¡Nunca más la guerra!
Queridos hermanos y hermanas,
quisiera hacerme intérprete del grito que,
con creciente angustia, se levanta en todas
las partes de la tierra, en todos los pueblos,
en cada corazón, en la única gran familia
que es la humanidad: ¡el grito de la paz!
Es el grito que dice con fuerza:
Queremos un mundo de paz, queremos ser
hombres y mujeres de paz, queremos
que en nuestra sociedad, desgarrada
por divisiones y conflictos, estalle la paz;
¡Nunca más la guerra! ¡Nunca más la guerra!
La paz es un don demasiado precioso,
que tiene que ser promovido y tutelado.
Hago un fuerte llamamiento a la paz,
un llamamiento que nace de lo más
profundo de mí mismo.
¡Cuánto sufrimiento, cuánta destrucción,
cuánto dolor ha ocasionado y ocasiona
el uso de las armas en este atormentado país,
especialmente entre la población civil inerme!
Pensemos: cuántos niños no podrán
ver la luz del futuro. Condeno con especial
firmeza el uso de las armas químicas.
Les digo que todavía tengo fijas en la mente
y en el corazón las terribles imágenes
de los días pasados.
Hay un juicio de Dios y también un juicio
de la historia sobre nuestras acciones,
del que no se puede escapar.
El uso de la violencia nunca trae la paz.
¡La guerra llama a la guerra,
la violencia llama a la violencia!
¿Qué podemos hacer nosotros por la paz en el mundo?
¡Que una cadena de compromiso por la paz una
a todos los hombres y mujeres de buena voluntad!
Es una fuerte y urgente invitación que dirijo
a toda la Iglesia Católica, pero que hago extensiva
a todos los cristianos de otras confesiones,
a los hombres y mujeres de las diversas religiones
y también a aquellos hermanos y hermanas no creyentes:
la paz es un bien que supera cualquier barrera,
porque es un bien de toda la humanidad.
Que el grito de la paz se alce con fuerza
para que llegue al corazón de todos y todos
depongan las armas y se dejen guiar por el deseo de paz.
¡Nunca más la guerra! ¡Nunca más la guerra!
Pidamos a María que nos ayude a responder a la violencia,
al conflicto y a la guerra, con la fuerza del diálogo,
de la reconciliación y del amor. Ella es Madre.
Que Ella nos ayude a encontrar la paz.
Todos nosotros somos sus hijos.
Ayúdanos, María, a superar este difícil momento
y a comprometernos, todos los días
y en todos los ambientes, en la construcción
de una auténtica cultura del encuentro y de la paz.
María, Reina de la Paz, ruega por nosotros.
Papa Francisco
Evangelio del día 10 de Septiembre con el Padre Guillermo Serra | Viernes de la vigésimo tercera semana del Tiempo ordinario
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