La resurrección de Jesús
Si el Evangelio en definitiva es Jesús, lo que es y significa Jesús sólo se descubre a partir de su resurrección.
Todo el cristianismo se puede resumir en estas tres palabras: Jesús ha resucitado.
Nos encontramos ante la cuestión más desconcertante que se haya planteado jamás al espíritu humano y ante la frontera que separa necesariamente la fe de la increencia. Para quien no cree, la resurrección de Jesús es lo totalmente inadmisible. Para quien cree, es el coronamiento de la historia, la confirmación de que la salvación del hombre no es una ilusión, sino una realidad, la victoria decisiva sobre todo mal y todo límite humano.
1. Desconcierto en sus seguidores
La resurrección de Jesús encontró a los discípulos en una situación de desánimo y desilusión por el final sin gloria de su Maestro. Los apóstoles, los discípulos y todos los simpatizantes de Jesús están desorientados: la muerte de Jesús era la mejor señal de que los intérpretes oficiales de la religión judía tenían razón. Dios, al dejarle morir, había ratificado su juicio. El que Dios no interviniera para arrancar de sus enemigos a aquel que iba a inaugurar el reino por su palabra y por su acción, era algo que les daba la razón a los que se burlaban de Éll. La oración de Jesús para pedirle a Dios que no lo abandonara no tuvo ningún efecto. Si los discípulos y los simpatizantes no hubieran visto en Jesús más que a una persona piadosa y recta, no habrían tenido aquella reacción: “Esperábamos que él sería el libertador de Israel”. Su muerte demuestra que no lo era. Dada la autoridad con que Jesús había hablado, dados los signos que había realizado, su final resultaba escandaloso. No cabe duda se había transformado en tristeza el entusiasmo suscitado por la predicación y los milagros de Jesús.