Esta mañana el Santo Padre celebró su tradicional audiencia general en el Aula Pablo VI de la Ciudad del Vaticano, a la que asistieron varios miles de fieles procedentes de numerosos países. En su catequesis Benedicto XVI comenzó recordando que el miércoles pasado, meditamos sobre el deseo de Dios que el ser humano lleva en lo más profundo de sí mismo, mientras hoy deseaba seguir profundizando este aspecto y meditando brevemente sobre algunas vías para llegar al conocimiento de Dios.
“Pero quisiera recordar que la iniciativa de Dios precede siempre cualquier iniciativa del hombre, y también en el camino hacia Él, es Él el primero que nos ilumina, nos orienta y guía, respetando nuestra libertad. Así como es siempre Él, el que nos hace entrar en intimidad con Él mismo, revelándose y donándonos la gracia de poder recibir esta revelación en la fe. No olvidemos nunca la experiencia de san Agustín: no somos nosotros los que poseemos la Verdad después de haberla buscado, sino que es la Verdad la que nos busca y nos posee”.
Sin embargo, dijo el Papa, hay vías que pueden abrir el corazón del hombre al conocimiento de Dios, hay signos que conducen a Él. Y añadió que por supuesto, a menudo corremos el riesgo de quedar deslumbrados por el brillo de la mundanidad, que nos hace menos capaces de recorrer algunos caminos o de leer esos signos.
“Sin embargo, Dios no se cansa de buscarnos, es fiel al hombre que creó y redimió, permanece cerca de nuestras vidas, porque nos ama. Ésta es una certeza que nos debe acompañar todos los días, a pesar de que ciertas mentalidades difusas dificulten la misión de la Iglesia y de los cristianos de comunicar la alegría del Evangelio a todas las criaturas y de conducir a todos al encuentro con Jesús, único Salvador del mundo”.
Dirigiéndose a los peregrinos de lengua española el Santo Padre les recordó esas vías que conducen a Dios: La primera: el mundo. El orden y la belleza de la creación, que conducen a descubrir a Dios como origen y fin del universo.
La segunda: el hombre. Con su apertura a la verdad, su sentido del bien moral, su libertad y la voz de la conciencia, con su sed de infinito, el hombre se interroga sobre la existencia de Dios y encuentra que no puede tener origen más que en Él.
La tercera: la fe. Quien cree está unido a Dios, abierto a su gracia, a la fuerza de la caridad. Un cristiano o una comunidad que actúa y es fiel al proyecto divino, se constituye en una vía privilegiada de la existencia y de las acciones de Dios para los indiferentes o los que dudan. El cristianismo, antes que ser una moral o una ética, es la manifestación del amor que recibe a todos en la persona de Jesús.
Estas vías nos llevan al conocimiento de la existencia de una realidad que es la causa primera y el fin último de todo.