BRAULIO HERNÁNDEZ MARTÍNEZ, brauhm@gmail.com
TRES CANTOS (MADRID).
ECLESALIA, 21/09/10.- Cuando en la noche del sábado al domingo, sobre la 1’45, yo conectaba la radio con la que me suelo dormir, esa emisora anunciaba, en primicia, la noticia de la muerte de José Antonio Labordeta. Hacía poco más de dos horas que, casualmente, habíamos entonado (en la eucaristía) la canción más representativa del carismático y polifacético cantautor aragonés: su famoso “Canto a la libertad”. No pude por menos de coger el móvil y enviarle un escueto SMS a Cinta, comunicándole la noticia. No parecería casual que ella hubiera pedido cantar, precisamente esa canción que cantamos, como dice el refrán, de pascuas a ramos, a la misma hora que Labordeta estaba agonizando. La petición surgió tras la escucha y puesta en común de lo que nos decían las lecturas litúrgicas del día.
Esa canción de Labordeta, el “peregrino que iba buscando nuestras raíces, dando voz a esos campesinos, pastores, y amas de casa sin voz…”, venía como anillo al dedo a las tres lecturas: la denuncia social del profeta Amós (tan actual en una Europa donde se hacen deportaciones de ciudadanos europeos, porque no tienen recursos); la de S. Pablo pidiendo sabios gobernantes; y el evangelio, con la parábola del “dinero injusto”: una denuncia contra el dios dinero del neoliberalismo.
José Antonio Labordeta tenía en común con Miguel Delibes sus preocupaciones sociales como la defensa del débil y del mundo rural que se despuebla. Como ocurrió aquella tarde noche, en la eucaristía, el día del entierro de Miguel Delibes, también (esta vez sin nosotros saberlo) Labordeta se hacía “presente”, anticipadamente, a través de una canción convertida en su seña de identidad. El día del entierro de Miguel Delibes, en todas las iglesias del planeta se escuchaba el salmo 34: el mismo que el autor vallisoletano plasmó en su novela, El Hereje, cuando narra el encuentro del protagonista principal (acabaría “quemado” en la hoguera) en aquella comunidad clandestina de su Valladolid. También, ayer por la noche, mientras Labordeta agonizaba, en el hospital Miguel Servet (nombre de otro quemado ilustre, éste por la Inquisición protestante), entonábamos su canción más universal: su Himno a la libertad. A esa hora, Labordeta ya estaba preparando su otra mochila. Hacia la plenitud. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
Canto a libertad
(José Antonio Labordeta)
Habrá un día en que todos
Al levantar la vista
Veremos una tierra
Que ponga libertad (bis)
Hermano aquí mi mano
Será tuya mi frente
Y tu gesto de siempre
Caerá sin levantar
Huracanes de miedo
Ante la libertad
Haremos el camino
En un mismo trazado
Uniendo nuestros hombros
Para así levantar
A aquellos que cayeron
Gritando libertad
Sonarán las campanas
Desde los campanarios
Y los campos desiertos
Volverán a granar
Unas espigas altas
Dispuestas para el pan
Para un pan que en los siglos
Nunca fue repartido
Entre todos aquellos
Que hicieron lo posible
Para empujar la historia
Hacia la libertad
También será posible
Que esa hermosa mañana
Ni tú, ni yo, ni el otro
La lleguemos a ver
Pero habrá que empujarla
Para que pueda ser
Que sea como un viento
Que arranque los matojos
Surgiendo la verdad
Y limpie los caminos
De siglos de destrozos
Contra la libertad
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