MERCEDES NASARRE RAMÓN, psiquiatra, mnasarre@hotmail.com
HUESCA.
ECLESALIA, 24/02/14.- Todos hemos nacido en el seno de un grupo humano, de tal forma que los requerimientos sociales de ese grupo configuran, a partir del vínculo, la constitución de la propia identidad. El “yo” se origina a partir de los otros, o lo que es lo mismo, la conciencia autobiográfica depende fundamentalmente del lenguaje. Quienes nos enseñan a hablar nos condicionan en la estructura misma de nuestro yo.
Lo importante en la cultura en la que nos formamos se convierte en algo a ser. Por eso, desde niños, estamos tratando se alcanzar lo que nos han dicho que debemos ser. “Soñamos” con nosotros mismos y esperamos con anhelo los aplausos.
La identidad es un largo proceso desde la infancia hasta la madurez y el resultado es el “yo” consciente. El yo emerge de la naturaleza indiferenciada, se adapta a la familia y medio social que le rodea e interioriza una cultura y unos valores determinados. Si el proceso cumple su objetivo, el yo se despliega y se afirma creando su propio espacio e influyendo en la realidad externa.
Así se construye la historia personal del sujeto. La vida humana es, fundamentalmente, una cuestión de decisión.
La persona madura es la que ha realizado un proyecto y puede ver el sentido del mismo.
¿Qué ocurre cuando pasan los años? o ¿qué pasa cuando la historia personal del sujeto se ve truncada? Ya no hay proyecto o hay que distanciarse de él. Hay que quedarse desnudo como un niño, despojado de máscaras y con la muerte como horizonte.
Esta fase aparece como angustia ante el futuro y miedo a la muerte. Algunos la reprimen e inician una obsesión compulsiva por la salud, en todas sus vertientes. Otros acometen empeños absurdos de cierta vanidad social y otros sencillamente se deprimen.
Las personas que han tenido la suerte de cultivar culturas espirituales o religiosas, descubren la sabiduría de entregar confiadamente la propia vida, que vuelve a su origen. Así, la muerte se vislumbra como un “nuevo nacimiento”.
Es la época de la sabiduría y de la libertad interior. De la serenidad y de la liberación del egocentrismo. De la paz profunda y de la entrega total.
Es la hora del verdadero creyente, porque como afirma Jung, el miedo a la muerte, que está en la base de las neurosis del adulto, sólo se resuelve desde una dimensión espiritual de la vida.
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