Nicolò Manduci, un joven ingeniero de veintisiete años, nacido en Brescia (Italia)
Nicolò aprendió a hablar con la Virgen María en la Escuela Salesiana de María Auxiliadora donde estudió desde pequeño. Con diez años, dejando ya de ser un niño, empezó a alejarse de esas conversaciones tan benéficas con nuestra Madre. Hubo dos factores importantes. En primer lugar, una cierta soledad en la que le sumió la falta de afecto de su padres y, por otra parte, el rechazo por parte de los chicos de su edad. Al llegar a la escuela superior y tratando de ser aceptado por sus compañeros comenzó a tomar actitudes conscientes de alejamiento de Dios.
La falta de afecto, condujo a Nicolò a una “fuerte crisis a nivel afectivo. Me faltaba el amor, me faltaba afecto. Inicié mi camino en búsqueda de mí mismo, en búsqueda de la felicidad. Buscaba en sitios equivocados, buscaba en la discoteca, en la droga, en el alcohol, en todas las cosas que no me hacían feliz. Esto me llevó a alejarme de personas queridas, de amigos que tenían valores y principios fundamentados en la fe. Pero en aquel momento me resultaban incómodos porque ninguno podía sanar aquella herida que yo llevaba dentro. Ninguno me podía amar como yo hubiera querido. Ninguno podía entenderme como yo hubiese querido”.
Aunque Nicolò sabía que le “miraba siempre”, no quería escucharlo. “Le echaba a Él la culpa de lo que me pasaba. ¿Por qué pasaba eso? ¿Por qué soy así? ¿Por qué soy distinto? ¿Por qué me siento tan mal? ¿Por qué los demás son felices?. Y claro, a alguien tenía que echarle la culpa, pero en realidad habría tenido que mirar un poco dentro de mí. Pero no tenía fuerza para encontrar las respuestas, no tenía una madurez suficiente, no tenía tampoco educadores válidos en los que apoyarme”. “Busqué apoyo en mi familia, pero mi familia pasaba por un periodo de enfrentamiento. Había mucha presión en casa. Mi madre y mi padre no iban muy de acuerdo, no había fe, no habían unión. Iban cada uno por su cuenta. Había un gran egoísmo entonces, y yo sentía el peso de ese egoísmo en casa. Por eso decidí cambiar de objetivo y partí para Londres”.
Al principio iba a ser solo un periodo de dos meses pero, al final, Nicolò estuvo casi dos años en Londres. Luchó mucho para salir adelante solo. Trabajaba y estudiaba. Vivía muy sencillamente y en varios momentos llegó a pasar necesidad. Pero fue un periodo fundamental para su maduración a nivel humano: “Este cambio empezó dentro de mí. Comencé a crecer en humildad, pobreza y obediencia. Y estas tres virtudes, que yo no comprendía en aquel momento, empezaron a darme fuerza, fuerza y seguridad dentro de mí, estabilidad. Comprendí que había algo en estas tres cosas que hacían de eje en mi vida: empezaba a poner como los cimientos de mi persona”.
Un día había conseguido reunir algunas libras para hacer un “extra” y comprar un pastel. Con la caja del dulce entre las manos, y deseando llegar a casa para comérselo, pasó por delante de la silla de ruedas de un anciano mendigo que tocaba el violín. Nicolò sintió que la compasión le invadía elcorazón: “Sentí dentro del corazón que se lo tenía que dar, porque sabía que yo algo sí tenía, y esta persona no estaba seguro de qué cosa iba a tener aquella tarde, o si iba a sobrevivir aquella noche”.
Este pequeño gesto de amor abrió el corazón de Nicolò y le permitió descubrirse inmensamente amado por el Señor: “En ese momento sentí una gran paz. Sentí un amor grandísimo en el corazón que me tocaba dentro y no sabía lo que era. Más tarde he entendido que el amor de Dios comenzó a visitarme. Dios había visitado mi corazón y, sobre todo, había visto que yo tenía deseo de cambiar. (…)En el momento en el que entré en mi casa, recuerdo que cerré la puerta, y sentí como una persona, una presencia cerca de mí. Recuerdo que sentía una fuerza en mi corazón que me decía: Cualquier cosa hecha al más pequeño de mis hermanos, es como si me la hubieras hecho a Mí”. Esta persona era Jesús. En aquel momento sentí la presencia de Jesús vivo cerca de mí”.
Tras esta experiencia, Nicolò tomó la decisión de regresar a casa, a Italia. Un amigo le invitó a ir a Misa con él, pero Nicolò desconocía el valor de la Eucaristía. Él ya rezaba solo, ¿por qué tenía que ir a Misa? Al poco, le propusieron visitar Medjugorje. En el Križevac rezó: “María, tú eres mi Madre, yo no sé qué haré de mi vida, lo importante es que tú estés orgullosa de mí. Y con estas palabras, recuerdo que hice también esta oración: Señor Jesús, ayúdame a comprender por qué tengo que ir a Misa”. Poco tiempo después, su oración había sido escuchada y la Santa Misa se había convertido en el centro de su jornada. La Eucaristía se convirtió en una fuente de amor y de alegría, de sanación espiritual, al tiempo que le daba la capacidad de comprender cómo debía comportarse, qué debía hacer con su vida.
“Espero verdaderamente que mi testimonio pueda servir de ayuda a algún joven que haya podido pasar un sufrimiento como el mío, o que esté en una situación de droga, de alcohol… de la que tal vez quiere salir. Una situación en la que tantos chicos están… en compañía de amistades malas, equivocadas. Que puedan realmente encontrar la armonía, la armonía que viene de Cristo, que viene de Dios. No hay armonía en las cosas del mundo, por desgracia, no hay felicidad, no tiene riqueza. Hay una riqueza interior que es la riqueza que encontramos en Dios”.
Esperamos que el testimonio de Nicolò pueda ayudar a muchas personas a encontrar en Cristo el sentido de su vida.