No nos engañemos, Dios ve hasta lo más profundo de nuestros pensamientos. A Él no le podemos ocultar nada y, si ante los hombres podemos pasar por hombres y mujeres piadosos, a Dios no le engañamos. Por eso es necesario que rectifiquemos nuestra intención en todas nuestras acciones, es necesario purificar nuestras intenciones cada vez que vamos a obrar algo, para que Dios esté contento con nosotros y nos premie no por el resultado sino por la intención y el esfuerzo que hemos puesto en hacer esas acciones.
Dar un vaso de agua al que tiene sed es una obra de misericordia. Pero si el doctor dice que el enfermo no puede tomar agua y nosotros le llevamos un vaso de agua y se lo damos, sabiendo lo que hacemos de mal, eso se convierte en una obra de odio. Por eso es tan importante la intención con la que se hace una acción. Y si siempre tenemos la intención de amar a Dios y al prójimo, nunca el Señor nos castigará si hacemos algo equivocado, pues Él ve y juzga el corazón del hombre y es Justo en todos sus juicios.
Por eso tratemos de tener las mejores intenciones en todo nuestro obrar, que si después algo sale mal, confiémoslo a la misericordia de Dios y a su Providencia, para que Él arregle lo que hemos hecho mal.