La valla II por Magdalenta Bennasar
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MADRID.
ECLESALIA, 25/02/15.- Hacía un frío que pelaba y al entrar olía a sardina frita. No, no, no es pescado,
fríen patatas pues, con el aceite de lo que han frito otro día… El olorcillo la entrada al salón donde íbamos a reunirnos. Celebrábamos la “cena del hambre” en una parroquia del sur de Madrid, y aquel olorcillo aunque resultara fuerte, era reconfortante sabiendo que aquella gélida noche la cena sería una caldillo y media manzana fría, muy fría ya que la temperatura por aquellos lares era gélida con un vientecillo de los que saludan hasta a las neuronas, sí, porque se meten muy dentro.
Cruzamos medio Madrid en el metro, viendo cómo iba cambiando el perfil de los usuarios según los barrios. De pronto al bajar en nuestra estación de destino le digo a Carmen: “por las caras que veo no podría decir donde estamos, aquí estamos todos menos los que vemos tanto en la tele: políticos, banqueros, artistas, deportistas… los que protestan para tener éxito y votos no se les ve ¡qué raro, con lo comprometidos que parecen algunos!” Estarían en alguna «cenorra» de trabajo o en algún cóctel de los Goya ¡a saber! o en Suiza, rescatando calderilla…
Los autores de la mariscada-patatas fritas eran cinco muchachos africanos a quienes tuvimos el gusto de conocer y escuchar largamente en su narración exhaustiva de su travesía. Poco a poco el estómago se me iba cerrando al escuchar y sentir, sí sentir, como la tristeza de aquellos chicos se me iba pegando a la piel. Veía la lagrimilla de Macu a mi derecha que resbalaba por su mejilla, ella, casada, madrileña ha estado con su marido Ángel en África, hasta que la guerra los trajo de vuelta al otro lado de la valla. La que coordinaba el diálogo y su marido también hace poco volvieron de aquellas tierras tan lejanas y tan cercanas…
Y ellos, con su estilo, lento, tranquilo, uno tras otro, iban contando su historia, y luego les traducían, menos a uno que lleva más tiempo y habla muy bien. Ellos no tienen prisa, al fin pueden contar su drama a un público que quiere escucharles, y al que no piden nada porque la colecta era para Manos Unidas. Contaban su historia. Habían cruzado la valla. Son de los que han tenido suerte, pero esa suerte está impregnada de dolor por los compañeros que vieron morir en el intento, por las veces que habiendo cruzado les devolvieron al otro lado, hasta que intento tras intento, arriesgando lo único que tenían y tienen, su vida, lo consiguen.
Alguien les pregunta ¿y después de la valla qué? No os voy a contar la respuesta porque la vemos todos los días en el Telediario. La respuesta es de libro. Las excepciones confirman la regla.
Y yo me quedé con la pregunta, reconozco que perdí un poco el hilo del que hablaba, pero la mente y entrañas cargaditas ya de un sentimiento difícil de comunicar, se me fue. Intenté desenredar aquella madeja de sentimientos y emociones en el silencio de la madrugada del día siguiente. Intenté conectar con los chicos que estarían esperando hambrientos y helados al otro lado de la valla… y con las mujeres, embarazadas, niños y jóvenes en las pateras, en medio de un Mediterráneo enfadadísimo y helado aquellos días, conduciendo esas vidas, que para tantos contó metros no cuentan o sólo cuentan para agravar la economía ¡que es lo que cuenta!
Yo al otro lado de la valla, de nuestro lado, veo miedo. Siento miedo. Pero no miedo a compartir el ambulatorio o la comida, eso es fácil. Siento miedo a descubrir la valla dentro de mí. La valla que levanto cuando no quiero abrirme bajo riesgo que se conozca mi vulnerabilidad.
La valla que levanto cuando me quiero afirmar en mis opiniones y creencias porque mi lado es siempre el bueno.
La valla que levanto cuando prefiero quedarme de ese lado cómodo y más seguro antes que correr el riesgo de perder posición en cualquiera de mis ambientes.
Ellos arriesgan la vida para dar de comer a los suyos ¿y yo? ¿Arriesgo algo para deconstruir mi valla? Entiendo que Jesús diga repetidamente que para seguirle hay que dejarlo todo, porque es a lo que me agarro, lo que me impide cruzar al otro lado de mi valla protectora, que en el fondo es la causa de las vallas que construimos los ricos para protegernos de los pobres. La rica en mí, tiene miedo de la pobre en mí, y la rica se afianza en sus saberes y experiencias, mientras la pobre le dice, serías más feliz si dejaras todo eso y de construyeras tu valla, ladrillo a ladrillo, alambre a alambre.
Jesús me dice que le gusta la pobre en mí. Es un tipo rarete, ya sabéis. Parece que lo que le gusta es lo maleable, lo flexible y por ello cuanto menos alambre y ladrillo mejor. Le gusta que como él me atreva a buscar otras maneras de vivir y compartir que sean inclusivas y sencillas e igualitarias. Le gusta que llore por reconocer que me siento cansada de buscar esos lugares y a veces parezca imposible eso del Reino que para él era tan importante, y que yo creo a pies juntillas. Bueno, en sí no le gusta que llore, pero sí que reconozca que no puedo y que las lágrimas me limpien la retina de egoísmos y cataratas comodonas.
Por eso es que yo creo que Jesús está al otro lado de la valla. Te lo digo por si llevas tiempo buscándole y no le encuentras. Lo bueno que tiene es que como no se establece en ningún sitio, el hombre va y viene y se hace difícil acomodarle y tenerle quietecito para que me escuche en mi tiempo de silencio. Cuando me quiero dar cuenta está tomando café con esos chicos para caldearles el alma y me echa un guiño “¡ven pacá, estoy del otro lado!”
Muchos textos del evangelio nos hablan de “la otra orilla”, pienso que hoy diríamos algo así como “la otra valla”.
Y al terminar la cena del hambre, ahí estaban nuestros hombres, contentos de que les hubiésemos escuchado, ávidos de cariño y trabajo. Si sabes de algo, tal vez nos puedan ayudar a deconstruir vallas, no sé, habrá que pensarlo.
Y llego a casa, y está Yolanda, compañera de comunidad, que lo tiene claro, ella en la selva, o sea en la civilización de la selva peruana, donde hay más cordura y bondad. Dice que no hay curas ni monjas siquiera que quieran ir, porque es la otra valla. No como aquí que el día de la vida consagrada estaba la Almudena a rebosar…no sé, habrá que pensarlo también. Tendré que madrugar muchos días o sea todos los días para tomar café en la valla del lado de Jesús y aclarar esa madeja porque es que no lo consigo sola.
Tal vez si nos juntamos algunos que nos atrevamos a sacar la pobre y el pobre de dentro, igual pillamos lo de la otra valla y juntos con los del sur y los de dentro hacemos algo que merezca la pena.
¡Habrá que pensarlo y sentirlo! ¡Vaya, cuanto!
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