La mujer más hermosa
Las mujeres más hermosas del mundo no son
las que desfilan en trajes de baño y vestidos
de noche delante de jueces y de cámaras de televisión.
Las verdaderas finalistas y las ganadoras son aquellas
que tienen el brillo interno de la gracia y el perdón.
No hay belleza física que se pueda comparar
con la dignidad espiritual o el atractivo
de una mujer llena de paz.
Es una persona serena porque su confianza
y su seguridad están en la paz que reflejan.
Es una persona con dignidad porque su valor
y sentido se hallan en algo más allá de lo superficial.
Esa mujer reflejará una clase de belleza interior
que hace mucho más que llamar la atención
a sí misma. Es una belleza que es mucho
más importante que cualquier cosa trivial.
La verdadera belleza de la mujer no es corruptible,
porque no depende de lo físico, sino que es la belleza
de una forma de ser que reúne la quietud, la humildad,
la ternura y la serenidad.
Las mujeres del mundo son alabadas
por su belleza física, por su vivacidad y por su audacia.
Pero las mujeres de Dios tienen un molde distinto.
La belleza física de una mujer es temporal,
y su deterioro le producirá amargura.
En cambio, el adorno de un espíritu manso,
dulce y sereno no es una moneda perecible,
no se gastará por el uso ni está sujeta a los valores
del mercado. No deja marcas en el alma,
ni heridas en quienes la rodean.
Esta es la verdadera belleza, la belleza que es
de grande estima delante de Dios.
Aprendiendo cómo ser bella por dentro
y por fuera en Cristo.