La nueva presencia de Jesús
1. Jesús está presente en nuestra vida personal de fe. Como los primeros discípulos, nosotros también podemos decir: “Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1,41). Por caminos misteriosos y distintos, nuestra historia personal y la historia de Jesús se han encontrado, hasta el punto de que Cristo es el centro de nuestra vida. Hemos escuchado su llamada personal e intransferible a ser sus discípulos. Por el bautismo hemos sido incorporados a su persona y a su destino. Somos como miembros de su propio cuerpo. Lo consideramos el modelo a imitar y el ideal supremo a conseguir. Y, sobre todo, experimentamos su amistad cercana que nos consuela y anima, nos cura y perdona, nos invita constantemente a crecer y va transformando poco a poco toda nuestra personalidad, hasta el punto de poder decir cada día con más verdad: “Ya no soy yo el que vivo, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).
2. Jesús está presente en su Iglesia. Nuestro encuentro personal con Jesús ha acontecido en la comunidad fundada por Él. La Iglesia es el lugar donde los bautizados experimentamos y vivimos juntos la presencia de Jesús. Y esta presencia del Señor en su Iglesia tiene múltiples manifestaciones:
Jesús está presente a través de su palabra, acogida y proclamada constante y fielmente por la Iglesia, como origen y fundamento de todo su existir.
Jesús está presente y actúa en los sacramentos, a través de los cuales el Señor glorioso nos comunica el don del Espíritu, que nos transforma y construye como personas y como Iglesia.
Jesús está presente en los ministros de la Iglesia, que actúan en su nombre, transparentan su solicitud pastoral y son los guías y garantes de la autenticidad de nuestro encuentro con Cristo.
Jesús está presente en nuestra vida comunitaria, es decir, siempre que nos reunimos para orar en común, para compartir nuestros bienes y ayudarnos, para trabajar juntos en la extensión del Reino.
Jesús está presente en el impulso misionero que lleva constantemente a la Iglesia a hacer nuevos discípulos en todos los pueblos de la tierra.
3. Jesús está presente en los pobres. Cada vez que un hambriento o desnudo, un perseguido o marginado, solicita nuestra atención y ayuda, es Cristo quien nos viene al encuentro pidiendo nuestro amor y ofreciéndonos la posibilidad de encontrar la verdadera vida y superar la falsa vida del egoísmo y la cerrazón. El que se encarnó como pobre, sigue encarnándose en todos los pobres de la tierra.
4. Jesús está presente en todo hombre y mujer. Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4). Por eso Cristo murió por todos y ofrece a todos la posibilidad de que, por caminos misteriosos que sólo Dios conoce, sean alcanzados por su salvación. Estos caminos misteriosos que sólo Dios conoce son en realidad la obediencia a la propia conciencia recta, el obrar el bien y evitar el mal, la adhesión a la verdad percibida. Por eso Cristo está presente en toda vida humana, y en toda vida humana ha de ser reconocido y amado.
5. Sobre todo Jesús está presente con la realidad de su Cuerpo y de su Sangre en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía bajo los signos del pan y del vino.