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La Iglesia ante las fuerzas del mal

La Iglesia ante las fuerzas del mal

de Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de las Casas

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Un indígena me mandó esta pregunta: ¿Por qué los obispos están dormidos, mientras el sistema nos está comiendo y destruyendo? Se refería particularmente a que no hemos hablado lo suficiente sobre las recientes reformas estructurales aprobadas en nuestro país, que algunos consideran un avance muy notable, mientras otros las condenan y las califican como un despojo, sobre todo para los más pobres. ¿Qué nos toca hacer y decir en este y otros puntos?

En varias partes, se abren más y más cantinas; se consume droga; hay secuestros, asesinatos y violencia; la corrupción invade todo; hay decepción con las autoridades, que no cumplen sus obligaciones; sigue la marginación de la mujer; algunos programas oficiales crean dependencia; se ven con desconfianza proyectos carreteros y empresariales. ¿Qué nos toca hacer como Iglesia ante el dolor y muerte de nuestro pueblo? ¿Limitarnos a rezar y celebrar ritos? ¿Permanecer indiferentes e insensibles? ¿O nos toca cambiar las estructuras y los gobiernos? ¿Qué corresponde a la jerarquía eclesiástica, y qué a los fieles laicos?

PENSAR

El Papa Benedicto XVI, en su Encíclica Deus caritas est, afirma: “La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia. Debe insertarse en ella a través de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre exige también renuncias, no puede afirmarse ni prosperar. La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política. No obstante, le interesa sobremanera trabajar por la justicia esforzándose por abrir la inteligencia y la voluntad a las exigencias del bien” (No. 28).

Y en Caritas in Veritate, dice sobre lo mismo: “La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer y no pretende de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados. No obstante, tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia en favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación. Para la Iglesia, esta misión de verdad es irrenunciable. Su doctrina social es una dimensión singular de este anuncio: está al servicio de la verdad que libera” (No. 9).

Sobre este asunto, dice el Papa Francisco: “Si bien el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política, la Iglesia no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia. Todos los cristianos, también los Pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor. De eso se trata, porque el pensamiento social de la Iglesia es ante todo positivo y propositivo, orienta una acción transformadora, y en ese sentido no deja de ser un signo de esperanza que brota del corazón amante de Jesucristo” (EG 183).

ACTUAR

Como jerarquía, no nos toca poner y quitar gobiernos, elaborar leyes, distribuir los impuestos, ejercer cargos civiles. Pero es nuestro deber pastoral hacer caer en la cuenta a las autoridades y a los pueblos sobre lo que da vida y lo que trae muerte a la comunidad. Permitir, tolerar o autorizar, por ejemplo, la proliferación de cantinas, quizá mediante dádivas corruptas, es un grave daño para el pueblo, y hay que luchar contra ello; sin embargo, nuestra tarea no es cerrar cantinas, sino evangelizar, para que cuando alguien pase por ellas, aunque le ofrezcan el licor, lo rechace con toda conciencia y libertad. El pueblo sabrá si organiza otras acciones, siempre y cuando sean pacíficas y no dañen a terceros.

Nuestro deber pastoral es ayudar al pueblo a analizar si un proyecto, una carretera, o una serie de leyes le benefician o le perjudican, teniendo siempre como criterio la Palabra de Dios, el proceder de Jesús. No nos podemos eximir de procurar la justicia y el respeto a los derechos sobre todo de los más indefensos, de los presos y migrantes, de las mujeres, los jóvenes y los ancianos; pero nuestra fuerza para que el mundo cambie son la Palabra de Dios, la oración y la cercanía con el pueblo sufriente.

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