día a día, en criaturas nuevas y nos ponga en camino como testigos del Resucitado.
Volvamos a nuestra vida diaria con la clara conciencia de ser los ungidos del Señor. Dios ha puesto sobre nosotros su Espíritu no para que arranquemos sino para que plantemos, no para que quebremos las esperanzas, sino para que la devolvamos a quienes la han perdido; no para que destruyamos la poca fe y amor que queda en muchos corazones, sino para que les ayudemos a que vuelvan a arder en ellos y todos seamos capaces de darle un nuevo rumbo a la historia.
Tal vez nos tropecemos con testimonios falsos en contra nuestra; tal vez nos persigan y aparentemente nos venzan. Confiemos en Cristo, nuestra luz y salvación. Él nos ha precedido en el camino hacia el Padre; lo contemplamos como el varón de dolores, pero también como el varón glorificado a la diestra de su Padre Dios. Así nosotros, a pesar de que pareciera que la vida se nos pone en contra nuestra, esperamos con toda confianza gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Aprendamos de Cristo el amor que llega hasta el extremo. No queramos pensar que, después de haber condenado a muerte a nuestros hermanos, después de haberlos explotado y haberlos comprado por un par de sandalias, con sólo invocar a Dios diciéndole Señor, Señor, por eso nos vaya a salvar. Dios quiere lealtad en la fe y en el amor. Seamos ese buen olor de Cristo para nuestro prójimo traduciendo nuestra fe en obras de amor.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de no conformarnos con ofrecerle a Dios exterioridades, incienso, flores y alabanzas con los labios, sino que le demos nuestro corazón para que amándolo con todo nuestro ser nos convierta en un signo claro de su amor para nuestro prójimo, amándolo en la misma medida con que Dios nos ha amado a nosotros. Amén.